¿De la representación electoral a la participación directa en México?
Eduardo Torres Alonso etorres@unam.mx
Universidad Nacional Autónoma de
México, México
¿De la representación electoral a
la participación directa en México?
ACADEMO, vol. 10, núm. 2, pp.
141-154, 2023
Universidad Americana
Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons
Atribución 4.0 Internacional.
DOI: https://doi.org/10.30545/academo.2023.jul-dic.1
Resumen: En el artículo se
reflexiona sobre la crisis de la democracia representativa en México,
examinando el proceso de democratización iniciado la segunda mitad del siglo
XX, identificando los contextos sociales (bonanza y crisis económica,
permanencia de un partido hegemónico, autoritarismos subnacionales, movimientos
sociales y guerrillas) en los cuales se discutieron y aprobaron las reformas
políticas y electorales –se considera que la mexicana es una “transición
votada”, precisamente, por la importancia que se le ha dado al cambio
institucional gradual y la imposibilidad de identificar una fecha o momento de
quiebre o ruptura con el régimen–, y registrando, además, la incorporación en
la Constitución mexicana de mecanismos de democracia directa como una alternativa
para evitar la agudización de las protestas por mayores libertades y derechos
políticos, institucionalizar el conflicto, subsanar la baja legitimidad de las
autoridades y aminorar los efectos del déficit democrático en el país.
Palabras clave:Democracia, reforma, democracia representativa,
democracia directa, México.
Abstract:The article reflects on the crisis of
representative democracy in Mexico, examining the democratization process that
began in the second half of the 20th century, identifying the social contexts
(economic boom and crisis, permanence of a hegemonic party, subnational
authoritarianism, social movements and guerrillas) in which the political and
electoral reforms were discussed and approved – the Mexican one is considered
to be a “voted transition”, precisely because of the importance given to
gradual institutional change and the impossibility of identifying a date or
moment of breaking or rupture with the regime–, and also registering the
incorporation in the Mexican Constitution of mechanisms of direct democracy as
an alternative to avoid the sharpening of the protests for greater freedoms and
political rights, institutionalize the conflict, correct the low legitimacy of
the authorities and reduce the effects of the democratic deficit in the
country.
Keywords:Democracy, reform, representative democracy,
direct democracy, Mexico.
INTRODUCCIÓN
La participación política y
electoral de la ciudadanía en México ha sido objeto de debate continuo y de
lucha permanente, no sólo porque en el país, durante el siglo XX, existió un
partido hegemónico, un sistema político cerrado y una organización corporativa
de la sociedad, sino porque las condiciones estructurales hacían que, a veces,
la participación electoral fuera considerada como sinónimo de participación
política, siendo que la primera se reduce a un momento preciso –el de la
votación–, mientras que la segunda expresa una ocupación e interés continuos de
la persona en los asuntos públicos.
El sistema político que emergió
de la Revolución mexicana y que se materializó en el pacto constitucional de
1917 sentó las bases para un poder político centralizado en un individuo: el
Presidente de la República quien, por mandato de la Constitución como por los
arreglos informales, fue reconocido como el “hombre fuerte” que resolvía las
disputas, repartía los favores y castigaba la indisciplina. Para llevar a cabo
lo anterior, fue necesario la construcción de instituciones, una de ellas, de
naturaleza intermedia, fue el partido político que encontraba su legitimidad en
el proceso revolucionario: el Nacional Revolucionario (PNR), primero, luego
denominado de la Revolución Mexicana (PRM) y, finalmente, designado
Revolucionario Institucional (PRI). Durante buena parte del siglo XX, este
partido organizó a la sociedad política del país. No se podían ganar elecciones
ni siquiera obtener una candidatura competitiva si no era bajo sus siglas
(PNR-PRM-PRI). Más aún, la sociedad pronto fue encuadrada en un sistema corporativo
durante la segunda reforma al partido, en el sexenio del general Lázaro
Cárdenas. Los sectores campesino, popular, obrero y militar encontraron en la
política de masas una pauta de comportamiento que restringía la participación
electoral y política individual e impulsaba la movilización sectorial o de
clase.
El régimen de la Revolución
Mexicana (1929-2000) tenía como cimiento una especie de fusión entre la
sociedad y el Estado por la vía del sistema corporativo de representación
social y política […]. Esta “fusión” denegaba la autonomía política de los
actores sociales y cerraba los espacios de la política, al conducir ésta
exclusivamente al interior del Estado. No había espacios públicos como terrenos
naturales de acción civil. Los actores sociales emergentes aspiraban a tornarse
públicos a través de la movilización y de la apelación a los medios de
comunicación, casi completamente controlados por el Estado. Sistema
corporativo, partido único y control de los medios fueron las bases
fundamentales del régimen autoritario (Olvera,
2008, p. 76).
Conforme avanzaron los años, se
complejizaron los problemas, se aceleró e intensificó la conexión de México con
el mundo y los procesos de liberalización y democratización alcanzaron al país.
El sistema político empezó a abrirse para incorporar la innegable pluralidad
política tanto de derecha como de izquierda que encontraba expresión en
organizaciones partidistas como en aquellas de la sociedad civil. Para esto, se
impulsaron reformas políticas que tuvieron la intención de mantener el
monopolio del poder político en el partido hegemónico, pero no ya los
monopolios de la representación ni de la participación política. Los triunfos
en los ámbitos municipales y subnacionales cada vez más frecuentes de partidos
de oposición y las movilizaciones ciudadanas en distintas partes del país
hacían evidente que el México monocolor había dejado de existir y se hacía
presente una ciudadanía activa, crítica y contestaria.
En este sentido, de forma
gradual, pero continua, los cambios a las leyes electorales respondieron, en
parte, a las demandas sociales, aunque en materia político-electoral todo era
encauzado por medio de organizaciones intermedias, como lo son los partidos
políticos. No se reconocía la participación política por fuera de ellos. Esto
fue cambiando al mismo tiempo que las contradicciones se agudizaron, los
partidos empezaron a tener crisis internas y la democracia representativa fue
cuestionada. El nuevo modelo, de carácter democrático-participativo (Olvera,
2008), centró su atención en el ciudadano, como actor autónomo, consciente
y responsable de sus decisiones, siendo capaz de actuar de conformidad con sus
intereses sin que fuera enmarcado en el viejo corporativismo, poseedor de una
voz propia que le permitía opinar sobre los asuntos comunes en el espacio
público. Se volvió actor en democracia; es decir, opinaba y decidía. No
obstante, aún faltaba establecer los mecanismos por los cuales la ciudadanía
podía ejercer sus derechos políticos sin la mediación de un tercero.
En este trabajo, con recurso a la
historia del presente, se expone el trayecto que tuvo que andar la ciudadanía
mexicana para volverse protagonista de la democracia. Se analizan los contextos
económicos y políticos que se registraron en los momentos de las reformas
electorales que, de forma incremental, fueron desmontando el sistema
autoritario y cerrado, siguiendo trabajos precedentes (Merino,
2003; Becerra et al., 2005; Woldenberg,
2018) a la vez que impulsaron la participación de la ciudadanía, hasta que
se reconocieron algunos mecanismos de democracia directa en México, como una
alternativa para potenciar su voz y hacer más eficiente el tratamiento de los
asuntos públicos por parte de las autoridades. Lo anterior en una agenda amplia
conocida como reforma del Estado.
METODOLOGÍA
Para la elaboración de este
artículo se revisaron las reformas de naturaleza electoral de alcance federal,
discutidas y aprobadas en México, a partir de la segunda mitad del siglo XX, ya
que es en esos años cuando las instituciones políticas se encuentran
establecidas y la sociedad mexicana vive un contexto de modernización producto
de acciones deliberadas de los distintos gobernantes para reducir la brecha
entre la sociedad campesina-agraria y la urbana, y proveer de satisfactores a
la naciente clase media urbana. Se recurrió al expediente de la hermenéutica
jurídica para identificar la profundidad de los cambios legislativos y su
impacto en el ordenamiento normativo, como a la historia del tiempo presente
para estudiar los hechos, actores y contextos de los fenómenos sociales y de
cambio político reciente (Fazio,
2010), considerando que por historia del presente
[…] entendemos la posibilidad de
análisis histórico de la realidad social vigente, que comporta una relación de
coetaneidad entre la historia vivida y la escritura de esa misma historia,
entre los actores y testigos de la historia y los propios historiadores. El
presente es el eje central de su análisis, al que no retiene aislado de la
sucesión temporal o del espesor de los tiempos (Soto
Gamboa, 2004, pp. 106-107).
La investigación tiene una
dimensión descriptiva y otra analítica. La primera atiende al momento del país
cuando fueron aprobadas las diferentes reformas políticas y al contenido de las
mismas, mientras que la dimensión analítica ayuda para estudiar los impactos de
dichos cambios en los derechos políticos de la ciudadanía y en la forma en que
fueron ejercidos.
Los hallazgos demuestran que la
ciudadanía mexicana fue ampliando su catálogo de derechos político-electorales
al mismo tiempo que se fue debilitando un sistema autoritario de gobierno. A lo
largo del artículo se advierte que las reformas, en un primer momento,
atendieron la arena de la representación electoral y, luego, pasaron a
ensanchar y fortalecer los mecanismos de democracia participativa, franqueando
la puerta para que, sin intermediarios, la ciudadanía expresara sus demandas,
inquietudes y problemas en los órganos del Estado. La existencia, no obstante,
de mecanismos de democracia directa no necesariamente, al menos en el caso
estudiado, representa una oportunidad exclusiva para que las personas hagan
valer su voz, sino que se corre el riesgo de que aquéllos sean utilizados por
los gobernantes con la finalidad de legitimar decisiones previamente tomadas.
RESULTADOS Y DISCUSIÓN
Todo intento de reforma o cambio,
por mínimo que sea, en cualquier aspecto de la vida social, pero más aún si
estas modificaciones inciden en la forma y fondo en que se encuentra
constituido un Estado y las relaciones que tienen los actores con y en él, debe
obligatoriamente: a) definir prioridades; b) determinar los procedimientos de
implantación de cada una de ellas; c) examinar su oportunidad, y d) identificar
las sinergias posibles entre ellas. Dentro de las prioridades deben
considerarse dos factores centrales: cuáles son las reformas cuya funcionalidad
hacen que deban preceder a las otras y cuáles, al mismo tiempo, son las que
producen mayor confianza en la sociedad. Con relación al procedimiento de
implantación es necesario tomar en cuenta cuáles son las opciones prioritarias
que pueden alentar, en mayor medida y en el menor tiempo, acuerdos al interior
de los órganos de representación política; es decir, cuáles son más viables
para hacer que la clase política las acepte. Hay que estar atentos a los momentos
en los cuáles se pueden echar a andar las reformas con el mayor grado de
aceptación y apoyo. Esto es la oportunidad: el tiempo en donde existe el
interés de cambio no es largo, hay que aprovechar los escenarios. La sinergia
de las medidas se relaciona con el “efecto dominó”: que tenga repercusiones en
otras áreas (Valadés,
2002). Estos elementos deben ser considerados al momento de emprender
cambios de gran envergadura, como los que resultan de la reforma del Estado (Brewer-Carías,
2002).
Conviene decir que los procesos
de reforma del Estado en el planeta aparecieron a finales de los años setenta
del siglo XX como resultado de la “crisis fiscal del Estado”. Un primer tramo
de estas reformas con enfoques neoliberales se dirigió hacia la restricción de
las tareas y funciones del Estado, y hacia un adelgazamiento de sus estructuras
burocráticas; no obstante, la ovación que se le otorgó a este
redimensionamiento, durante la década de los noventa se dedicaron muchos
esfuerzos a corregir sus errores que provocaron aumento del desempleo, caída
del poder adquisitivo, desigualdad, discriminación; en fin, precarización de la
vida social. Los intentos por enmendar los errores fueron llamados como
reformas del Estado de segunda generación (Carbonell,
2004).
El Estado posrevolucionario
La primera muestra de
reconocimiento del régimen a actores desplazados de los procesos políticos se
dio dos décadas más tarde de que la Constitución de 1917 fue promulgada, en
1937, cuando Lázaro Cárdenas, envió al Congreso una reforma al artículo 34 constitucional
para incluir el derecho al voto de la mujer. Las circunstancias no fueron
favorables: Cárdenas terminó su periodo presidencial en 1940 y la publicación
en el Diario Oficial de la Federación (DOF) no ocurrió. Miguel
Alemán Valdés, quien se propuso modernizar al país, publicó el 17 de febrero de
1947, la modificación constitucional en donde se estableció el derecho de las
mujeres a votar y ser votadas en el ámbito local. Cinco años más tarde, el 17
de octubre de 1953, con Adolfo Ruiz Cortines en la Presidencia de la República,
se publicó el decreto que dio a las mujeres el voto pasivo y activo en comicios
nacionales.
El sexenio de Adolfo López Mateos
tuvo como característica la movilización continua de trabajadores
ferrocarrileros, telegrafistas y maestros. Una muestra de la acción de control
impulsada por la autoridad se puede mencionar la huelga de 1959 que fue reprimida
con violencia (Carr,
1996). La respuesta gubernamental fue dura y mostró la poca tolerancia
gubernamental con la disidencia.
En el penúltimo año del
presidente López Mateos, se modificó la ley en materia electoral. Con esto, se
crearon los llamados diputados “de partido”, figura que consistía en otorgar
cinco diputaciones a los partidos que obtuviesen 2.5 por ciento de la votación
total como mínimo. Además, dio un diputado adicional por cada medio punto de la
votación adicional, teniendo un límite de 20 legisladores. Esto hizo que la
Cámara de Diputados se abriera tímidamente a la pluralidad y fue una medida
para reducir los conflictos con la izquierda. Un factor adicional fue el
triunfo de la Revolución cubana que puso al gobierno mexicano en la situación
de reconocer a las voces disientes o esperar un levantamiento armado similar.
Las luchas obreras de esos años
no fueron provocadas por crisis económicas. Entre 1950 y 1970, México tuvo un
crecimiento económico histórico conocido como el milagro mexicano:
la tasa de crecimiento anual del Producto Interno Bruto fue de 6.2 por ciento y
la del sector agrícola de 8.6 por ciento, en tanto que las industrias eléctrica
y petrolera crecieron 11.6 por ciento y 9.2 por ciento, respectivamente. En
este periodo, las estructuras económica, social y demográfica nacionales
cambiaron. Para 1970, la población rural era de 42.2 por ciento, frente al 64.9
por ciento en 1940 (Solís,
1970). Por su parte, los procesos de urbanización y de industrialización
dieron pie a la aparición de una nueva clase trabajadora y creció la clase
media. En suma, se transitó de un desarrollo fundado en el sector rural, a uno
sostenido por la industrialización.
Conviene ampliar la nota
referente a la situación económica. Para 1969, el 20 por ciento más pobre de la
población acumulaba el 4 por ciento del ingreso del país y, al mismo tiempo, el
20 por ciento correspondiente a los hogares con niveles de ingreso superiores,
acumulaba el 64 por ciento (Lomelí
& Zebadúa, 1998; Babb,
2003). Al tiempo que la economía crecía a tasas superiores del seis por
ciento, la cantidad de nuevos empleos era de 2.5 por ciento por año. La tasa de
desempleo se colocó entre siete y ocho por ciento. En 1950, cerca del 32 por
ciento de la población estaba empleada; para 1970, es decir, veinte años
después, la proporción era de 27 por ciento (Lomelí
& Zebadúa, 1998).
En los trece años posteriores al
término de la Segunda Guerra Mundial, el sector agrícola creció 7.6 por ciento.
Esta tasa era reflejo de las inversiones hechas en otrora por el gobierno y del
uso más extendido de la tierra impulsado por la reforma en materia agraria del
presidente Lázaro Cárdenas. No obstante, para 1950 este crecimiento empezó a
reducir, en buena medida, por la disminución de la inversión pública en el
campo. Entre 1960 y 1970 la agricultura se estancó; el nivel de producción de
este sector fue de la mitad del crecimiento en conjunto de la economía que fue
de siete por ciento (Lomelí
& Zebadúa, 1998). Es en este decenio cuando el sector industrial
desplazó al agrícola y con la preponderancia de la producción fabril, el
gobierno aumentó el proteccionismo mediante barreras comerciales (Babb,
2003; Solís,
1973).
No obstante, mientras la sociedad
cambiaba, el régimen no lo hacía. En este contexto, los miembros de la nueva
clase media buscaron espacios para su expresión libre. El movimiento médico
(1964-1965) da cuenta de esto (Pozas
Horcasitas, 1993).
Las fracturas
1968 puede ser considerado como
un año axial para el sistema político mexicano. El movimiento estudiantil fue,
en los hechos y como símbolo, la crisis más aguda del régimen y puso en
entredicho la estabilidad del mismo. Como una medida que diera solución a las
demandas, se reconoció la “madurez cívica” de la juventud a partir de los 18
años. La reforma política del sexenio de Gustavo Díaz Ordaz respondió a este
movimiento y, por qué no considerarlo, al de la comunidad médica.
La política como oposición y/o
confrontación con [el régimen de la Revolución] fue practicada siempre por
diversos movimientos y sujetos sociales en determinadas circunstancias y
espacios históricos, siempre cortos en duración y poco significativos en términos
políticos. La situación cambió después de 1968 porque los espacios de
resistencia y confrontación se ampliaron notablemente en el contexto de una
relativa liberalización del régimen. La sociedad civil entendida como un
conjunto de actores y movimientos sociales y civiles independientes del Estado
que luchan por derechos o por reivindicaciones específicas se materializó a lo
largo de los años setenta y primera mitad de los ochenta del siglo pasado (Olvera,
2008, p. 76).
Con la agresión a estudiantes el
10 de junio de 1971, ocurrida bajo el gobierno de Luis Echeverría, la sociedad
recordó lo sucedido en 1968; asimismo, la presencia y actividad de movimientos
armados como la Liga Comunista “23 de Septiembre”, hicieron que la autoridad
asumiera dos comportamientos: un ataque masivo con policías y militares contra
los “violentos”, particularmente la Liga, y el impulso de lo que conoció como
la “apertura democrática” (Segovia,
1996). Además, desde la vía política, disminuyó a 1.5 por ciento la
cantidad mínima de votos necesaria para tener representación en la Cámara de
Diputados y subieron a 25 los diputados “de partido”. El presidente Echeverría
toleró e incentivó al sindicalismo independiente, como el de los electricistas,
y a una prensa libre, pero con límites paradójicamente claros. Quien no lo
entendía así sufría las consecuencias, como en el caso de Excélsior.
No sólo la violencia fue un incentivo para la “apertura democrática”, la
economía también lo fue: la inflación registrada y el tipo de cambio provocaron
que la balanza de pagos tuviera un déficit. Con una sociedad molesta, una
economía en números rojos y un sistema político rígido, concluyó el sexenio de
Luis Echeverría.
Los inicios de la apertura
En medio de una campaña política
solitaria, José López Portillo ganó la Presidencia, y ante la frágil situación
económica y la presencia de la violencia, destacando la actuación de la Liga
Comunista “23 de Septiembre”, emprendió un nuevo intento reformista que diera
espacios a la oposición. El llamado “discurso de Chilpancingo” pronunciado por
Jesús Reyes Heroles, entonces Secretario de Gobernación, en esa ciudad el
primero de abril de 1977, es el anuncio de la reforma electoral de ese año (Becerra et
al., 2005, p. 88).
López Portillo envió al Poder
Legislativo un conjunto de iniciativas de reformas constitucionales que
trazaron un nuevo mapa político-electoral en México: 1. Le confirió a los
partidos el carácter de institución de “interés público” y con carácter “nacional”;
2. Se propuso un régimen nuevo para ingresar al escenario electoral: el
registro “condicionado”; 3. Se amplió la Cámara de Diputados: se estableció un
número fijo de 400 diputados (300 distritos electorales de mayoría relativa
[MR] y otros 100 de representación proporcional [RP]); 4. Elevó a rango de ley
federal el acceso a los diputados de minoría y a los regidores de RP en
ayuntamientos pertenecientes a municipios cuya población fuera mayor de 300,000
habitantes, entre otros aspectos (Becerra et
al., 2005). El gobierno de López Portillo entendió el cambio que
ocurría en la sociedad. Ésta empezaba a mostrarse más plural y activa, a
expresar su rechazo a las políticas gubernamentales y a manifestar su
descontento con el partido hegemónico. Era necesario reconocer la diversidad y
darles cauce a sus demandas.
Miguel de la Madrid encabezó el
siguiente sexenio y tuvo que hacerle frente a la desmesurada crisis económica y
a la movilización social que resultó del sismo de septiembre de 1985. Era
preciso recomponer la economía: disminuir el gasto público y tener mejores
condiciones para pagar la deuda externa. Los pilares de la estrategia para
lograr lo anterior fueron: acciones sin dilación para la recuperación económica
y el cambio paulatino de las prácticas políticas.
La economía sobre la
política
El presidente de la Madrid puso
en marcha el Programa Inmediato de Reordenamiento Económico, con el cual se
disminuyó el presupuesto gubernamental, se devaluó el peso, los subsidios
fueron eliminados o disminuidos, se redujeron los salarios reales de los
trabajadores del gobierno y se vendieron las empresas no rentables del gobierno
(Babb,
2003). Estas medidas no proporcionaron al país la liquidez necesaria para
atender oportunamente sus compromisos financieros. Así, el Banco de México, en
1984, empezó a diseminar propuestas de políticas de apertura comercial
acelerada. Dos años después, el gobierno estadunidense señalaba que no
intercedería más por su homólogo mexicano si éste no llevaba a cabo reformas
estructurales sustantivas (Babb,
2003). Estas presiones orillaron al gobierno de de la Madrid a ingresar al
Acuerdo General sobre Tarifas y Aranceles ese mismo año. Para 1987, México
había implantado un programa de liberalización comercial muy amplio.
Un aspecto relevante del sexenio
1982-1988 fue su interés en la planeación. El Presidente de la República
instituyó la planeación democrática del desarrollo en la Constitución mexicana
y conformó los comités y consejos consultivos en las dependencias y entidades
de la administración pública para realizar el ejercicio de planeación en
conjunto con actores sociales. Sin embargo, el interés por acercar la cosa
pública a la ciudadanía pronto se desvirtuó por las prácticas corporativas del
sistema.
El primer esfuerzo hecho por el
gobierno fue el que realizó el presidente Miguel de la Madrid (1982-1988). En
1983 se aprobó la Ley Federal de Planeación, la cual
institucionalizó las consultas populares. Además, creó el Sistema Nacional de
Planeación Democrática, el cual sirvió de paraguas a 18 foros, de los cuales se
supone que resultó el Plan Nacional de Desarrollo, metodología que por cierto
hasta la fecha sigue en aplicación […]. Como parte del proceso, De la Madrid
organizó comités y consejos consultivos en la mayor parte de la administración
federal, con el fin de fomentar la participación de la sociedad en la
planeación del desarrollo. Pero en un Estado sin una verdadera representación
política y sin transparencia pública, la participación sólo podía ser ficticia
y simbólica. Además, con la crisis económica que estaba viviendo el gobierno y
con la adopción del nuevo modelo neoliberal, no podía darse una participación
real en la vida pública, pues muchos grupos de la sociedad estaban en contra de
la adopción de este nuevo modelo, y el gobierno quería adoptarlo como diera
lugar (Serrano
Rodríguez, 2015, p. 105).
Si bien la crisis no impactó
inmediatamente en las elecciones, sí tuvo repercusiones: en 1983, el Partido
Acción Nacional (PAN) ganó la capital de Durango y 12 de los 15 distritos
electorales de ese estado, y en Chihuahua los partidos de oposición triunfaron
en todas las ciudades importantes. En las elecciones de 1985, el PRI vio
reducida su votación en cinco puntos porcentuales. A mediados de ese mismo año,
el precio internacional del petróleo disminuyó 16 dólares por barril, la
devaluación aumentó (348 pesos por dólar), y la inflación también (159 por
ciento). Por si fuera poco, el terremoto que azotó la Ciudad de México y la
inacción gubernamental hizo emerger un movimiento urbano-popular para ayudar a
los damnificados y reconstruir la ciudad. La sociedad civil tuvo un despertar
con el trágico suceso. La agudización de la crisis, la implementación de
políticas liberalizadoras, y la postulación del candidato presidencial,
produjeron una división dentro del PRI: la Corriente Democrática que,
finalmente, se desprendió del partido.
Con problemas en la economía y en
su mismo partido, el titular del Poder Ejecutivo de la Unión impulsó una
reforma que cambió seis artículos de la Constitución mexicana y se aprobó del
Código Federal Electoral, que amplió los espacios políticos para la oposición
y, también, para su propio partido: se incrementó a 200 el número de diputados
por el principio de RP e inauguró un modelo de institucionalidad electoral con
la introducción de una nueva instancia: el Tribunal de lo Contencioso
Electoral. Además, creó la Asamblea de Representantes del Distrito Federal. Con
todo, la desconfianza hacia las instituciones prevaleció.
El reformismo en cascada
Las dudas existentes en torno al
resultado de la elección que dio como ganador de la Presidencia de la República
a Carlos Salinas fue, tal vez, el factor principal que orilló a que al inicio
de su sexenio se concretara una reforma en materia electoral. Hubo dos más, en
1993 y 1994. La negociación con y entre los partidos políticos estuvo
caracterizada “[…] por la continua interpenetración entre estrategias de
negociación de nuevas reglas de competencia y estrategias de promoción del
interés propio que permiten avanzar frente a adversarios” (Prud´homme,
1996, p. 98). A la par de las reformas políticas, aceleró el proceso de
reforma económica que culminó con la firma del Tratado de Libre Comercio con
América del Norte.
Algunos autores consideran que la
política económica salinista es también el inicio formal de la reforma del
Estado en el país (Ramírez
Brun & Rangel Granados, 1992). En su primer discurso, el de toma de
posesión, el presidente Salinas propuso el “Acuerdo Nacional para la Ampliación
de Nuestra Vida Democrática” que tuvo como ejes principales: a) una política de
apertura; b) un compromiso para mejorar los procedimientos electorales; c) la
transparencia en los comicios; d) la actualización del régimen de partidos, y
e) la modernización de las prácticas políticas (Pérez
Correa, 2006, p. 33).
A los nueve días de enero de 1989
se iniciaron los trabajos de la reforma con la solicitud del titular del poder
Ejecutivo a la Comisión Federal Electoral de organizar audiencias y, para tal
efecto, se creó la Comisión Especial para la Consulta Pública sobre Reforma
Electoral y la Concertación entre los Partidos Políticos Nacionales (Núñez,
1993). El Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales
(Cofipe), que sustituyó al Código Federal Electoral fue aprobado el 14 de julio
de 1990. Con esta reforma se creó el Instituto Federal Electoral (IFE), como
organismo público permanente, con personalidad jurídica y patrimonio propios,
integrado por Consejeros Magistrados, por delegados del poder Legislativo y
representantes de los partidos. El presidente del IFE sería el secretario de
Gobernación. Se estableció, también, el Tribunal Federal Electoral
desapareciendo, así, al Tribunal de lo Contencioso Electoral, otorgándosele
facultades para emitir resoluciones de pleno derecho (Núñez,
1993).
Al mismo tiempo, el gobierno de
la República impulsó una política social muy agresiva caracterizada por una
fuerte campaña mediática y por la incorporación de la ciudadanía a la toma de
decisiones.
El modelo de participación que
impulsaba el Estado en este programa (Programa Nacional de Solidaridad) estaba
basado en la unidad micro-local; cada proyecto, cada obra pública tenía un
“Comité de Solidaridad” que se encargaba de labores de contraloría, ejercidas
en forma directa por los beneficiarios. El presidente Salinas utilizaba las
redes creadas mediante esta política para tratar de crear una base social
paralela a la del partido oficial, el PRI, que vivía ya su decadencia, y que en
buena medida se oponía al proyecto neoliberal. Carlos Salinas trataba así de
modernizar las bases sociales del régimen autoritario y sobrepasar los órdenes
corporativos que para todo fin práctico habían dejado de tener las capacidades
de movilización y de control político reales de antaño (Olvera,
2008, p. 79).
Resultaba clara la intención
oficial con el uso del programa Solidaridad, pero ese impulso
participativo desde el oficialismo tuvo una consecuencia no esperada:
en esta misma coyuntura emerge un
concepto de participación alternativo, que es impulsado por algunos grupos del
movimiento ecologista, en un momento en el cual había un avance en la
legislación sectorial y mucha experimentación en la implementación de programas,
algunos de los cuales trataban de abrir espacios de participación directa de
los campesinos en programas de rescate de zonas naturales protegidas, así como
en el manejo de cuencas hidrológicas. Se experimentó también con la autogestión
campesina en la producción de café y en el sistema de abasto de alimentos a
zonas rurales aisladas. Estos interesantes experimentos estaban, sin embargo,
subsumidos en un mar de negociaciones particularistas, impulsadas desde el
Estado en el contexto de la masificación del Programa Nacional de
Solidaridad (Olvera,
2008, p. 80).
Para 1993, las Cámaras de
Diputados y Senadores aprobaron la segunda reforma salinista. Estas
modificaciones electorales se acompañaron de la reforma política sobre el
régimen de gobierno del Distrito Federal que otorgó facultades legislativas a
la Asamblea de Representantes. Esta serie de reformas electorales ampliaron las
atribuciones del Consejo General del IFE y los funcionarios de las mesas
directivas de casilla serían seleccionados mediante un doble sorteo. Se
reconoció la observación electoral efectuada por mexicanos (Medina,
2010). Las reformas a la Constitución y al Cofipe también comprendieron
derechos y la representación política: se incrementó el número de integrantes
del Senado con tres senadores electos por MR y uno correspondiente al principio
de primera minoría por cada entidad federativa (Sirvent,
2010).
El 1 de enero de 1994, día que
entraba en vigor el Tratado de Libre Comercio con América del Norte, se hizo
pública la existencia de un movimiento armado en el sureste mexicano: el
Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Para dar una respuesta a la inestabilidad
política, los partidos y el poder Ejecutivo, suscribieron, el 27 de enero de
ese año, “El Acuerdo por la Paz, la Democracia y la Justicia” como un marco
para que se pudieran realizar nuevos cambios legales. En marzo se dieron a
conocer los puntos para convocar al periodo extraordinario de sesiones: a) la
modificación al artículo 41 constitucional y lo relativo al Cofipe para crear
la figura de Consejero Ciudadano en lugar de la de Consejero Magistrado en el
Consejo General del IFE, y eliminar el derecho a voto que tenían los partidos
en las sesiones del IFE, y b) la reforma al Código Penal para precisar los
delitos electorales y endurecer las penas.
El 19 de abril de 1994 fueron
publicadas las reformas al artículo 41 de la Constitución mexicana. Con ello se
estableció que la organización de las elecciones federales seguiría siendo una
función estatal y el responsable sería un organismo público autónomo: el IFE.
La reforma “definitiva”
Una vez que se resolvió la
elección en donde Ernesto Zedillo resultó presidente de México, se anunció una
nueva reforma electoral –concretada en 1996– que pusiera el acento en los temas
de transparencia y equidad. El ambiente anterior a la reforma era desfavorable:
había ocurrido el llamado “error de diciembre” y sus consecuencias (el “efecto
tequila”) eran notorias. La economía en crisis.
Una de las políticas emprendidas
por el gobierno zedillista fue la descentralización de los servicios educativos
a las entidades federativas. En este marco, se alentó la concurrencia de la
ciudadanía en la toma de decisiones en ese ámbito.
El gobierno de Ernesto Zedillo
(1994-2000) impulsó algunos experimentos interesantes en el terreno de las
políticas públicas, ya que en el campo de la ecología hubo por primera vez una
política sistemática de innovación democrática a través de la autogestión de
áreas naturales protegidas. Por otra parte, en 1992 se aprobó una nueva Ley
Federal de Educación, que determinaba la creación de Consejos Sociales de
Participación en las escuelas públicas de educación básica en los niveles
estatal, municipal y por escuela, los cuales permitían el involucramiento de
los padres de familia […] (Serrano
Rodríguez, 2015, p. 107).
Algunos de los resultados de la
reforma electoral “definitiva”, así llamada por el gobierno, fueron los
siguientes: a) la autonomía total de los órganos electorales; b) la protección
de los derechos políticos de los ciudadanos alcanzó un estatuto e instrumentos
superiores a los del pasado; c) se instaló el control de constitucionalidad de
los actos en materia electoral; d) se incorporó el Tribunal Electoral al Poder
Judicial de la Federación; e) las condiciones de la competencia mejoraron; f)
se inyectó un mayor pluralismo al Senado, por medio de la elección de 32 de sus
integrantes en una lista nacional de RP, y g) se abrió el Distrito Federal a la
competencia electoral, mediante la elección directa del Jefe de Gobierno.
Finalmente, la autonomía de los
órganos calificadores y administradores de las elecciones, la pluralidad en el
Congreso, la paz social, y la movilización intensa de la ciudadanía generaron
la alternancia en la Presidencia de la República.
La reforma electoral de 1996, que
va a permitir elecciones verdaderamente competitivas a partir de 1997 en el
plano federal, va a traer consigo una nueva oleada de experimentación en los
fenómenos participativos. Para empezar, el nuevo diseño del Instituto Federal
Electoral (IFE), la llamada “ciudadanización”, permite la gestión autónoma de
la institución por parte de ciudadanos habilitados para tomar la dirección del
aparato burocrático (Consejeros Ciudadanos), quienes a su vez deben nombrar, en
“cascada”, a los encargados de organizar las elecciones federales en los
Estados (Consejos Locales), quienes a su vez deben nombrar a los encargados de
las mismas en los 300 distritos electorales del país (Olvera,
2008, p. 84).
La alternancia de 2000
En el año 2000 ocurrió la primera
alternancia presidencial en México. El PAN ganó la elección. Iniciaba una nueva
etapa política con muchas expectativas. En materia de participación ciudadana,
el nuevo gobierno consideró a las organizaciones de la sociedad civil (OSC)
como compañeras de ruta en el proceso de democratización del país. El
presidente Vicente Fox juzgaba que la democracia se fortalecía con la
participación decidida de la sociedad civil. Así lo hizo saber de manera
reiterada y hablaba que la existencia de aquella era un dique a los mecanismos
corporativistas todavía existentes en el país.
De esta manera, la Ley de
Desarrollo Social de 2003 dio la oportunidad a las organizaciones ciudadanas de
ser vigilantes de la política en la materia. Un año después, se aprobó la Ley
Federal de Apoyo a las Actividades Realizadas por Organizaciones de la Sociedad
Civil.
El cambio ha traído una nueva
manera de hacer gobierno. En el pasado se vio con recelo la participación
ciudadana; nosotros le dimos la bienvenida y la incorporamos a nuestros
proyectos y programas. En el pasado, el poder ciudadano vivió atado por el viejo
corporativismo; este gobierno garantiza la más plena libertad de asociación de
la sociedad civil y confía en su capacidad de autorregulación. Antes se
pretendía identificar lo público con las acciones de gobierno; hoy las
políticas públicas asumen su verdadera dimensión ciudadana. Ayer existía un
gobierno intervencionista y controlador; hoy el gobierno hace alianza con la
sociedad civil para promover el bien común. Aquí está el cambio; aquí hay una
nueva forma de hacer gobierno (Fox,
2004).
Al mismo tiempo, el gobierno
panista se interesó en la presencia de organizaciones internacionales en
México:
El otro eje fundamental de
política del nuevo gobierno fue la política de derechos humanos que promovió el
Secretario de Relaciones Exteriores, Jorge Castañeda. El gobierno de Fox
reforzó considerablemente la presencia de las ONG’s de derechos humanos internacionales
en el país. La vigilancia internacional en materia de elecciones ya había sido
aceptada desde las elecciones de 1994, como una forma de asegurarse la
legitimidad de las elecciones, en vista del precedente de 1988 y de la grave
situación nacional que se había producido a raíz del zapatismo y del asesinato
de Colosio. […]
Las ONG’s de derechos humanos
eran ahora invitadas a venir a México para examinar la situación en los lugares
que habían sido vedados por los últimos gobiernos del PRI, como Chiapas. Se
firmaron una serie de acuerdos con las organizaciones más importantes, entre
ellas Amnistía Internacional y Human Rights Watch (Bizberg,
2007, p. 793).
Sin embargo, la inercia del
sistema político no había cambiado a pesar de la alternancia. La relación
gobierno-sociedad fue accidentada en buena medida por la actuación de algunos
funcionarios que desconfiaban de las OSC y por el ejercicio del poder del Presidente
quien buscó “descarrilar” de la competencia electoral a un contrincante.
La Ley para reformar al
Estado
El 13 de abril de 2007 se expidió
la Ley para la Reforma del Estado y a pesar del gran interés que despertó en
círculos académicos e intelectuales, en grupos empresariales y en OSC, pronto
los ánimos disminuyeron y el resultado fue una reforma que se limitó al tema
electoral, misma que fue respaldada por todos los partidos políticos. Con esta
nueva legislación se creó un nuevo modelo político de comunicación que
disminuyó los intereses fácticos en los procesos electorales y estableció que
ni partidos ni terceras personas podrán contratar propaganda en radio y
televisión; se dispuso de los tiempos oficiales para la transmisión de la
propaganda de los partidos.
El 15 de diciembre del año 2009,
el presidente Felipe Calderón hizo pública una iniciativa de reformas a la
Constitución, integrada por 10 puntos: 1. Permitir la elección consecutiva de
alcaldes y miembros de Ayuntamientos, así como de los jefes delegacionales,
hasta por dos periodos consecutivos; 2. Permitir la reelección consecutiva de
legisladores federales por tres periodos consecutivos; 3. En la Cámara de
Senadores eliminar 32 escaños y en la Cámara de Diputados reducir 100
legisladores; 4. Aumentar de dos a cuatro por ciento el mínimo de votos para
conservar el registro de un partido; 5. Agregar la figura de “iniciativa
ciudadana”; 6. Incorporar la figura de las candidaturas independiente para
cualquier cargos de elección popular; 7. Implementar la segunda vuelta
electoral para la elección presidencial; 8. Reconocer a la Suprema Corte de
Justicia de la Nación la atribución de presentar iniciativas de ley en el
ámbito de su competencia; 9. Facultar al poder Ejecutivo de la Unión para
presentar al Congreso dos iniciativas preferentes, y 10. Establecer la facultad
del Ejecutivo para realizar observaciones a los proyectos aprobados por el
Congreso y al Presupuesto de Egresos de la Federación. La iniciativa fue
aprobada con modificaciones y el decreto se publicó el 9 de agosto de 2012.
Esta amplia agenda de cambios resultó relevante en el contexto de un proceso de
reforma integral, aunque a ratos inconexos, del Estado mexicano.
El impulso participativo de la
ciudadanía durante este sexenio ocurrió a partir del intento de establecer la
reelección legislativa, en jefaturas delegacionales y en ayuntamientos, como un
mecanismo de castigo o premio, según fuera el caso, de personas con
responsabilidades políticas. La idea era que, al establecer la reelección, los
políticos tendrían que generar redes más sólidas con los electores para
permanecer en el cargo. Esto no fue aprobado por el Poder Legislativo.
Asimismo, la figura de la candidatura independiente o sin partido era una
manera de responder a la crisis de confianza del sistema de partidos e
incentivar la participación ciudadana en las elecciones. Por su parte, la
iniciativa ciudadana buscó romper el monopolio de la creación normativa; sin
embargo, su diseño encontró restricciones como que los ciudadanos no podían
participar en los debates legislativos y que se requería un porcentaje elevado
de apoyo para presentar una iniciativa de este tipo (0.13 % de la lista nominal
de electores; alrededor de 116,000 firmas). En México, estas iniciativas no son
vinculantes, lo que significa que el documento presentado no necesariamente
será aprobado en su forma original. Desde la aprobación de este mecanismo, se
han presentado 12 iniciativas, pero ninguna ha sido votada por el pleno del
Poder Legislativo.
El regreso del PRI y el
triunfo de la izquierda
En 2012, después de dos sexenios
del PAN, ganó las elecciones presidenciales el candidato del PRI, Enrique Peña
Nieto. Su triunfo pareció representar un voto de confianza renovada al partido
hegemónico del siglo XX. Inmediatamente, emprendió una agenda reformista muy
ambiciosa enmarcada en el “Pacto por México”. A diferencia de lo que había
acontecido en otros gobiernos, las reformas no se limitaron al ámbito
electoral, aunque existió una en ese tema.
En este sexenio sí se aprobó la
reelección de alcaldes y diputados federales y senadores. El razonamiento fue
similar al empleado antes: la crisis de confianza de los partidos políticos, y
la necesidad de supervisar la función pública. Un aspecto relevante vinculado a
la participación ciudadana fue la promulgación de la Ley Federal de Consulta
Popular en marzo de 2014, que define a este mecanismo como un “instrumento de
participación por el cual los ciudadanos, a través de la emisión del voto
libre, secreto, directo, personal e intransferible, toman parte de las
decisiones de los poderes públicos respecto de uno o varios temas de
trascendencia nacional o regional competencia de la Federación.” Durante el
sexenio de Peña Nieto este mecanismo no fue activado. No obstante, se
desplegaron iniciativas de carácter ciudadano utilizando la plataforma
change.org y movilizaciones para solicitar la renuncia del Presidente. El
descontento con los escándalos de corrupción y la impunidad era elevado.
Cosa distinta ocurrió con el
gobierno de Andrés Manuel López Obrador, ganador de la elección de 2018 y
primer presidente de México asumido de izquierda. Él ha colocado en el centro a
la participación ciudadana. Recurre constantemente a lo que él llama el pueblo
“bueno y sabio” para obtener apoyo a sus decisiones y, en este sentido, ha
convocado a distintos ejercicios participativos, llamadas por su gobierno
consultas populares, aunque no reúnen los requisitos de la ley en la materia,
salvo una. El procedimiento para celebrar una consulta es el siguiente:
(a) quién o quiénes están
realizando la consulta, qué facultades tienen para hacerlo, qué requisitos
deben de seguir dependiendo de quién la realiza, determinar si los individuos
que realizan las consultas son ciudadanos o no; (b) el Instituto Nacional Electoral
deberá verificar si la consulta popular se refiere a temas de trascendencia
nacional y regional, así como realizar el cómputo de los ciudadanos que
intervienen en la consulta popular; (c) la Suprema Corte de Justicia de la
Nación, deberá emitir una resolución en la que analice la constitucionalidad o
no de la pregunta (s) propuestas en la petición de consulta; (d) una vez
reconocida la constitucionalidad de la materia por la Suprema Corte de Justicia
de la Nación, al interior del Congreso de la Unión, la consulta deberá de ser
aprobada por la mayoría de cada Cámara del Congreso, o se procederá a su
archivo como asunto total y definitivamente concluido; (e) cómputo final de la
votación, en la que influyen cuestiones y decisiones políticas las cuales en
ocasiones se vuelven en realidad conflictos socio-políticos (Folino
González, 2021, pp. 10-11).
Además, para que una consulta
tenga el carácter vinculante se requiere que participe más del 40 por ciento de
la lista nominal; es decir, poco más de 35,000,000 de ciudadanos.
Aún antes de tomar posesión,
López Obrador convocó a una consulta popular con la pregunta: “¿Cuál piensa
usted que sea mejor para el país? A) reacondicionar el actual aeropuerto de la
Ciudad de México y el de Toluca y construir dos pistas en la base aérea de
Santa Lucía; o B) continuar con la construcción del nuevo aeropuerto en Texcoco
y dejar de usar el actual Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México.”
Este ejercicio se realizó entre el 25 y el 28 de octubre de 2018 en 538
municipios. Este ejercicio no satisfizo los requisitos de la ley ya que el INE
no participó y la Suprema Corte no revisó la constitucionalidad de la pregunta;
además, no podía ser vinculante por el número de personas que participaron
(alrededor del uno por ciento de la lista nominal). Esta acción tuvo
motivaciones políticas cuya intencionalidad fue descartar la edificación del
aeropuerto en Texcoco. La segunda consulta tuvo como objetivo recabar el
parecer de la población sobre otro de los megaproyectos de la administración
federal 2018-2024: el Tren Maya. La consulta tuvo como pregunta: “¿Estás de
acuerdo en que se construya el proyecto integral del Tren Maya?”, y se realizó
el 24 y el 25 de noviembre de 2018. La polémica por este ejercicio y por la
obra fueron mayúsculas porque se relaciona con la consulta previa que debe
realizarse a los pueblos originarios cuando se desarrolla una obra de estas
magnitudes. Al igual que con el ejercicio anterior, no participó el INE ni la
Suprema Corte.
La Secretaría de Gobernación
organizó una consulta en los siguientes términos: “1. Estoy de acuerdo en que
se termine de construir en Mexicali la planta de cerveza de Constellation
Brands porque ya han invertido y se crearán empleos, sin afectar el abasto de
agua para la población. / 2. No estoy de acuerdo en que se termine de construir
en Mexicali la planta de cerveza de Constellation Brands porque no quiero que
se use el agua para este tipo de industria”. Esta consulta se realizó en Baja
California, el 21 y 22 de marzo de 2021, y como las dos anteriores, no reunió
los requisitos mandatados por la ley.
En agosto de 2021, se realizó la
primera consulta popular que sí cumplió con la norma. La pregunta fue “¿Estás
de acuerdo o no en que se lleven a cabo las acciones pertinentes con apego al
marco constitucional y legal, para emprender un proceso de esclarecimiento de
las decisiones políticas tomadas en los años pasados por los actores políticos,
encaminado a garantizar la justicia y los derechos de las posibles víctimas?”.
Con esta consulta, se dijo, se juzgaría a los expresidentes mexicanos. La
Suprema Corte validó la pregunta y el INE instaló 57,124 mesas receptoras en el
país. La participación, no obstante, no alcanzó el 40 por ciento para que fuera
vinculante: el porcentaje de asistentes fue de 7.11 por ciento de la lista
nominal (Xantomila
& Urrutia, 2021). Resulta claro el interés del Presidente López Obrador
por convocar a la ciudadanía a involucrarse en los asuntos públicos, pero
también es notoria la poca observancia de la ley lo que resulta peligroso,
porque se vulnera el Estado de Derecho sobre el que se asienta el régimen
democrático.
CONCLUSIÓN
El trayecto reformista mexicano
ha sido largo. Las movilizaciones sociales por mayores libertades y derechos
impactaron en la configuración del sistema político y en el régimen de
gobierno. Se pasó de un sistema cerrado y homogéneo a uno más abierto y diverso;
el régimen, por su parte, se hizo “más” democrático; es decir, si bien la
democracia está consagrada en la Constitución de 1917 desde su promulgación –y
en las anteriores de corte liberal– lo cierto es que los mecanismos de control
del poder eran inexistentes en la práctica y la hegemonía de un partido hacía
de la disciplina una de sus principales herramientas.
De manera gradual, pero sin
descanso, con la organización ciudadana y con algunas disidencias desde el
poder, el catálogo de derechos político-electorales en México se fue ampliando.
De la participación únicamente el día de la jornada electoral, hoy un grupo de
personas puede presentar una iniciativa de ley o convocar a un plebiscito,
siempre, claro, que se satisfagan los requisitos.
Se puede concluir que la
participación ciudadana en México ha venido superando los cauces partidistas y
encontrado expresiones más directas como la iniciativa ciudadana o la consulta
popular –en el marco de la reforma del Estado, traducida como reforma electoral–.
Finalmente, resulta importante tener presente que estos mecanismos no
debilitan, per se, a la democracia representativa, pero pueden
pervertirla si son empleados de manera arbitraria y para legitimar decisiones
tomadas con anterioridad desde el poder, por ello importa la división del poder
tanto vertical como horizontal, y la supervisión atenta de la sociedad.
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