Esta es la newsletter de Madrid. La escribimos un grupo de redactores de EL PAÍS que cada día ponemos a prueba por la vía empírica la máxima De Madrid al Cielo. La enviamos de lunes a jueves a las seis de la tarde, y los viernes, dedicada a propuestas de cultura para el finde, a mediodía. Si no estás suscrito y te ha llegado por otro lado, puedes apuntarte aquí.
Eres extrema y esquiva. ¿Por qué tu verano no tiene brisa? ¿Por qué este pájaro no trina? ¿Quién necesita, enajenado, escapar de tu asfalto infame que baña el paisaje de un gris Stalingrado?
¡Ay, Madrid, qué fea eres! No te sacas partido y tienes el ceño fruncido. ¡Deja de vivir pendiente del tráfico intermitente! Camina más lento, huye del ajetreo, respira hondo y duérmete un rato. Ignora toda voz de cordura, porque nadie sabe si estamos de paso. Pero, ¡cuidado, despistada! No caigas en las noches de lunas largas que no duermen ni entre semana. No te hacen bien, Madrid, y ya sabes que los excesos siempre te dejan con fiebre alta y echa un ovillo.
Recuerdo que mis amigos se marcharon porque los helaste de frío. Tampoco les gustaba el barullo y tu ruido. ¡Qué tristeza vagar por calles y momentos que no volverán! Por tu culpa nos hemos quedado solas. ¡Convénceles de que todo es una fachada, de que en tu fondo se oculta la llave que abre la puerta a la luz y a la calma!
Preguntas y fantasmas de granito. ¿Cuándo vas a despertar? ¿No crees que ya es hora de enfrentarse al pasado? ¿No ves que te miran porque tienes un papel pegado al zapato? No seas ridícula, Madrid, que encima llevas el vestido arrugado. ¿Qué pasa ahora? Sí, lo siento, no pretendía hacerte llorar. Me muevo a merced de la furia de la lluvia, busco producir vértigo y llaga, para después caer como una tromba de arena y pálida plata.
¡Ay, Madrid, quiero escapar de ti y no lo consigo! Me atrapas con tu sueño de ciudad herida y parece que escondes el relato de un viejo sabio que quiso verte crecer en su mano. Solo una cosa más, ¡no te hundas en este mayo que corre deprisa y agitado! Dejemos que, poco a poco, el agua encuentre su cauce bajo el arrullo de los días pausados. |
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