Nadie se despierta un día y decide dejar atrás su casa, su familia, sus amigos y todos los recuerdos de su infancia para irse a un país extranjero donde ni siquiera puede explicar su dolor a un médico. Pero, a veces, no hay otra opción. Huimos de nuestros países buscando seguridad, y lo que encontramos en el camino es más sufrimiento.
Salí de mi país creyendo que Turquía sería un lugar seguro, pero era mentira. Allí sufrí racismo por primera vez. En el autobús, los turcos se negaban a sentarse cerca de mí, se tapaban la nariz como si apestara. Luego la cosa empeoró. Me encarcelaron durante dos meses por no tener papeles.
La vida en prisión fue deshumanizante. Todo estaba controlado: cuándo podíamos salir a tomar aire, cuándo comer. Éramos seis adultos y dos niños metidos en una celda diminuta. El desayuno, la comida y la cena tenían horarios estrictos: un trozo de pan, algo de sopa, una botella de agua. Los bebés lloraban de hambre por la noche, pero los guardias solo les gritaban a sus madres en turco.
Después de dos meses, dijeron mi nombre y me dieron unos papeles para firmar. Estaba "libre", pero solo durante 30 días, antes de la deportación. No podía volver a casa: significaba la muerte. Sin saber adónde ir, seguí a una chica que había conocido en prisión. Solo tenía 100 dólares, se los di con la esperanza de que me ayudara a llegar a un lugar seguro.
....
Leer el artículo completo aquí
No hay comentarios:
Publicar un comentario