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No querría yo engañarlos con el titular. Si lo he hecho, les pido disculpas, pero no me refería a la cantante, sino a la escritora. Seguramente, ya sabrán que ayer hubo elecciones autonómicas en Galicia y que Alfonso Rueda renovó la mayoría absoluta del PP en la comunidad. Están hoy los periódicos, las radios y las televisiones llenas de analistas que intentan sacarle punta a la jornada electoral y extraer una lectura en clave nacional (madrileña) de los resultados. Dudo mucho que lleguen a alguna conclusión de consenso, eso sería el fin de las tertulias. De lo que no tengo dudas es de que la conexión que une a Galicia con Madrid es mucho, muchísimo más que política.
Rosalía de Castro es considerada una de las escritoras por excelencia de la literatura gallega y también de la española. Se habrán dado cuenta de que desde hace unos años se ha puesto de moda renombrar las grandes estaciones y aeropuertos con nombres de figuras importantes. Tenemos la estación de Madrid Puerta de Atocha – Almudena Grandes, el aeropuerto Josep Tarradellas Barcelona-El Prat o, en el caso gallego, el aeropuerto de Santiago-Rosalía de Castro. Siempre me ha parecido un poco cutre pero, sobre todo, demasiado pretenciosa y grandilocuente esta moda de rebautizar las infraestructuras de transporte. Se quedan nombres excesivamente largos, poco prácticos y, a veces, irrecordables.
Las plaquitas de Madrid, en cambio, son otro rollo. Pacientemente y con discreción, esperan a que alguien se fije en ellas, a que alguna persona despistada las mire. Y eso fue lo que me ocurrió con la de Rosalía de Castro, que está en la calle Ballesta, número 15. Durante los años que llevo en Madrid había pasado infinidad de veces por esa calle y nunca la había visto, ¿cómo podía ser posible? No lo sé, pero me gusta que esta ciudad me siga sorprendiendo de vez en cuando, eso ayuda a romper la monotonía del asfalto.
Resulta que la escritora gallega llegó a Madrid con solo 19 años y vivió en Malasaña, en casa de una familiar de su madre. Aquí conoció al que fue su marido, el periodista y escritor Manuel Murguía, con quien se casó en la iglesia de San Ildefonso. Rosalía pasó a la historia por devolverle al gallego su carácter de lengua culta, por abrir camino en la poesía española moderna, por desempeñar un papel pionero en el pensamiento feminista y por su marcado carácter existencialista. Para mí, sobre todo, por esto último. La tristeza y el pesimismo son los protagonistas de sus trabajos. Se ve muy bien en libros como En las orillas del Sar, Cantares Gallegos o en uno de sus poemas más conocidos, Negra sombra, que se incluye dentro de la obra Follas Novas. La importancia de la figura de Rosalía de Castro no es solo literaria, sino también lo es por la manera y el carácter con el que afrontó su corta vida. Otro escritor, Curros Enríquez, dijo de ella que “Rosalía es la Galicia que pasa rumiando su tristeza de siglos”.
Es curioso, cuanto menos, descubrir que un símbolo y mito de la cultura gallega de las dimensiones de Rosalía de Castro vivió en Malasaña. No en la de La Vía Láctea o en la de las cafeterías cuquis, sino en el siglo XIX. De hecho, hoy en día no sería tan extraño, teniendo en cuenta que uno de cada cuatro gallegos que hacen la maleta para emigrar se vienen a la capital de España. Algunos intelectuales hablan de que lo que hay en Galicia no es una patria sino una matria, por el papel fundamental de la mujer en la sociedad y la cultura gallega. Justo hace unos días, el escritor Manuel Rivas publicaba en EL PAÍS un artículo con el título Galicia es mujer. La placa que me encontré en la casa de Rosalía en Madrid, como se ve en la foto, hace mención a su primera obra, La Flor, que yo no conocía y que termina precisamente, con una mujer que fallece lentamente.
Y cuando al fin ya del todo la flor se quedó sin vida, la joven con ella unida murió marchita también |
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