Por Alicia Son 26 de diciembre de 2025.
Durante décadas, la advertencia del filósofo Nicolas Berdiaeff fue un susurro intelectual: las utopías son realizables, y el verdadero drama del siglo XXI sería evitar su implementación totalitaria. Hoy, al cierre de 2025, ese susurro se ha convertido en un grito ensordecedor. Ya no luchamos por alcanzar el mañana; luchamos por sobrevivir a los sistemas "perfectos" que hemos programado.
El espejismo de la IA: Del servicio al "gobierno delegado"
La Inteligencia Artificial, que a principios de la década prometía liberarnos del trabajo tedioso, ha mutado en lo que los sociólogos denominan "sistemas de control delegado". Bajo la bandera de la eficiencia absoluta, hemos permitido que algoritmos opacos arbitren nuestra existencia: desde la concesión de un crédito vital hasta el triaje en diagnósticos médicos.
A finales de este 2025, el debate ya no es si la máquina es "inteligente", sino cómo su supuesta neutralidad está codificando prejuicios históricos en acero digital. La gestión social "impecable" se ha revelado como una jaula de cristal: un guardián invisible que premia la predictibilidad y castiga la excepción.
La brecha biológica: El post-humanismo como privilegio de clase
La biotecnología y el transhumanismo han cruzado el umbral del laboratorio para instalarse en la estructura de clases. Ya no hablamos solo de desigualdad económica, sino de una nueva jerarquía biológica. Mientras una élite accede a la "utopía de la mejora" —longevidad extendida y capacidades cognitivas aumentadas—, el resto de la población enfrenta una obsolescencia programada, atrapada en brechas territoriales y digitales cada vez más profundas.
En 2025, la perfección humana tiene un precio de mercado. El progreso médico, paradójicamente, está resucitando un sistema de castas basado en el acceso al código genético y la integración cibernética.
El desierto de la hiperconectividad
Las utopías modernas, alimentadas por el Big Data y la vigilancia constante, son lugares profundamente solitarios. No toleran la disidencia ni la creatividad que escape a los márgenes previstos por el procesador. La hiperconectividad de este año, lejos de tejer una red global de entendimiento, ha institucionalizado un aislamiento asistido. Hemos sacrificado el roce humano, caótico y enriquecedor, en el altar de la comunicación instantánea y el consumo de algoritmos de eco.
"La lección de 2025 es amarga: una utopía sin supervisión ética no es un sueño cumplido, es una distopía ejecutada."
Cuando un sueño se vuelve técnicamente realizable sin un alma humana que lo limite, deja de ser un horizonte de esperanza para convertirse en un protocolo de vigilancia. El gran desafío de 2026 no será innovar más, ni procesar más datos, ni alcanzar nuevas cotas de eficiencia.
El verdadero acto de rebeldía para el año que comienza será reivindicar nuestra libertad de ser imperfectos, erráticos y humanos en un mundo que nos exige, bajo amenaza de exclusión, comportarnos como algoritmos.
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