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Una de las cretinadas que practican algunas empresas que siempre me dio mucha rabia es esa que prohíbe a los clientes llevar comida y bebida de fuera a sus instalaciones cuando no se dedican a la restauración. Pasa, por ejemplo, en el Mutua Madrid Open, el torneo más importante de la ATP que se celebra en España cada año. Uno paga sus entradas, que no tienen precisamente precios populares, y ni siquiera puede entrar en el recinto con un bocadillo.
Por eso me alegré el pasado fin de semana cuando leí a mi compañero Fernando Peinado contar que el Defensor del Pueblo, Ángel Gabilondo, considera que es abusivo que el Parque Warner impida entrar a los visitantes con alimentos del exterior. Gabilondo ha dado la razón a un joven abogado de Móstoles de 26 años, Ricardo Aledo, que reclama a la empresa que le pague los 6,5 euros que le costó una hamburguesa en sus instalaciones después de que un guardia de seguridad le impidiese entrar con la comida que traía.
Aunque la opinión del Defensor del Pueblo no es vinculante, ahora la decisión le corresponde a la Comunidad de Madrid, cuya Consejería de Economía aún no se ha posicionado. El caso, que también está judicializado, tiene su miga porque hay varias asociaciones de consumidores que llevan años tratando de defender que se pueda introducir comida y bebida del exterior en parques de atracciones o cines.
El fundamento de la demanda de Aledo es claro: ni los parques temáticos ni los cines tienen como objeto social la restauración pero hacen un negocio redondo con los servicios complementarios que ofrecen en sus locales de comida —multiplicando los precios que uno se puede encontrar fuera— y, por tanto, es abusivo que no dejen a los clientes entrar con alimentos. No es que quieran que no comas, es que quieren que comas únicamente comida vendida por ellos y mucho más cara. “Te hierve un poquito la sangre”, le decía el joven abogado el otro día a mi compañero. Grosso modo, estas empresas cuentan con una suerte de monopolio que nos obliga a consumir a todos en el mismo espacio y a pagar hasta no sé cuántas veces más por un producto que uno puede conseguir mucho más barato fuera de sus instalaciones. Lo sufro año tras año en el Mutua Madrid Open cada vez que le regalo a mi padre una entrada para que vayamos juntos a ver el tenis. Las de este año, para asistir a dos partidos de cuartos de final, costaron 90 euros por cabeza, 180 en total, sin contar aún el parking y la comida que tendremos que comprar allí. Más que neoliberal o un ejemplo de libre competencia, parece una broma de mal gusto. |