Esta es la newsletter de Madrid. La escribimos un grupo de redactores de EL PAÍS que cada día ponemos a prueba por la vía empírica la máxima De Madrid al Cielo. La enviamos de lunes a jueves a las seis de la tarde, y los viernes, dedicada a propuestas de cultura para el finde, a mediodía. Si no estás suscrito y te ha llegado por otro lado, puedes apuntarte aquí.
Hace unas semanas dos tiktokers de medio pelo fueron detenidos acusados de agresión sexual a varias chicas, muchas de ellas, menores. Eran los Petazetaz. Antes, las violaciones eran eso que sucedía de noche, en un portal oscuro. Ahora, esta violencia sexual también es susceptible de ser grabada y retransmitida. Pero, en ambos casos, se cuestiona si ha existido realmente un abuso, porque ni siquiera una casa llena de cámaras en cada esquina es garantía de estar segura.
En este asunto todo ha sucedido a la vista del público en general desde el principio hasta el final. Registrados han quedado los abusos, pero también los juegos con la droga que presuntamente utilizaban los detenidos para someter a las menores a las que luego agredían sexualmente. También el runrún sobre sus agresiones se hizo público en las redes antes de que llegara la policía. Una chica empezó a ver que había algo raro en las fiestas en casa de esos dos influencers que hacían vídeos supuestamente de humor. Ella misma tuvo un encontronazo en una de estas visitas. Para denunciarlo, en lugar de acudir a la policía, publicó un vídeo en TikTok.
La que acabó yendo a la policía fue una joven que había vivido durante un tiempo en la casa del mayor de los Petazetaz, un hombre que, a sus 30 años, estaba siempre rodeado de adolescentes. Una vez que estalló el caso, también ella emitió en directo en sus redes sociales el relato de los acontecimientos. Todo en este caso ha sido como una película en tiempo real, en el que cada protagonista grababa sus propias escenas. En esta historia de terror, los móviles y las redes tienen un papel tan importante como cualquiera de sus integrantes.
No ha quedado nada de esta historia sin transmitir a través de una pantalla. Por emitirse se ha emitido hasta la detención del mayor de los presuntos agresores. En el momento en el que los agentes entraron en su casa para ponerle las esposas, una menor que vivía en su casa en ese momento estaba retransmitiendo en directo una partida de un videojuego. En las imágenes, se ve cómo la adolescente avisa al hombre de que han llamado a la puerta. A continuación, se adivina a uno de los agentes a espaldas de la chica que le pide que finalice la conexión en directo y ella obedece y apaga.
Ahora, los agentes pasarán los próximos meses viendo centenares de horas de imágenes y mensajes para reconstruir todo lo que sucedía en esas fiestas bañadas en chorri —como ellos llamaban a la droga GHB que anula la voluntad—. Una tarea ardua para exponer la violencia de unos personajes en constante exposición. |
No hay comentarios:
Publicar un comentario