Esta es la newsletter de Madrid. La escribimos un grupo de redactores de EL PAÍS que cada día ponemos a prueba por la vía empírica la máxima De Madrid al Cielo. La enviamos de lunes a jueves a las seis de la tarde, y los viernes, dedicada a propuestas de cultura para el finde, a mediodía. Si no estás suscrito y te ha llegado por otro lado, puedes apuntarte aquí.
En Madrid hay protestas perpetuas. Todos los jueves, sagradamente, desde septiembre de 2020, salen los vecinos de Carabanchel a manifestarse por la falta de médicos en el centro de salud de Abrantes. En San Blas-Canillejas, es frecuente encontrarse carteles de color lila en los muros del barrio que anuncian una nueva concentración de la asociación de feministas del distrito. Al menos una vez al mes, desde septiembre pasado, se tiene noticia de una manifestación de los vecinos de Montecarmelo, que se oponen a la construcción del cantón de limpieza junto a dos colegios y un jardín infantil. Y las plataformas ciudadanas contra la tala por la construcción de la extensión de la línea 11 del metro aprovechan cada oportunidad para sacar sus carteles de No a la tala y las ya conocidas figuras de Almeida y Ayuso con motosierras: lo hicieron este fin de semana, en un pasacalles reivindicativo “por un Madrid Verde y habitable”.
Y así se podrían seguir listando. Sin ir más lejos, este fin de semana hubo, otra vez, dos protestas perpetuas… de las clásicas. Hubo marea verde por la educación y una concentración en defensa de la sanidad pública.
Los cantos, de tanto y tanto repetirse, parecen el rezo del rosario. Los carteles, de tanto y tanto salir a las calles, cada vez están mejor elaborados: están plastificados o llegan decenas iguales en carritos de compra.
No es pecado que haya protestas perpetuas. La crítica no es contra ellos, ni más faltaba. A mí lo que me angustia es que nada cambie. Que los ciudadanos salgan, una y otra vez, exigiendo lo mismo, cantando lo mismo, cargando los mismos carteles. Y que los periodistas recibamos, cada tanto, las mismas convocatorias y manifiestos y, a veces, no encontremos noticia. Por desgracia, por cuenta de la misma inercia de quienes toman decisiones, a veces las luchas se vuelven paisaje, las ingeniosas frases de los carteles se acumulan en archivos fotográficos y los gritos en los megáfonos terminan por fundirse con el barullo de la ciudad. |