Este es el boletín de la sección de Madrid de EL PAÍS, que cambia de periodicidad y de autor. A partir de ahora, saldrá los martes a las seis de la tarde con la firma de Miguel Ezquiaga. Los viernes, Héctor Llanos Martínez mantiene su entrega, dedicada a propuestas para el finde y que os llegará a mediodía. Si no estás suscrito, puedes apuntarte aquí.
Toc, toc. ¿Hay alguien ahí?
Me presento: Soy Miguel Ezquiaga, redactor del periódico, y me hago cargo de este boletín. Lo enviaré cada martes con la idea de que hurguemos juntos en las entrañas de Madrid. Ahora que ya me he colado en tu bandeja de entrada, empecemos:
La reivindicación de la identidad madrileña es un fenómeno tardío. Ya conocéis los tópicos: esta es una ciudad acogedora y abierta, con la mejor agua de grifo. Solo en nuestros bares la espuma de una caña se tira con verdadera consistencia. Teniendo en cuenta que madrileños con pedigrí hay pocos, el sentido de pertenencia a la capital resulta harto flexible. Tanto, que cualquiera puede considerarse de aquí, dicho sin connotaciones negativas.
En la villa y corte convergen costumbres de todos los puntos de España que se han ido asumiendo como propias, generando un acervo cultural que estos días encuentra su máxima expresión en la pradera de San Isidro. Nunca había visto por allí tanto traje de chulapo, tanto mantón de Manila, tanto garbo. Los madrileños necesitaban exhibir su folclore, como hacen en Sevilla durante la Feria de Abril. Pasearse a cuerpo gentil, armar la tremolina, cambiar las sevillanas por un apretado chotis y publicarlo en Instagram.
El alcalde, José Luis Martínez Almeida, sorprendió a todos cuando bailó uno en su boda con Teresa Urquijo, a la que asistieron la plana mayor del Partido Popular y buena parte de la aristocracia de Madrid. El guiño da la medida de un regionalismo en construcción que se abre paso a izquierda y derecha. Para los conservadores, lo madrileño constituye una forma sublime de españolidad, el contrapeso de los nacionalismos periféricos. El progresismo apela entretanto a la forma de vida tolerante que se respira en la capital. Y reivindica el componente colectivo de sus fiestas populares.
En la calle, el papel de los creadores de contenido es clave. Algunos de ellos han encontrado en las fiestas de San Isidro un territorio sin apenas competidores, virgen de instagramers y tiktokeros, que en estas fechas suelen dejarse ver en las ferias del sur. Sus vídeos amplifican el público de las verbenas. El madrileño de pro, que vivía hasta hace poco con ligereza esto de las tradiciones, se suma a la moda con un punto de nostalgia de la niñez. Andamos todos como febriles, en busca de certezas a las que aferrarnos.
Y tú, ¿qué opinas? Te leo en nlmadrid@elpais.es. |