Multitudes entusiastas sonriendo junto a un ahorcado con los pies quemados. Agrupados junto a lo que la cantante Billie Holiday lamentara en su canción Strange Fruit (Fruta extraña). Hace aproximadamente un siglo, los linchamientos eran una celebración social. Los habitantes blancos de los pequeños municipios del gallardo sur estadounidense se anticipaban y celebraban el espectáculo matutino que suponía el estrangulamiento de cuellos negros. Retorcidos en ramas gruesas de árboles, los cuerpos y, en ocasiones, incluso sus partes íntimas, se exhibían como esculturas públicas descomponiéndose bajo el calor abrasador. Al mostrarse públicamente, los linchamientos acallaban el potencial malestar social en las ciudades y territorios empobrecidos. Los cadáveres en descomposición son un fuerte aglutinante social. Jesse Washington fue un caso emblemático. Mientras la Primera Guerra Mundial devastaba Europa, la guerra civil interminable y silenciosa seguía devorando a los Estados Unidos. Washington fue acusado de violar y asesinar a Lucy Fryer, la esposa de su patrón. En aquel entonces, al igual que ahora, condenar a sospechosos a muerte era un pilar fundamental del sistema judicial de Texas. Los blancos que recibían la sentencia de muerte, morían en privado: en sillas eléctricas o mediante inyecciones letales en entornos controlados. A los negros se les negaba una ejecución digna y discreta. El propio Washington se convirtió en un ejemplo. Lo sacaron a rastras del tribunal amañado y le pusieron una cadena alrededor del cuello y lo llevaron en procesión por la calle mientras los espectadores lo apuñalaban y mutilaban. Para vengar la pureza de la raza blanca, los lugareños lo inmovilizaron y lo castraron. Antes de convertirse en espectáculo repulsivo a la vista de todos, hicieron una hoguera y lo arrojaron a las llamas, donde se quemó hasta quedar completamente carbonizado. Cuando lo colgaron frente al ayuntamiento de Waco, era difícil discernir qué quedaba de él como ser humano. La violencia convierte a alguien en algo.
Carbonizar cuerpos negros era un acto tan calculado como carnal. Linchar a «otros» y exhibirlos en plazas públicas rara vez era espontáneo. De hecho, como todas las celebraciones comunitarias, era un acto organizado y coreografiado con intención política desde el principio hasta el final...
No hay comentarios:
Publicar un comentario