Territorial resilience, a conceptual proposal for Nuestra América
Jazmín Arias
Hernández jariash@unal.edu.co
Corporación Universitaria Minuto
de Dios, Colombia
Resiliencia territorial, una
concepción para Nuestra América
ACADEMO, vol. 11, núm. 2, pp.
109-124, 2024
Universidad Americana
Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons
Atribución 4.0 Internacional.
DOI: https://doi.org/10.30545/academo.2024.may-ago.2
Resumen:Los territorios de
Nuestra América han estado sometidos a dinámicas naturales y sociopolíticas que
los ponen en riesgo. Sin embargo, las autoridades gubernamentales han preferido
implementar estrategias de países considerados desarrollados, en lugar de aprender
de las experiencias pasadas y emplear el conocimiento local. Por tanto, a
partir de la necesidad de reflexionar sobre la importancia de construir
propuestas para la resiliencia integral de los territorios, teniendo en cuenta
las características y potencialidades ecosistémicas y socioculturales locales,
se destacan las particularidades históricas y los aspectos de ecología política
a considerar al pensar en la construcción o fortalecimiento de resiliencia en
Nuestra América.
Palabras clave:Resiliencia,
pensamiento crítico, análisis de sistemas, América Latina, desarrollo regional.
Abstract:The territories of Nuestra América have
been subjected to natural and sociopolitical dynamics that put them at risk.
However, governmental authorities have preferred to implement strategies
borrowed from the so-called developed countries rather than to develop their
own strategies based on local past-experiences and knowledge. Therefore, from
the need to reflect on the importance of construct proposals for the integral
resilience of the territories, considering the characteristics and potential of
local ecosystems and sociocultural aspects, the historical particularities and
political ecology aspects stand out. Those are important in the construction or
strengthening of resilience in Nuestra América.
Keywords:Resilience, critical thinking, systems
analysis, Latin America, regional development.
INTRODUCCIÓN
Los análisis territoriales y la
propuesta de alternativas para la transformación de sus realidades parte,
consciente o inconscientemente, de un posicionamiento epistemológico y teórico,
es decir, desde el lugar de enunciación en el que se encuentra el personal
investigativo, ejecutor o tomador de decisiones, sus presupuestos, cosmovisión
y conocimientos. El subcontinente latinoamericano ha estado sujeto durante la
mayor parte de su historia moderna y posmoderna, a corrientes epistemológicas y
teóricas ajenas a su contexto; y, por lo tanto, es necesario poner en tensión
la pertinencia de análisis e intervenciones situadas que partan de una mirada
interna.
Así pues, con el objetivo de
desarrollar una discusión teórico-conceptual en torno a la resiliencia
territorial desde una perspectiva ambientalista latinoamericana, como propuesta
epistémica y conceptual de análisis territoriales, este documento expone los
aspectos más relevantes del Pensamiento Ambiental Latinoamericano (PAL),
iniciando con la comprensión del pensamiento ambiental y la necesidad de un
pensamiento ambiental propio de Nuestra América, así como sus perspectivas.
Posteriormente, se aborda la resiliencia territorial, partiendo del origen de
la resiliencia y sus aplicaciones como concepto, su contextualización en
análisis territoriales y las vertientes que pueden identificarse. La última
sección integra los dos ejes de análisis, a través de la disertación de los
aspectos para tener en cuenta en la construcción de territorios resilientes en
Nuestra América. Sin embargo, es necesario partir justificando la selección de
este concepto como denominación territorial identitaria.
A finales del siglo XIII e
inicios del XIX, la búsqueda y construcción de una identidad política
continental, llevó a las élites nuestroamericanas a la propuesta de diversas
denominaciones para el reconocimiento ante Europa y de carácter diferenciador
ante Norteamérica (América, Colombia, Hispanoamérica, América Latina), siendo
“América Latina” la que ganó mayor aceptación a mediados del siglo XIX, en
parte por la promoción realizada por el gobierno francés bajo una política
expansionista (Aillón
Soria, 2009; Granados
García, 2009).
El concepto de latinidad[1] estuvo
ligado desde su concepción a una raíz europea, en procura del deseo de que los
habitantes de las antiguas colonias iberoamericanas fueran considerados en la
construcción identitaria de Europa, si bien políticamente independientes de
ella (Aillón
Soria, 2009). La denominación de América Latina lleva implícita entonces la
búsqueda de validación y reconocimiento europea.
En contraposición, a finales del
siglo XIX, José Martí, al reconocer la necesidad de romper con esta
dependencia, ya no política (o ya no, aparentemente política) sino social y
cultural de Estados Unidos y Europa, propone el concepto de “Nuestra América”,
para referirse al territorio que abarca desde el río Bravo hasta el sur del
continente americano; con ello, reconoce el surgimiento de pueblos nuevos,
originados por la mezcla nativa con lo europeo y que por tanto requiere la
construcción y búsqueda de formas nuevas y propias (López-Civeira,
2019).
Y si bien podría considerarse
como un asunto menor la forma en la que se denomina al territorio, implica
aspectos directamente relacionados con la identidad de las poblaciones que lo
habitan, misma que ha sido objeto de análisis (muchas veces por parte de
expertos extranjeros) para explicar lo que une como colectivo a las sociedades
de los Estados nacionales que componen al subcontinente; inicialmente la
nominación de nuestro territorio grande provino de Europa (Indias, Indias
Occidentales, Nuevo Mundo, América), luego, con las independencias, aparecieron
otras denominaciones (América, América española, América del Sur, América
Latina, Hispanoamérica, Indoamérica), y finalmente, en la segunda posguerra
prevaleció el nombre de América Latina, impuesto para mantener en la
conciencia, el vínculo (solidario) con la Europa Latina (Altamirano,
2021).
Hablar de Nuestra América
reconoce entonces la heterogeneidad poblacional de sus territorios, incluyendo
las poblaciones originarias, las poblaciones afrodescendientes, las poblaciones
europeas y las poblaciones mestizas que apropian/reapropian no sólo los
espacios, sino una connotación de identidad que evoluciona con las
transformaciones políticas y culturales que le afectan, deslindándose así de un
nombre que mantiene tintes coloniales, ligado a un pasado que si bien es
determinante en el presente, no representa ya (si es que alguna vez lo hizo) la
unidad cultural de sus habitantes.
Se asume entonces en este
artículo, bajo la línea martiana, que Nuestra América es el territorio al sur
del río Bravo al que pertenecen no sólo, ni necesariamente, aquellas personas
que han nacido allí, sino quienes se sienten identificadas y vinculadas a su
historia, así como a su diversidad biológica, étnica y cultural.
METODOLOGÍA
La investigación se realizó bajo
un enfoque cualitativo, con base en una tipología de carácter documental y
siguiendo métodos de análisis crítico para contrastar las posturas y
enunciados. Para ello, se recabó de forma exhaustiva, información documental correspondiente
a los tópicos relacionados con pensamiento ambiental latinoamericano y
resiliencia territorial, tanto a través de bases de datos abiertas, algunos
documentos de bases pagadas y consulta de repositorios bibliográficos.
RESULTADOS Y DISCUSIÓN
Pensamiento ambiental
latinoamericano
El pensamiento, es decir, la
interpretación racional (reflexiva) de la realidad, permite la articulación y
análisis de los fenómenos que nos interesan desde un lugar de enunciación
abstracto que favorece la funcionalidad de las reflexiones, pero se aleja del
contacto sensible e inmediato con el entorno natural (Ángel
Maya, 2014). Surge entonces la necesidad de encontrar una estrategia en la
que los procesos reflexivos y analíticos mantengan un contacto real y cercano
con la praxis, con el fin de que los desarrollos abstractos puedan ser
aterrizados en situaciones tangibles. A partir de lo anterior, se puede asumir
que el pensamiento ambiental es la interpretación racional del ambiente, pues
se piensa y se reflexiona sobre él. Sin embargo, es importante aclarar que este
no es sinónimo de naturaleza, entorno o sistema biofísico, como usualmente se
asume, y por lo cual es común ver que se habla de ambiente y naturaleza de
forma indistinta.
El concepto de ambiente ha venido
evolucionando desde el último cuarto del siglo XX, pasando de una designación
meramente naturalista a un reconocimiento cada vez mayor, del papel de las
actividades humanas, pero sin dejar de relacionarlo con la naturaleza; es
decir, ha incorporado a la sociedad, no como componente, sino como agente que
interactúa con su entorno biofísico (Mendonça,
2001). Así, bajo una concepción compleja y holística, el ambiente se define
como un sistema multidimensional en el que confluyen la naturaleza (sistema
biofísico o ecosistémico), los patrones socioculturales y la implementación de
un modelo político-económico (Carrizosa
Umaña, 2000; Faccendini,
2019) en donde se incluyen las intervenciones humanas sobre la naturaleza (Seoane,
2017) y la influencia de esta sobre las características socioculturales (Figura 1).
Dicha visión favorece la comprensión compleja necesaria para reconocer la
multiplicidad de realidades ambientales, reflexionar sobre ellas, reconocer las
potencialidades, problemáticas y conflictos, y reorientar a las sociedades en
su transformación.
Figura 1. Esquema
gráfico del concepto “ambiente”.
Figura 1.
Esquema gráfico del concepto “ambiente”
En consecuencia, el pensamiento
ambiental se constituirá en el análisis racional (en tanto se piensa) de las
interacciones entre los subsistemas del ambiente, sus causas, vías de mediación
y consecuencias; y dado que las características ambientales de cada territorio
serán por lo tanto particulares, es necesario construir un pensamiento
contrahegemónico que defienda la diversidad de miradas y la propia identidad
nuestroamericana, que se ha venido construyendo, deconstruyendo y
reconstruyendo históricamente con cambios políticos en el territorio.
El “Manifiesto por la Vida”
constituye un hito importante en la justificación de la necesidad de un
pensamiento propio, lejos de los paradigmas dominantes de la colonialidad (en
el que se menosprecian visiones y culturas no occidentales, y se perciben como
atrasadas y bárbaras), el capitalismo (que privilegia la explotación y
mercantilización de la naturaleza y las personas como medio para perpetuar un
sistema político y económico que considera la única forma de construir
desarrollo y avance) y el patriarcado[2] (que menoscaba todo
aquello que se percibe femenino: los cuerpos, los comportamientos, las labores,
la tierra)[3], que son causa de la crisis ambiental/civilizatoria,
definida como: “La crisis de un modelo económico, tecnológico y cultural que ha
depredado y negado a las culturas subalternas. El modelo civilizatorio
dominante degrada el ambiente, subvalora la diversidad cultural y desconoce al
Otro (al indígena, al pobre, a la mujer, al negro, al Sur) mientras privilegia
un modo de producción y un estilo de vida insustentables que se han vuelto
hegemónicos en el proceso de globalización” (Galano
et al., 2002, p. 17). Ese otro está presente y pulsante en Nuestra América,
y es desde allí donde puede comprenderse su complejidad y pensarse en función
de su historia pasada y futuro deseado.
Por tanto, la importancia del
pensamiento ambiental latinoamericano radica en que permite analizar las causas
de las problemáticas y conflictos ambientales, cuestionando los paradigmas y
prácticas de las racionalidades económicas y jurídicas que han justificado la
ruptura de las relaciones armónicas y sostenibles entre la sociedad y la
naturaleza, reconociendo la validez de las prácticas ancestrales de los
diversos grupos étnicos y su evolución cultural (Leff,
2017), como primer paso para la transformación de realidades.
Por qué, para qué un
pensamiento ambiental latinoamericano
La invasión europea de Nuestra
América trajo consigo relaciones de poder que se mantienen hasta nuestros días
y han involucrado la explotación indiscriminada de la naturaleza, la
apropiación inequitativa de recursos y la distribución conveniente de los perjuicios
ambientales; todo sustentado en ideologías occidentales de “progreso” (D’Amico
& Agoglia, 2019; Martínez-Alier
et al., 2016).
Pero adicionalmente, el dominio
Norte-Sur ha sobrepasado los límites de lo tangible y puede evidenciarse
incluso en el conocimiento[4], tanto de manera general, como en las
ciencias sociales en particular; este conocimiento toma la forma de regulación
(de
Sousa Santos, 2006), determinando/imponiendo aspectos como los esquemas de
inteligibilidad, agendas de investigación, estrategias de activismo social y su
incidencia en política pública, así como los mecanismos que pueden resolver las
problemáticas políticas, sociales y económicas en los países que requieren
“desarrollarse” (Escobar,
2010).
Esta colonización del
conocimiento, además de invisibilizar la organización simbólica de las
culturas, enmascara y normaliza las relaciones de poder de los saberes y
pretende estudiar otras sociedades bajo lógicas y categorías ajenas (Leff,
2017), desconociendo o subvalorando cosmovisiones, miradas y propuestas que
no encajan en sus intereses, dogmas o estándares[5].
Ejemplo de ello es la vocería que
históricamente han tomado las naciones dominantes para hablar sobre los estados
políticos, económicos, sociales y ecosistémicos de los países que consideran
subdesarrollados, representándolos como urgidos de ayuda occidental, porque por
supuesto, son valorados a partir de parámetros occidentales (Escobar,
2010). Lo que no es comprensible, es que en Nuestra América nos midamos con
parámetros ajenos, que sólo contribuyen a desdibujar nuestros rasgos e
identidad, perder libertar y hacernos más solitarios; si bien podemos pensar en
objetivos comunes, los métodos habrán de ser distintos, puesto que nuestras
condiciones son diferentes (García
Márquez, 2015).
de
Sousa Santos (2006) plantea cómo los poderes dominantes producen modos
que niegan, invisibilizan o descartan las formas alternativas de existir y
concebir las realidades, a través de la monocultura del saber y del rigor del
saber (la ciencia moderna y la alta cultura son los cánones de verdad y
estética, respectivamente; todo lo que no encaja allí, se cataloga como
ignorancia o incultura), la monocultura del tiempo lineal (la historia tiene un
único sentido y dirección, avanzando siempre a mayores estados de desarrollo;
todo lo que no sigue ese camino conocido como “progreso”, es denominado como
subdesarrollado, obsoleto o primitivo), la lógica de la clasificación social
(las poblaciones son clasificadas en categorías que naturalizan las jerarquías,
como en los casos étnicos y de género; se justifica así, la inferioridad
insuperable y natural), la lógica de la escala dominante (lo universal y lo
global privilegian las generalidades; no sólo excluyendo lo particular y local,
sino que lo someten a las fórmulas universales y globales, desvirtuándolos como
alternativas creíbles) y la lógica productivista (sustentada en el crecimiento
económico y los medios productivos que lo procuran; todo aquello que no conduce
a la maximización del capital -natural y de trabajo-, es considerado improductivo).
Por supuesto, el pensamiento
ambiental no escapa a esta relación de poder. De hecho, la misma concepción de
naturaleza que en los pueblos aborígenes no excluía a los humanos y que, por el
contrario, se constituía como una unidad en la que las relaciones debían ser
armónicas para poder mantener un estado de bienestar, fue escindida para
excluir la sociedad.
Esta ruptura y dominación del
conocimiento tiene una estrecha relación con el proceso de dominación sufrido
en Nuestra América, en donde se sometieron las tierras, las etnias, las
jerarquías y el género (Seoane,
2017) y la escisión de las cosmovisiones fue una estrategia que contribuyó
a dichos fines. En los años más recientes, las posiciones dominantes en los
análisis ambientales han orientado convenientemente las discusiones de las
crisis ecológicas a escenarios en los que se desestiman los efectos de la
racionalidad económica y justamente favorecen la instrumentalización de
mecanismos económicos como “salida” al problema, pero que finalmente, terminan
profundizando la crisis (D’Amico
& Agoglia, 2019).
Así, pensar desde Nuestra América
lleva a quitarle al pensamiento occidental, su lugar privilegiado en las
discusiones geopolíticas y sentar una posición propia y crítica que atraviese
lo ético, lo político y lo epistémico, dentro del marco contrastante de
modernidad / herencia (aún arrastrada) colonial, haciendo el esfuerzo por
respetar y recuperar la pluralidad de saberes (Alimonda,
2017; Martínez-Alier
et al., 2016), reconociéndolos como fuerzas epistemológicas y no como
formas subalternas del conocimiento eurocéntrico hegemónico (Escobar,
2010) permitiendo así visibilizar las luchas contra la mercantilización de
la vida (D’Amico
& Agoglia, 2019) propias de Abya Yala/Afro/Latino/América[6].
Justamente, el contexto
particular de los orígenes y la formación de nacionalidad en Nuestra América,
han creado la necesidad de entender y construir una identidad propia (Alimonda,
2017), conduciendo a una autopercepción y por ende, percepción de la
otredad particular en los nuestroamericanos. Esto, por supuesto impacta en la
estructuración de los razonamientos y análisis sobre las realidades políticas,
sociales y económicas, tanto locales como regionales y globales.
Un pensamiento ambiental propio
de Nuestra América es también un proceso racional de resistencia (o rexistencia[7])
ante las reflexiones teóricas de las corrientes epistemológicas hegemónicas,
cuyos elementos de disertación se alejan de los hechos que han moldeado el
estado actual de las naciones latinoamericanas, en donde es importante denotar
las particularidades de las múltiples relaciones sociedad-naturaleza.
Los diferentes ejercicios
realizados para sistematizar el corpus teórico metodológico del Pensamiento
Ambiental Latinoamericano (PAL) apuntan a que este inició su gestación a
mediados de la década de 1960, tanto en diversos eventos académicos en donde podía
evidenciarse un incipiente movimiento de cuestionamiento a los modelos de
desarrollo impuestos (Corbetta
et al., 2015), como en las movilizaciones campesinas y de poblaciones
originarias en América del Sur en contra de la mercantilización y control
tecnocrático de la reproducción social (D’Amico
& Agoglia, 2019). Y aunque está sujeto a debate, podría sugerirse que
inicia formalmente su “constitución” en 1985, con el Seminario de Universidad y
Medio Ambiente llevado a cabo en Bogotá, Colombia, en cuyas conclusiones se
propone un modelo latinoamericano que se contrapone al Informe del Club de
Roma; así, las bases sobre las que se asienta el PAL, son la conceptualización
y el análisis de las situaciones ambientales que se manifiestan en las
realidades de los países de Nuestra América, como consecuencia de su intención
de copiar o alcanzar el estilo de vida de las sociedades occidentales
industriales (Ángel
Maya, 2014).
Por lo tanto, el PAL puede
considerarse en el marco del pensamiento crítico latinoamericano, pues al igual
que este y dado su inconformismo ante las realidades (ambientales) actuales,
pretende analizar sus causas, haciendo una crítica al totalitarismo del
conocimiento, las consecuencias de la ciencia “depredadora” y la rigidez de las
disciplinas que desconocen o menosprecian a sus contrapartes y otros tipos de
conocimiento (Galano,
2013). Sin embargo, tiene características propias y distintivas, como la
crítica a la noción hegemónica del desarrollo a través de las críticas a la
sociedad de consumo, al postdesarrollo, y al extractivismo; y la
resignificación de la cuestión ambiental en relación con los territorios, la
política y la civilización (Svampa,
2019).
Pero no se queda en las
reflexiones y análisis discursivos, sino que trasciende para poder encontrar
alternativas emancipatorias de cambio (Alimonda,
2017; D’Amico
& Agoglia, 2019), teniendo en cuenta que no hay una universalidad /
homogeneidad del territorio nuestroamericano, sino una pluriversalidad /
heterogeneidad biológica, epistémica, cultural y ontológica que confiere
múltiples posibles miradas a las identidades y realidades compartidas, que
permiten la existencia de un pluriverso (un mundo en el que quepan muchos
mundos) (Escobar,
2017a,2017b).
Esto representa tanto una oportunidad como un reto, pues permite ampliar y
complejizar los análisis y encontrar una gama más nutrida de alternativas; pero
al mismo tiempo, requiere tacto, comprensión y habilidad para integrar diversas
posiciones e intereses.
Es así, como puede entenderse el
PAL, como “…un diálogo de saberes fundamental para dar consistencia a un
pensamiento que oriente la construcción de un mundo sustentable desde su
diversidad teórica, geográfica y cultural” (Leff,
2017, p. 131). Si bien esta no es una definición formal, resume bastante
bien lo que llega a pretender esta postura epistemológica, pues tal como
enuncia Enrique Leff, ese diálogo de saberes es una puerta que abre la ecología
política. Sin embargo, no es un diálogo de saberes que se proponga entre
dominadores y dominados (Norte-Sur) o entre disciplinas con el fin de
intercambiar conocimiento desde las formalidades occidentales, sino una
construcción dialéctica horizontal, entre pares.
En consecuencia, y partiendo del
hecho de que buena parte de los comportamientos humanos hacia la naturaleza
están culturalmente implantados (Ángel
Maya, 2014), el diálogo de saberes propuesto desde el PAL busca la
comprensión de los imaginarios, percepciones y luchas de los pueblos
originarios, afrodescendientes y comunidades campesinas (Leff,
2017), con el fin de complejizar el entendimiento de las realidades
ambientales desde una visión pluridiversa, como condición necesaria para la
construcción de alternativas que orienten al equilibrio de las relaciones
sociales con la naturaleza. De allí, que empiecen a visibilizarse nociones
diversas que provienen de esta pluriversalidad de grupos humanos, entre las que
se pueden mencionar: “buen vivir”, “ch’ixi”, “comunalidad” y “vivir
sabroso”.
De forma resumida (pues cada una
de estas nociones presenta en sí misma la posibilidad de un desarrollo teórico
completo), el buen vivir es la forma en la que un buen número de poblaciones
originarias en Nuestra América, especialmente en Sur América, resisten a las
agendas de desarrollo impuestas por occidente y generan sus propias propuestas
de vida, que combinan cosmovisiones originarias con críticas a la modernidad, y
que son específicas según el contexto de cada pueblo: “expresa un cambio
profundo en el conocimiento, la afectividad y la espiritualidad, una apertura
ontológica a otras formas de relacionamiento entre humanos y no-humanos, que no
implica la separación moderna entre sociedad y naturaleza” (Chuji
et al., 2019, p. 111). Este es un concepto que no tiene una definición
clara, sino una multiplicidad de elementos que le constituyen, como la
inexistencia de una noción de desarrollo, la perspectiva de que el tiempo no es
lineal sino espiral, y la concepción necesaria del caminar en comunidad;
adicionalmente, “alcanzar la vida plena (el buen vivir), consiste en llegar a
un grado de armonía total con la comunidad y con el cosmos” (Secretaría
Nacional de Planeación y Desarrollo, 2009, p. 18).
Por otro lado, el concepto ch’ixi hace
referencia al mestizaje que predomina en Nuestra América, es un término aymara que
incluye varios elementos y “refleja la idea de algo que es y no es al mismo
tiempo… ch’ixi combina el mundo originario y su opuesto sin
llegar a mezclarlos”, “expresa la coexistencia paralela de múltiples
diferencias culturales que no se funden, sino que antagonizan o se
complementan” (Rivera
Cusicanqui, 2012, p. 105); es una “epistemología capaz de nutrirse de las
aporías de la historia en lugar de fagocitarlas o negarlas, haciendo eco de la
política del olvido” (Rivera
Cusicanqui, 2018, p. 49).
A su vez, la comunalidad, término
acuñado en México principalmente por poblaciones originarias del sur, se
refleja en una forma de vida colectiva:
Somos comunalidad, lo opuesto a
la individualidad, somos territorio comunal, no propiedad privada; somos
“compartencia”, no competencia; somos politeísmo, no monoteísmo. Somos
intercambio, no negocio; diversidad, no igualdad, aunque a nombre de la igualdad
también se nos oprima. Somos interdependientes, no libres. Tenemos autoridades,
no monarcas (Martínez
Luna, 2010, p. 17).
Igualmente, “es una concepción
que apela a lo mejor de las tradiciones que han persistido de nuestros pueblos,
la de modificar las tradiciones ‘tradicionalmente’ para continuar siendo
quienes son a pesar de las presiones para disolverlas, marginalizarlas o
convertirlas en algo más, es decir, desarrollarlas” (Guerrero
Osorio, 2019, p. 130).
Vivir sabroso por su parte, es
una filosofía de las comunidades afrodescendientes (particularmente de
Colombia) y algunas africanas, “refiere un modelo de organización espiritual,
social, económica, política y cultural de armonía con el entorno, con la naturaleza,
y con las personas” (Mena
Lozano y Meneses Copete, 2019, p. 50) y está en estrecha relación con
nociones africanas como ubuntu . muntu[8].
Vivir sabroso no es una meta ni
una finalidad, sino un proceso, un existir, un hacer día a día… es algo que se
realiza, pero que se agota, y, por tanto, no deja de buscarse. En ese proceso
están implicados varios agentes: los santos, los muertos, las plantas, los
parientes, el monte y el río. El movimiento aparece como un mediador clave en
la posibilidad de establecer el balance requerido por la vida (Quiceno
Toro, 2016, p. 5).
Ahora bien, es importante denotar
que el PAL no se ha construido como una única corriente de pensamiento, sino
que es un crisol en donde confluyen varias corrientes, entre las que se
destacan la postmoderna, la ecologista y la humanista ambiental, permitiendo
que todas ellas se encuentren, se complementen y se contrapongan, para
enriquecer su corpus teórico-conceptual, que es propio, tiene bases sólidas y
recoge la identidad de Nuestra América. Esto ha permitido que el PAL haya
dejado de ser únicamente un ejercicio reflexivo y haya avanzado a la acción,
inicialmente individual, pero contando con la robustez para consolidarse como
práctica social generalizada (Ángel,
2014).
Resiliencia territorial
Si bien las connotaciones sobre
el territorio son varias, todas tienen puntos de encuentro que vinculan el
espacio físico con la cultura y el arraigo, lo cual es relevante porque es un
punto de partida para valorar en mayor grado las cosmovisiones de los pueblos
originarios y las comunidades afrodescendientes.
Para los pueblos originarios, el
territorio es “un sujeto vivo con conocimientos, señales, sonidos y espacios
que resguardan el origen de las plantas y los animales” (Parlamento
Andino, 2019, p. 39); es, además de un espacio ecológico, uno productivo y
cultural (Leff,
2000) en donde se liga la economía, la política, lo social y lo sagrado (Agredo
Cardona, 2006). Así, para pobladoras y pobladores originarios, el
territorio hace parte de la historia y, por lo tanto, es fundamental para sus
procesos de aprendizaje individual y colectivos.
En tanto que, para las
comunidades afrodescendientes, es un espacio colectivo donde se garantiza la
supervivencia étnica, histórica y cultural y todas las personas pueden crear y
recrear sus prácticas ecológicas, económicas y culturales (Escobar,
2010, 2014);
se constituye en el espacio que sustenta sus proyectos de vida, el espacio en
el que “se es”, “donde el hombre negro y la mujer negra, desarrollan
colectivamente su ser, en armonía con la naturaleza” (Escobar,
2014, p. 86).
En este sentido, las percepciones
cosmocéntricas se proyectan al “disoñar[9]” de los territorios, con el fin de
reconstruir aspectos vitales de los espacios habitados, los pueblos y sus
culturas (Escobar,
2017a). Además, en los discursos étnicos (tanto de pueblos originarios como
de afrodescendientes) es evidente que el territorio no se percibe como un
espacio que se posee (o que se debería poseer), sino como aquel que es
apropiado a través de las prácticas culturales particulares de cada grupo y en
este proceso, no puede desconocerse que las características biofísicas
influirán en los patrones socioculturales de las comunidades humanas, de la
misma manera que estos transforman el mundo biofísico.
En relación con lo anterior, la
visión de Arturo Escobar sobre el territorio puede considerarse integradora,
pues lo considera como “material y simbólico al tiempo, biofísico y epistémico,
pero más que todo es un proceso de apropiación socio-cultural de la naturaleza
y de los ecosistemas que cada grupo social efectúa desde su cosmovisión u
ontología” (Escobar,
2014, p. 91). De allí, resulta necesario considerar la importancia de que
los territorios puedan hacer frente a los cambios y transformaciones a las que
se someten y, por ende, es indispensable considerar la resiliencia a nivel
territorial.
Sobre la resiliencia, puede
decirse que es una propiedad emergente; es decir que las interacciones y
retroalimentaciones entre los elementos que constituyen un sistema, bajo unas
condiciones contextuales particulares, dará como resultado cierto grado de resiliencia
(Ambrosio-Albalá,
2017), que podrán llevarlo a su persistencia o extinción, posibilidades
igualmente válidas, dentro de su proceso evolutivo (Gonçalves,
2018).
Han surgido varios enfoques
alrededor de la resiliencia, de ellos, el más completo es el
evolutivo-adaptativo, pues recalca que los cambios no son continuos sino
episódicos; considera que los atributos espaciales no son uniformes ni se
mantienen constantes en diferentes escalas; plantea que las políticas
administrativas deben ser flexibles y adaptables, dado que el futuro es
incierto e impredecible y no existe un único estado de equilibrio; infiere que
la estabilidad se entiende como la persistencia funcional; asume que la
capacidad de adaptación se relaciona con el potencial de cambio y el grado de
conectividad interno afectará la sensibilidad ante factores externos (Holling
& Gunderson, 2002).
En consecuencia, un territorio
resiliente será aquel que evolucione a partir de una amenaza, internalizándola,
adaptándose a ella y robusteciéndose como resultado de la interacción (Gonçalves,
2018). Esto involucra aspectos ecosistémicos, así como flexibilidad social
para que el territorio efectivamente pueda hacer frente a las perturbaciones,
adaptarse a ellas e innovar en las respuestas que pueden producirse (Holling,
2001); por lo tanto, es importante considerar elementos de organización
social, aspectos culturales y determinantes políticos y económicos que moldean
las dinámicas de cada espacio geográfico.
Así, debe tenerse claro que más
allá de la estructura biofísica, son determinantes en la concepción de los
territorios las interdependencias e interacciones entre individuos, grupos o
comunidades a nivel material e inmaterial (Gonçalves,
2018) y por lo tanto, al considerar caminos para la construcción de
propuestas que orienten los sistemas a ciclos de resiliencia, son necesarios
los análisis complejos en los que se consideren las dinámicas intra e inter
ecosistémicas, así como las sociales y culturales (Yorque
et al., 2002). Por ello, se entiende la existencia de múltiples
resiliencias territoriales puesto que los espacios, tanto entre ellos como
hacia su interior, tienen características y realidades de dinámicas disímiles.
Estas resiliencias se construyen
a través de ciclos adaptativos dinámicos ampliamente variables debido al
intercambio entre escalas funcionales, a diferentes velocidades y en diferentes
escalas temporales, favoreciendo así la innovación y el desarrollo en los
territorios (Gonçalves,
2018) en el proceso conocido como panarquia. Este hace referencia a los
cambios adaptativos que realiza un sistema a partir de la articulación de todos
los ciclos adaptativos que ocurren a diferentes escalas (Holling
et al., 2002a; Holling
et al., 2002b).
Pensando territorios
resilientes en Nuestra América
En general, Nuestra América y el
Caribe, cuentan con altos índices de biodiversidad y un importante potencial
para la producción agrícola, pero los continuos cambios en el uso del suelo, la
ocupación de territorios no aptos para la construcción y la implementación de
megaproyectos, amenazan la capacidad de los territorios para mantenerse
integralmente funcionales (ecosistémica, social y culturalmente).
Estos cambios disruptivos en las
estructuras de los territorios impactan negativamente en la naturaleza,
provocando pérdidas y fragmentaciones de los ecosistemas, así como la
antropización de los territorios (Tabla 1),
generando, por lo tanto, afectaciones en la prestación de bienes y servicios
ecosistémicos (Alves
D´Acampora, 2015) que, de la mano con los sistemas políticos neoliberales,
los conflictos ambientales, la inequidad y pobreza, evidencian la importancia
de las relaciones sociedad-naturaleza, pues de acuerdo a como ellas se
presenten, pueden constituir tanto potencialidades como dificultades, y por
tanto, reflejan la relevancia de proponer estrategias de resiliencia
territorial que sean justas y equitativas (de
Castro et al., 2016).
Tabla 1. Cambios
en algunos ecosistemas de Nuestra América en los últimos 30 años (miles de
hectáreas).
Tabla 1
Cambios en algunos ecosistemas
de Nuestra América en los últimos 30 años miles de hectáreas
Ecosistema |
Área en 1990 |
Área en 2020 |
Cambio |
Bosque natural |
1062415.15 |
910541.02 |
-14.30% |
Plantaciones forestales |
7586.96 |
21246.16 |
180.04% |
Manglares |
4117.26 |
4366.81 |
6.06% |
Nieve permanente y glaciares* |
3888175.50 |
3888012.70 |
-0.004% |
Cultivos agrícolas |
113415.31 |
172927.65 |
52.47% |
Manchas urbanas |
75.40%** |
81.20% |
5.80% |
Nota: Nota: * Datos
de 1992 a 2018. ** Dato de 2000. Fuente: Elaboración propia a partir de datos
de CEPAL
(2020), FAO
(2021), UN-Department of economic and social affairs (2002) y UN-Habitat
(2020).
Nota: * Datos de 1992 a 2018. **
Dato de 2000. Fuente: Elaboración propia a partir de datos
de CEPAL
(2020), FAO
(2021), UN-Department
of economic and social affairs (2002) y UN-Habitat
(2020).
Para ello, es importante partir
de aprendizajes y experiencias del Sur[10], en las que se evidencia
la resistencia a las agendas que el Norte ha impuesto al qué hacer y cómo
hacerlo, y a la vez, recuperando lo que no ha sido alterado o destruido por la
dominación del capitalismo, desterritorializando a Nuestra América de la globalización
hegemónica (de
Sousa Santos, 2006), con el fin de cambiar significativamente las visiones
de mundo, reconstituyéndolas a partir de la diversidad, la diferencia y las
bases sociales, permitiendo salir de modelos promulgados bajo el estandarte del
desarrollo que descalifica todo aquello que escapa a sus regímenes de
dominación (Escobar,
2010), y construyendo más bien, resiliencias desde un nivel local, a partir
de percepciones, conceptos, caminos y alternativas que sean genuinas y propias.
Pensar entonces desde el Sur,
desde Abya Yala/Afro/Latino/América, el territorio, sus realidades y
estrategias que orienten a resiliencias, a partir de visiones integrales e
incluyentes, que distan de una intencionalidad homogeneizante y totalizadora,
se constituye en un movimiento revolucionario en contra de la cultura
hegemónica que sistemáticamente ha invisibilizado, negado, silenciado o
descartado, las diferencias, la diversidad y la divergencia, pues permite
cuestionar la credibilidad de las estrategias construidas desde lugares de
enunciación dominantes.
Es necesario así, para considerar
estrategias que orienten la resiliencia territorial a estados que promuevan un
manejo adecuado de la naturaleza y un fortalecimiento de las estructuras
sociales, conocer las dinámicas ecosistémicas, socioeconómicas y culturales
locales y considerar tanto herramientas técnicas, tecnológicas y de innovación
(en el sentido amplio de sus respectivas definiciones), como otras
posibilidades de organización social, que permitan pensar otras posibilidades
de dinámicas territoriales, en procura de su persistencia.
Es importante anotar que este es
un conocimiento que debe construirse a partir de las realidades recientes, pero
tomando en consideración los procesos históricos de cada variable, con el fin
entender aquellas dinámicas de lenta transformación, y así reducir la
incertidumbre de predicción propia de las estrategias para la resiliencia
territorial que sean propuestas (Yorque
et al., 2002).
De las perspectivas recientes
discutidas sobre resiliencia territorial[11], la visión más
integradora y pertinente para Nuestra América es la de resiliencia adaptativa y
evolutiva, en la que se desecha toda idea de estabilidad o realidad estática y
hay un énfasis en la capacidad adaptativa de los sistemas[12], las
interdependencias entre individuos y grupos sociales y los fenómenos que
ocurren en los territorios, principalmente aquellos que emergen con el paso del
tiempo (Gonçalves,
2018).
Por otro lado, en la construcción
de propuestas postdesarrollistas[13] (si se decide emplear el
término de desarrollo como el que encierra las posibilidades de mutación), es
importante el diálogo de saberes que permita la estructuración de diversas
visiones y propuestas para la articulación de las dimensiones sociales y
ecosistémicas (Escobar,
2010) y el intercambio de conocimientos entre experiencias que han
contribuido a estados de resiliencia evolutiva y adaptativa, pues pone de
manifiesto que es posible crear otros caminos y alternativas que orienten las
dinámicas territoriales y puede propiciar el diseño de metodologías propias
para la generación de estrategias locales.
Para ello, conviene tener
presente que los disturbios no son necesariamente eventos excepcionales,
especialmente aquellos de connotación “natural”. La gran mayoría de ellos son
cíclicos y los ecosistemas los han endogenizado como parte habitual de sus procesos;
aquellos que se presentan de manera imprevisible, son los que llegan a causar
mayores efectos negativos, así como mayores tiempos de recuperación (Westley
et al., 2002). Al tener conciencia de que los disturbios son parte normal
(y necesaria) para la evolución de los territorios en sus diferentes
dimensiones, tener identificados los disturbios que se presentan de manera
cíclica y recoger la experiencia de quienes han vivido o presenciado dichos
eventos, permite la toma de decisiones asertivas que permitan la preparación
antes de que se presente, el manejo durante el disturbio y la recuperación
posterior.
Sin embargo, es importante no
perder de vista que cada territorio responde de manera diferencial ante las
presiones que enfrenta; mientras que unos lo hacen de forma lenta y gradual,
otros pueden mantener una regularidad durante cierto tiempo, hasta que responden
de forma abrupta cuando alguno de sus componentes sufre alteraciones
importantes (Gonçalves,
2018). Por tal razón, es claro que las estrategias de resiliencia no son
modelos que puedan ser replicados, incluso si los territorios cuentan con
características ecosistémicas o socioculturales semejantes.
Adicionalmente y teniendo como
base el PAL para la propuesta y aplicación de estrategias contextualizadas de
resiliencia, es preponderante no perder de vista la necesidad de que estas
cuestionen los impactos que ha tenido la visión hegemónica de desarrollo en los
territorios (Corbetta,
2019), como la marginalidad social y la exclusión de asentamientos humanos
precarios (Escobar
Salmerón, 2018), con el fin de evitar caer en repeticiones históricas,
sistémicas y sistemáticas de fracaso en las dimensiones ecosistémica y
sociocultural.
Así, toma gran relevancia la
innovación social, pues a través de la transformación de las prácticas
institucionales, administrativas y organizativas, que favorezcan la creación de
múltiples formas de gobernanza, es posible la creación y promoción de políticas
públicas locales necesarias para la articulación eficiente de los temas
territoriales de injerencia directa e indirecta, que conduzcan a una mejor y
más rápida capacidad de respuesta ante situaciones problemáticas (Henriques,
2016). En cuanto a lo ecosistémico, se hace necesario tener un panorama
claro de la oferta y demanda de bienes y servicios ecosistémicos a nivel local
(Figura 2),
así como cuál o cuáles servicios predominan sobre otros (González
Astorga, 2017), con el fin de evidenciar si el territorio es capaz de
suplir las necesidades propias antes de considerar la posibilidad de ofrecer
servicios a otros territorios e incluso a intereses particulares.
Figura 2. Principales
bienes y servicios proveídos por los ecosistemas.
Figura 2.
Principales bienes y servicios proveídos por los ecosistemas.
Ahora bien, aunque es claro que
deben tomarse en consideración los diferentes componentes de un territorio, no
debe caerse en visiones decimonónicas que sesgan o fragmentan la complejidad,
aquellas que consideran la prevalencia de un susbistema ambiental sobre otro
(ecosistémico, sociocultural o político-económico), puesto que las propuestas
territoriales que no son integradoras y holísticas, cavan su propia tumba, ya
que no conllevarán a la generación de soluciones a mediano y largo plazo que
redunden en la conservación ecosistémica, la justicia social, la conservación
del patrimonio cultural y la estabilidad política y económica local, rasgos
necesarios para la prevalencia de un territorio.
Las estrategias por construir o
proponer, cada vez más apuntan a ejercicios locales, a escala humana, que no
repliquen modelos externos, masificados y extractivos (González
Astorga, 2017), sino que se formulen transdisciplinarmente, proyectando la
conservación de la biodiversidad, la adaptación al cambio climático, el
incremento de la cohesión social, la promoción de economías locales justas y
sustentables (Eguia
& Baxendale, 2019) y la co-construcción de una gobernanza ambiental en
donde no se impongan agendas de arriba hacia abajo (de
Castro et al., 2016). Esto contribuye a la sostenibilidad catalogada como
“fuerte”, que reconoce que los componentes de los subsistemas ambientales no
son necesariamente sustituibles entre sí (por ejemplo, que la generación de
contaminación no es compensada con bonos monetarios) y por lo tanto, los planes
propuestos deben propender por la conservación ecosistémica, así como al
fortalecimiento del capital humano (Gallopín,
2003).
El resultado de tales estrategias
puede conducir localmente al fortalecimiento de la resiliencia territorial,
favoreciendo así, la sostenibilidad fuerte de las prácticas productivas,
económicas y culturales. Es cierto que para llegar a dicho estado puede haber
múltiples caminos, especialmente teniendo en cuenta las diversas posturas
frente a lo que significa la sostenibilidad o sustentabilidad; sin embargo, la
concepción integral de la resiliencia de los territorios que no sólo tiene en
cuenta sus características ecosistémicas, político-económicas y socioculturales
actuales, sino que toma en cuenta su historia (los hechos y las razones que han
motivado el estado actual), permite tomar en consideración todas las variables
inmersas en las dinámicas locales, para pensar alternativas que garanticen la
pervivencia territorial.
Así, es fundamental considerar
que los mecanismos propuestos, apunten a la flexibilidad adaptativa,
manteniendo en la conciencia administrativa y colectiva, que las condiciones de
los territorios son dinámicas y, por lo tanto, las estrategias rígidas y miopes
(sin mencionar las estructuras coloniales que aún se perpetúan), no serán
eficientes para la necesaria evolución socionatural.
En conclusión y como
sostiene de
Sousa Santos (2006, p. 25), “no debemos contentarnos con pensar meramente
sobre alternativas. Lo que se requiere es una forma alternativa de pensar
alternativas”. Se requiere entonces voluntad y mente abierta para construir y
probar nuevas vías que no existían antes, pero también, tener la disposición
para aceptar el riesgo de las fallas y equivocaciones. Las alternativas y la
forma de pensar alternativas no son procesos finalizados, sino un ciclo de
aprendizaje en el que es fundamental tener en cuenta la historia, los resultados
obtenidos con otras propuestas y mantener activa la capacidad de disoñar otros
mundos, unos territorios integralmente resilientes.
[1] El término latino proviene
del latín latinus, relacionándolo con esta y sus lenguas derivadas (Real
Academia Española, 2021), conocidas como lenguas romance.
[2] Patriarcado entendido desde
Nuestra América como la “relación de género basada en la desigualdad, es la
estructura política más arcaica y permanente de la humanidad… moldea la
relación entre posiciones en toda configuración de diferencial de prestigio y
poder”(Segato,
2016, p. 18), pero considerando que éste tiene diferentes manifestaciones y
está presente en los territorios desde antes de la invasión europea, por lo que
existen patriarcados al interior de las poblaciones originarias(Arriagada
Oyarzún y Zambra Álvarez, 2019; Ulloa,
2020). Sin embargo, el patriarcado que se ve fortalecido con el modelo
capitalista, toma nuevas formas y manifestaciones, incluyendo los procesos
extractivistas de los territorios (Arriagada
Oyarzún y Zambra Álvarez, 2019).
[3] La ecología política
feminista evidencia “los impactos específicos de género en relación con cambios
e intervenciones ambientales” (Elmhirst,
2017, p. 55), incorporando elementos del pensamiento feminista
poshumanista, en el que se reconceptualiza la naturaleza y se cuestiona el
dominio sobre ella (Elmhirst,
2017; Ulloa,
2020).
[4] Lo que Boaventura de Sousa
Santos señala como poscolonialismo (colonialismo ya no como relación política,
sino como relación social) (de
Sousa Santos, 2006).
[5] Existe una gran diversidad de
posturas epistemológicas en lo que se denomina el Sur global, por ejemplo: la
filosofía Bantú africana, que considera la armonía entre cuatro elementos (la
fuerza creadora, los seres humanos, los seres animados no humanos y los seres
inanimados) y las escuelas filosóficas védicas y no védicas de India, que se
enfocan en la percepción de cada individuo, el relacionamiento entre sí, con la
naturaleza y con el cosmos (Hernández
Cassiani, 2021).
[6] Como es denominada Nuestra
América por Arturo Escobar, de manera más amplia e inclusiva (Escobar,
2017a), pero que para efectos de practicidad sólo será mencionada de esta
manera en este apartado.
[7] Para Enrique Leff la
rexistencia es la “expresión de otras ontologías existenciales que se
manifiestan en la arena política” (Leff,
2017).
[8] “El ubuntu desarrolla
principios de hermanamiento con las otras personas, más allá de las identidades
monógamas… propicia identificaciones para construir y crear juntas; en donde el
bienestar de la una depende del bienestar de todas y viceversa… El muntu es una
concepción totalizadora, es la visión integral del universo… que incluye los
seres humanos, naturales, astrales y divinos” (Mena
Lozano & Meneses Copete, 2019, p. 51).
[9] Conjunción de diseño y sueño.
Hace referencia al diseño de estrategias para el territorio a partir de cómo
las comunidades sueñan o anhelan que este sea en el futuro.
[10] “El Sur, entendido como
metáfora del sufrimiento humano causado por la modernidad capitalista” (de
Sousa Santos, 2006, pp. 43–44).
[11] Resiliencia pro-resistencia
que pretende que después de un evento disruptivo, el territorio retorne a una
posición previa de equilibrio; resiliencia pro-interdependencia sistémica que
considera múltiples configuraciones de estabilidad en donde la persistencia y
la extinción, son posibilidades de evolución (Gonçalves,
2018).
[12] Modificación constante de la
configuración del sistema, de acuerdo con las situaciones internas y externas
que vaya enfrentando.
[13] Cambio de imaginarios que
involucra principios teóricos, formas de acción y prácticas sociales y
políticas diferentes (Escobar,
2010).
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Agredo Cardona, G. A. (2006). El
territorio y su significado para los pueblos indígenas. Revista Luna
Azul, 23, 28–32. https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=321727225006
Aillón Soria, E. (2009). La
política cultural de Francia en la génesis y difusión del concepto L’Amerique
Latine, 1860-1930. En A. Granados García y C. Marichal (Eds.), Construcción
de las identidades latinoamericanas. Ensayos de historia intelectual, siglos
XIX y XX (Primera ed, pp. 71–106). El Colegio de México. https://doi.org/10.2307/j.ctv3f8ntm.5
Alimonda, H. (2017). En clave de
Sur: la ecología política latinoamericana y el pensamiento crítico. En Ecología
política latinoamericana. Pensamiento crítico, diferencia latinoamericana y
rearticulación epistémica (pp. 33–50). CLACSO / Universidad Autónoma
Metropolitana / Ciccus.
Altamirano, C. (2021). La
invención de Nuestra América. Obsesiones, narrativas y debates sobre la
identidad de América Latina. Siglo XXI Editores.
Alves D´Acampora, B. H. (2015).
Resiliencia ambiental: el uso de la infraestructura verde en la cuenca de
Itacorubi, municipio de Florianópolis, Brasil. Territorios en Formación,
9, 5–22. https://doi.org/10.20868/tf.2015.9.3141
Ambrosio-Albalá, M. (2017). Ciclo
adaptativo y cambio rural: el enfoque territorial en la gestión de la
resiliencia rural. Revista de Fomento Social, 72(3–4), 665–682.
Ángel, F. (2014). Leve
historia del pensamiento ambiental latinoamericano (p. 13).
Ángel Maya, A. (2014). La
aventura de los símbolos. Una visión ambiental de la historia del pensamiento (2
ed). Ecofondo / Fundación Colombia Multicolor. www.
augustoangelmaya.com%0APrimera
Arriagada Oyarzún, E., &
Zambra Álvarez, A. (2019). Apuntes iniciales para la construcción de una
Ecología Política Feminista de y desde Latinoamérica. Poli, 54,
1–18. http://journals.openedition.org/polis/17802
Carrizosa Umaña, J. (2000). ¿Qué
es el ambientalismo? La visión ambiental compleja. CEREC / IDEA / PNUMA.
CEPAL. (2020). Comisión
Económica para América Latina y el Caribe. CEPALSTAT. https://estadisticas.cepal.org/cepalstat/web_cepalstat/estadisticasIndicadores.asp
Chuji, M., Rengifo, G., &
Gudynas, E. (2019). Buen vivir. En A. Kothari, A. Salleh, A. Escobar, F.
Demaría, & A. Acosta (Eds.), Pluriverse. A post-development
dictionary (pp. 111–114). Tulika Books.
Corbetta, S. (2019). Educación y
ambiente en la educación superior universitaria: tendencias en clave de la
perspectiva crítica latinoamericana. Revista Educación, 43(1),
534–549. https://doi.org/10.15517/revedu.v43i1.29143
Corbetta, S., Franco, D., Blanco,
P., Martínez, A. K., & Ruíz Marfil, F. J. (2015). Pensamiento Ambiental
Latinoamericano (PAL): Sistematización del corpus teórico-metodológico,
reconstrucción histórica y perspectivas. En A. Carosio, M. Riera, A. Daher, I.
L. Rodríguez, N. Prigorian, & A. López (Eds.), Tiempos para pensar.
Investigación social y humanística hoy en Venezuela (Tomo I, pp.
317–324). CLACSO.
D’Amico, P., & Agoglia, O.
(2019). La cuestión ambiental en disputa: el ambientalismo hegemónico y la
corriente ambiental crítica. Lecturas desde y para América Latina. Revista
Colombiana de Sociología, 42(1), 97–116. https://doi.org/10.15446/rcs.v42n1.73247
de Castro, F., Hogenboom, B.,
& Baud, M. (2016). Environment and society in Contemporary Latin America.
En F. de Castro, B. Hogenboom, y M. Baud (Eds.), Environmental
Governance in Latin America (pp. 1–25). Palgrave Macmillian. https://doi.org/10.1057/9781137505729
de Sousa Santos, B. (2006). Conocer
desde el Sur. Para una cultura política emancipatoria. Fondo editorial de
la Facultad de Ciencias Sociales -UNMSM. https://doi.org/10.7770/cuhso-v18n1-art337
Eguia, S., & Baxendale, C. A.
(2019). Infraestructura verde concepto y enfoque integrador en la práctica del
ordenamiento territorial. Fronteras, 17, 25–32.
Elmhirst, R. (2017). Ecologías
políticas feministas: perspectivas situadas y abordajes emergentes. Ecología
Política, 50–57.
Escobar, A. (2010). Una
minga para el posdesarrollo: lugar, medio ambiente y movimientos sociales en
las transformaciones globales. Fondo editorial de la Facultad de Ciencias
Sociales -UNMSM. http://www.unc.edu/~aescobar/text/esp/escobar.2010.UnaMinga.pdf
Escobar, A. (2014). Sentipensar
con la tierra: nuevas lecturas sobre desarrollo, territorio y diferencia.
Ediciones UNAULA.
Escobar, A. (2017a). Desde abajo,
por la izquierda, y con la tierra: la diferencia de Abya Yala / Afro / Latino /
América. En H. Alimonda, C. Toro Pérez, y F. (Coords. ) Martín (Eds.), Ecología
política latinoamericana: Pensamiento crítico, diferencia latinoamericana y
rearticulación epistémica (pp. 51–68). CLACSO / Universidad Autónoma
Metropolitana / Ciccus.
Escobar, A. (2017b). Designs for
the pluriverse. Radical interdependence, autonomy and the making of worlds.
En Serie New ecologies for the Twenty-first century. Duke
University Press.
Escobar Salmerón, J. E. (2018).
Planificación sostenible de ciudades en El Salvador en adaptación al cambio
climático y al ordenamiento territorial sistémico. Akademos, 1(30),
53–66. https://doi.org/10.5377/akademos.v1i30.8128
Faccendini, A. (2019). El
ambiente: Distintas concepciones, evolución hacia la totalidad ambiental.
En La nueva humanización del agua: Una lectura desde el ambientalismo
inclusivo (pp. 31–62). CLACSO. https://doi.org/10.2307/j.ctvt6rmpm
FAO. (2021). Cultivos y
productos de ganadería. FAOSTAT. https://www.fao.org/faostat/es/#data/QCL
Galano, C. (2013). Huellas del
pensamiento ambiental latinoamericano en la construcción de territorios de
vida. Sustentabilidad(es), 7(7).
Galano, C., Curi, M., Motomura,
O., Porto Gonçalves, C. W., Silva, M., Ángel Maya, A., Ángel, F., Borrero, J.
M., Carrizosa Umaña, J., Cortés, H., Flórez, M., Lozano, A., Llano, A., Mariño,
J., Mayr, J., Shütze, K., Valenzuela, L. C., Mora, E., Clark, I., … Leff, E.
(2002). Manifiesto por la vida. Por una ética para la sustentabilidad. Ambiente
y Sociedade, 5(10). https://doi.org/10.7868/s0424857015020073
Gallopín, G. (2003).
Sostenibilidad y desarrollo sostenible: un enfoque sistémico. Serie
medio ambiente y desarrollo (64). https://doi.org/10.13043/dys.30.1
García Márquez, G. (2015). La
soledad de América Latina (1982). En V. M. (Coord. ) Moncayo C. (Ed.), Antología
del pensamiento crítico colombiano contemporáneo (pp. 23–28). CLACSO.
Gonçalves, C. (2018). Perspetivas
sobre resiliência territorial: resistência fluxível, interdependência
sistémica, adaptabilidade evolutiva. GEOgraphia, 20(43), 36–53.
González Astorga, T. (2017).
Aproximación a un plan de desarrollo local con enfoque territorial para la
cuenca alta del río Maipo. Integración de valores y servicios
socio-ecosistémicos, conectividad, resiliencia y adaptación al cambio global
[Máster en Espacios Naturales Protegidos]. FUNGOBE, EUROPAC España, Universidad
Autónoma de Madrid, Universidad Complutense de Madrid, Universidad de Alcalá.
Granados García, A. (2009).
Congresos e intelectuales en los inicios de un proyecto y de una conciencia
continental latinoamericana, 1826-1860. En A. Granados García y C. Marichal
(Eds.), Construcción de las identidades latinoamericanas. Ensayos de
historia intelectual, siglos XIX y XX2 (pp. 39–70). El Colegio de
México. https://doi.org/https://doi.org/10.2307/j.ctv3f8ntm.4
Guerrero Osorio, A. (2019).
Comunalidad. En A. Kothari, A. Salleh, A. Escobar, F. Demaría, & A. Acosta
(Eds.), Pluriverse: A post-development dictionary (pp.
130–133). Tulika Books.
Henriques, J. M. (2016). Coesão
territorial, resiliência e inovação social: O programa rede social. En IESE-Instituto
de Estudos Sociais e Económicos (Ed.), Agricultura, floresta e desenvolvimiento
rural (pp. 199–214). Guide - Artes Gráficas.
Hernández Cassiani, R. D. (2021).
Pluralidad de conocimientos y diálogo epistemológico intercultural para el
fortalecimiento de los saberes ancestrales: Primera parte: África,
Latinoamérica, India, China y Japón. Revista de Filosofía de la
Universidad de Costa Rica, 60(156), 59–77. https://acortar.link/sqSvPz
Holling, C. S. (2001).
Understanding the complexity of economic, ecological, and social systems. Ecosystems,
4, 390–405. https://doi.org/10.1007/s10021-001-0101-5
Holling, C. S., y Gunderson, L.
H. (2002). Resilience and adaptive cycles. En L. H. Gunderson y C. S. Holling
(Eds.), Panarchy. Understanding transformation in human and natural
systems (2 ed, pp. 25–62). Island Press.
Holling, C. S., Gunderson, L. H.,
y Ludwig, D. (2002a). In quest of a theory of adaptive change. En L. H.
Gunderson y C. S. Holling (Eds.), Panarchy. Understanding
transformation in human and natural systems (2 ed, pp. 3–22). Island
Press.
Holling, C. S., Gunderson, L. H.,
& Peterson, G. D. (2002b). Sustainability and panarchies. En L. H.
Gunderson y C. S. Holling (Eds.), Panarchy. Understanding
transformation in human and natural systems (2 ed, pp. 63–102). Island
Press.
Leff, E. (2000). Espacio, lugar y
tiempo: la reapropiación social de la naturaleza y la construcción local de la
racionalidad ambiental. Desenvolvimento e Meio Ambiente, 1,
57–69. https://doi.org/10.5380/dma.v1i0.3057
Leff, E. (2017). Las relaciones
de poder del conocimiento en el campo de la Ecología Política: una mirada desde
el sur. En H. Alimonda, C. Toro Pérez, y F. (Coords. ) Martín (Eds.), Ecología
Política latinoamericana. Pensamiento crítico, diferencia latinoamericana y
rearticulación epistémica (pp. 129–166). CLACSO / Universidad Autónoma
Metropolitana / Ciccus.
López-Civeira, F. (2019). El
concepto de Nuestra América en José Martí. Temas de Nuestra América,
35(65), 43–56. https://doi.org/10.15359/tdna.35-65.3
Martínez Luna, J. (2010). Eso
que llaman comunalidad. CONACULTA/Secretaría de Cultura, Gobierno de
Oaxaca/Fundación Alfredo Harp Helú.
Martínez-Alier, J., Baud, M.,
& Sejenovich, H. (2016). Origins and perspectives of Latin American
environmentalism. En F. de Castro, B. Hogenboom, y M. Baud (Eds.), Environmental
governance in Latin America (pp. 29–57). Palgrave Macmillian. https://doi.org/10.1007/978-1-137-50572-9
Mena Lozano, Á. E., & Meneses
Copete, Y. A. (2019). La filosofía de vivir sabroso. Revista
Universidad de Antioquia, 337, 50–53.
Mendonça, F. (2001). Geografía
Socioambiental. Terra Livre, 16, 139–158.
Parlamento Andino. (2019,
noviembre). Hilando el sur: imagen, hilo y palabra. El cóndor, 84, 38–39. https://www.parlamentoandino.org
Quiceno Toro, N. (2016). Vivir
Sabroso. Luchas y movimientos afroatrateños, en Bojayá. Chocó, Colombia.
Editorial Universidad del Rosario. https://doi.org/10.12804/th9789587387506
Real Academia Española. (2021).
Latino1, na. Diccionario de la lengua española. https://dle.rae.es/latino
Rivera Cusicanqui, S. (2012). Ch’ixinakax
utxiwa: A reflection on the practices and discourses of decolonization. The
South Atlantic Quarterly, 111(1), 95–109. https://doi.org/10.1215/00382876-1472612
Rivera Cusicanqui, S. (2018). Un
mundo ch’ixi es posible: Ensayos desde un presente en crisis. Tinta Limón.
Secretaría Nacional de Planeación
y Desarrollo. (2009). Plan Nacional para el Buen Vivir 2009-2013:
Construyendo un Estado plurinacional e intercultural. Versión resumida.
Segato, R. L. (2016). La
guerra contra las mujeres (Traficantes de sueños, Ed.). Traficantes de
sueños.
Seoane, J. (2017). Las
[re] configuraciones neoliberales de la cuestión ambiental. Una arqueología de
los documentos de Naciones Unidas sobre el ambiente 1972-2012. Ediciones Luxemburg.
Svampa, M. (2019). The Latin American critique
of development. En A. Kothari, A. Salleh, A. Escobar, F. Demaría, &
A. Acosta (Eds.), Pluriverse. A post-development dictionary (pp.
18–21). Tulika Books.
Ulloa, A. (2020). Ecología
política feminista latinoamericana. En A. De Luca Zuria, E. Fosado Centeno,
& M. Velásquez Gutiérrez (Eds.), Feminismo socioambiental.
Revitalizando el debate desde América Latina (pp. 75–104). Universidad
Nacional Autónoma de México.
UN-Department of economic and social affairs.
(2002). World urbanization prospects: The 2001 revision.http://www.megacities.uni-koeln.de/documentation/megacity/statistic/wup2001dh.pdf
UN-Habitat. (2020). World cities report
2020: The value of sustainable urbanization.https://unhabitat.org/sites/default/files/2020/10/wcr_2020_report.pdf
Westley, F., Carpenter, S. R., Brock, W. A.,
Holling, C. S., & Gunderson, L. H. (2002). Why systems of people and nature
are not only just only social and ecological systems. En L. H. Gunderson, &
C. S. Holling (Eds.), Panarchy. Understanding transformation in human
and natural systems (2 ed, pp. 103–119). Island Press.
Yorque, R., Walker, B., Holling, C. S.,
Gunderson, L. H., Folke, C., Carpenter, S. R., & Brock, W. A. (2002).
Toward an integrative synthesis. En L. H. Gunderson, & C. S. Holling
(Eds.), Panarchy. Understanding transformation in human and natural
systems (2 ed, pp. 419–438). Island Press.
No hay comentarios:
Publicar un comentario