Esta es la newsletter de Madrid. La escribimos un grupo de redactores de EL PAÍS que cada día ponemos a prueba por la vía empírica la máxima De Madrid al Cielo. La enviamos de lunes a jueves a las seis de la tarde, y los viernes, dedicada a propuestas de cultura para el finde, a mediodía. Si no estás suscrito y te ha llegado por otro lado, puedes apuntarte aquí.
En Madrid hay 150.000 perros —la mitad que niños—, 150.001 desde la semana pasada. Ese uno es el mío. No es un yorkshire terrier, la raza más común en la capital después de los chuchines mestizos, sino un shiba inu, sí, el del meme. Emparentado con los pomerania y con los husky, es de origen japonés, parece un zorrito y se llama Mochi, en un alarde de originalidad impuesto por los verdaderos dueños del perro y de todo lo demás, mis hijos.
Hemos estado esperando tener nuestro primer perro nueve años mis nenes y 47 yo, exactamente los que tenemos de vida, por lo que me harían falta unas cien newsletters para describir la ilusión y la felicidad y el embelesamiento que nos ha producido su llegada. Aunque me prometí a mí misma que no me iba a volver loca y que no me iba a pasar como con los mellizos, a los que llené de mil cacharritos inútiles hasta que comprendí que no necesitan nada más que atención, a la semana de reservarlo tenía lista comida, cama, seis juguetes, champú y loción antipulgas, arnés, correa, dos cepillos, toalla, dos mantitas, placa y portabolsas de basura.
Exactamente igual que me ocurrió con los niños, que antes de venir al mundo tenían más fondo de armario que las Kardashian pero había olvidado hacerme con un ejército de bodies, una amiga me preguntó:
—Todo eso está muy bien, pero ¿ya tienes empapadores?
Y pensé horror, maldición, no, me falta lo fundamental y salí corriendo al Mercadona.
—Oiga, ¿empapadores para perro y un líquido de esos que desinfecta de lo lindo y borra olores a tituplén?
—De perro no hay, hay de persona, y líquido de ese, tampoco, sí que había, pero lo quitaron —me responde una reponedora.
Muy mal, señor Roig, ese nicho no lo ha visto usted, el de los mil millones de accesorios para mascotas. Así que me llevé un paquete de protectores de cama de 60x90 con 20 unidades a 8,50 euros y dos botes de vinagre de limpieza a 0,90 euros cada uno. Como de lo poco que sé de perros es que, al igual que las personas, funcionan muy bien a base de premios y muy mal a base de castigos, me llevé también unas chuches, un paquete de Compy Delicias Sabor Bacon a 1,60.
Al día siguiente, en la tienda de Arturo Soria donde recogimos a Mochi, me preguntaron qué necesitaba para él en un intento claro e indisimulado de colocarme de todo. Y me fui resistiendo uno por uno a todos los cuquiproductos que me iba mostrando la dependienta hasta que...
—No, no, no por favor, empadadores y toallitas de persona no, que es otro PH—, me regañó, indignada.
Que digo yo que, si aguantan el PH del asfalto, el de la celulosa no los va a matar. Pero en fin, piqué, no quería que sufriera quemaduras de tercer grado por mear en empapadores de persona.
—Estos tienen attractant, unas feromonas que harán que se sienta atraído y que lo haga siempre ahí—, me aseguró muy convencida la dependienta mientras a mí se me escapaba la misma risa del conejo que cuando escucho que una crema contiene prorretinol Q, que penetra hasta el mismo origen de las arrugas y las elimina a los 15 días de uso.
Al final me llevé un paquete de 20 unidades de empapadores Flamingo Training de 65x45 (sí, la mitad de grandes) a 10 euros, toallitas higiénicas para limpiarle las patitas BioFlush EcoFriendly de la marca Croci y con olor a manteca de karité y almendra a 5 pavos por 30 de ellas y, un caprichín, 200 gramos de galletitas con forma de corazón y de varios colores a 4,40.
Total, que Mochi es un auténtico Lupito meón, como aquel chiste viejo de un padre que deshecha a un pretendiente porque no tiene ni para pagar el papel higiénico que gasta su hija, y en un solo día de convivencia se ha meado en la cocina, en el salón, en la puerta de los dos baños, en el pasillo, en mi habitación y dos veces en la alfombra de la niña, además de cagarse dos veces más en ella (ay, Mochi, cómo te entiendo, es la más bonita de todas y me costó un cojón, ya que tiene que cagar uno, que sea con dignidad).
El empapador, por supuesto, ni mirarlo ni olerlo, pero es que ni de reojo, vaya. Pero resulta que, como tiene la manía de meter las patitas en el bebedero y ponerlo todo perdido de agua, me he dicho al final del día, mira, los empapadores del señor Roig, para debajo del comedero. Y oh, sorpresa, al perrete le han encantado y ha hecho pipí en ellas tres veces seguidas en su segundo día con nosotros. A los tres, ya solo mea ahí y, lo más importante, a los cuatro, la caca también.
Por supuesto, a Mochi le requetepirran sus delicias de bacon y es tan listo que, nada más hacer sus cosas, se va pitando al armario donde las guardo y se sienta a esperar con la satisfacción del deber cumplido. Sin embargo, los corazones los olfatea con desdén y se los deja a la mitad, no he mirado la composición, pero deben de ser de avena integral con muesli.
Así que Mercadona 2, tienda pija para perros 0. Señor Roig, lo amo, gracias mil.
PD. Justo enfrente de mi casa hay un parque de perros nuevecito que veo desde el balcón y yo, que no creo ni en las señales ni en el destino ni en nada que se le parezca, decidí que, en este caso y solo en este caso, el universo entero me estaba mandando una de esas. Y, por curiosidad, me he puesto a mirar cuántas áreas caninas hay en Madrid. Según ha podido inferir de los datos del portal del Ayuntamiento quitando repeticiones y sanecanes, hay 128, es decir, que tocan a la burrada de 1.171 perros por parque. Los 21 distritos tienen, el que más, Ciudad Lineal, con 11, seguido de Vicálvaro, con 10, y los que menos, Centro, Chamartín y Barajas, con uno. El distrito en el que más canes viven, Villaverde, tiene seis. |