Configuración
histórica y discursiva de la migración: la privación de la condición humana
Historical and discursive configuration of migration: the deprivation of
the human condition
Ada Celsa Cabrera
García adacelsa.cabrera@correo.buap.mx
Benemérita
Universidad Autónoma de Puebla, México
Juana Marcela
Jaimes juana.jaimes@alumno.buap.mx
Benemérita
Universidad Autónoma de Puebla, México
URL: https://portal.amelica.org/ameli/journal/848/8485223003/
DOI: https://doi.org/10.18272/pd.v8i1.3302
Resumen: La reconfiguración mundial ha establecido condiciones en la esfera material de vida, generando un profundo impacto, especialmente en la movilidad humana. Para este trabajo se reflexiona sobre el tratamiento mediático y discursivo de la migración que aspira a la gestación de un imaginario social, vinculado a la reproducción de una ideología racista y de jerarquización social que, a escala sistémica, criminaliza a la movilidad “irregular” de personas. Los discursos que caracterizan y representan a las personas en movilidad como sujetos despojados de su condición humana, difundidos desde nuevos y tradicionales medios de comunicación, cuyo alcance no posee precedentes, se presentan como los principales mecanismos de reproducción de este imaginario.
Abstract: Global reconfiguration had established conditions in
the material sphere of life, with a deep impact, especially on human mobility.
For this work, an analysis is made of the media and discursive treatment of
migration, questioning how a social imaginary has been produced, linked to the
reproduction of a racist, hierarchical, and systemic ideology, which
criminalizes the irregular transit of people, in a process related to the
deprivation of the human condition.
Introducción
Este artículo
surge con el propósito de comprender la importancia del tratamiento informativo
que se da a las migraciones contemporáneas. Se presenta como una primera
colaboración que surge de la convergencia de intereses y experiencias de
investigación particulares, a saber: los procesos contemporáneos de movilidad
humana en su vínculo con las condiciones estructurales de cambio de la economía
mundial y las transformaciones discursivas que se dan a partir de las
estructuras mediáticas, los cuales reconfiguran los límites de la práctica
hegemónica y condicionan las percepciones sociales, reforzando estructuras de
poder y reconfigurando los límites de la praxis humana. Se trata de dos
visiones que encuentran en esta convocatoria monográfica la posibilidad de
compartir ideas y reflexiones que cruzan ambos campos problemáticos. En ese
sentido, este trabajo no es el resultado de una investigación en curso, sino
una reflexión sobre las narrativas ideológicas de la movilidad humana que se
enmarcan en el papel transversal que ahora ocupan los medios de comunicación.
Los
desplazamientos humanos se han convertido en uno de los principales fenómenos
sociales de nuestro tiempo. A pesar de poseer una dimensión histórica inherente
al ser humano y a la sociedad, han experimentado toda clase de presiones que
las convierten en un proceso forzado masivo que, al mismo tiempo, se enfrenta a
situaciones restrictivas y de control que condicionan y vulneran a aquellas
personas que no circulan de manera reglamentada. Estas medidas, que terminan
criminalizando a las personas que se ven obligadas a trasladarse de un
territorio a otro para mejorar sus condiciones materiales de vida, están
enmarcadas en un proceso de securitización que encuentra respaldo en la
reproducción de discursos permeados por la paranoia de la seguridad y el control.
Lo que, al mismo tiempo, impacta sobre la concepción social de la movilidad
humana, debido que su gestión se argumenta como parte de la legítima defensa de
las naciones a partir de nociones de gobernanza, legalidad, seguridad y orden,
que terminan velando no solo un mecanismo de control humano implacable, sino un
tratamiento mercantil de las personas migrantes en situación de vulnerabilidad.
En ese
sentido, el trabajo tiene como objetivo retomar los procesos contemporáneos que
han dado origen a una imagen estigmatizada sobre la migración resaltando la
importancia del discurso y el papel de los medios de comunicación en la
reproducción del imaginario de la persona migrante como ilegal o criminal. Lo
que se realiza a través de un tratamiento ideológico que ha llegado a la
deshumanización y que ha buscado legitimar una visión jerárquica y diferenciada
de las personas, idea que se vincula al concepto de racismo institucional (van Dijk, 2006). A partir de esto, se
manifiesta la necesidad de cuestionar si el despliegue mediático que se ha dado
a la migración, más que periodístico, responde a principios propagandísticos,
apelando al uso de los principios de Goebbels, los cuales, desde su origen, han
servido para gestionar la comunicación de masas. Se considera que estos
principios han logrado generar impactos profundos en la consolidación de
estereotipos en la actualidad.
Se recuperan
dos perspectivas generales que tratan de articularse para pensar en los
fenómenos antes mencionados. Primero, se plantea el vínculo entre los procesos
migratorios y las transformaciones estructurales de la economía mundial con
efectos específicos tanto en los desplazamientos humanos como en las políticas
y mecanismos para su control que, al mismo tiempo, generan la necesidad de
acudir a elementos que legitimen su despliegue. Para esta conexión se retoma a
autores como Giovani Arrighi, teórico del sistema-mundo, y Claire Rodier,
jurista sobre cuestiones migratorias y activista en favor de los migrantes.
Esto se enlaza, en segundo lugar, con propuestas teórico-analíticas sobre la
comunicación y el discurso que incluye la revisión de McLuhan, van Dijk y
Noelle-Neumann, con el objetivo de generar un análisis que sea relevante.
Además, se hace una revisión de informes como el de Red Acoge (2023) que ayuda a complementar las
narrativas en torno a la movilidad humana, poniendo sobre la mesa la necesidad
de entender que el tratamiento de la información no solo influye en la creación
de imaginarios sociales, sino que también impacta en la creación de nuevas
barreras simbólicas y materiales alrededor de este fenómeno social.
El trabajo se
desarrolla a lo largo de tres apartados: 1) condiciones estructurales para
comprender las medidas de control y gestión migratorio contemporáneas,
retomando los elementos históricos más relevantes que han dado pie al
incremento y profundización de los desplazamientos de personas; 2)
configuración del discurso migratorio, retomando la importancia de los procesos
y el discurso de la securitización para entender la conformación histórica y
discursiva de la migración, teniendo como marco el racismo que funge como
sistema de dominación que se expresa en la discriminación y el prejuicio en el
que se ubica al discurso como como práctica elitista; y, 3) el tratamiento
periodístico de la persona migrante ¿periodismo o propaganda?, proponiendo que
los principios propagandísticos de Goebbels han sido aplicados en el
tratamiento mediático de la migración, con fines ideológicos, coadyuvando a
construir una imagen de ilegalidad y criminalidad que parece encauzarse cada
vez más a la deshumanización.
Imagen 1
Un símbolo de la división entre quienes persiguen el sueño americano y las
barreras físicas y simbólicas que se consolidan con la llegada del
neoliberalismo que profundiza las desigualdades humanas Crédito Alex Briceño
Imagen 1. Un símbolo de
la división entre quienes persiguen el sueño americano y las barreras físicas y
simbólicas que se consolidan con la llegada del neoliberalismo, que profundiza
las desigualdades humanas. Crédito: Alex Briceño.
Condiciones estructurales para comprender las medidas
de control y gestión migratorio contemporáneas
El proceso de
reconfiguración económica sistémica en los últimos años, que ha tenido que ver
con el tránsito de una fase material a una fase financiera de la acumulación a
escala global correspondiente a la implantación de un proyecto neoliberal, ha
traído consigo cambios significativos que se expresan claramente en la
reproducción de la vida social. Dichos procesos han buscado ser legitimados a
través de un discurso que establecía al neoliberalismo como la única vía
posible después de la Guerra Fría, un nuevo paradigma que reimaginaba a
occidente, específicamente a Estados Unidos como potencia hegemónica. Esta es
la coyuntura que marcó una reedición del llamado “sueño americano” que ha
acompañado, al menos como idea, a las personas que migran desde los países
periféricos buscando alcanzar los territorios de los países centrales. Se trata
de un ideal que, incluso para una parte de aquellos que han logrado llegar al
país proyectado como destino, tal vez la mayoría, está muy lejos de cumplirse a
causa de los escenarios de marginación, explotación y discriminación que ahí
experimentan. Tampoco se ha materializado para una amplia fracción de personas
que, al haber acudido a la opción migrar, se han encontrado con un contexto de
nuevos, y no tan nuevos, cercos que se erigen bajo la forma de muros militar y
policialmente resguardados, así como de países enteros que se levantan como
nuevas fronteras y territorios de espera.
Para
comprender lo anterior es pertinente acudir a los orígenes de este conjunto de
transformaciones que, de manera profunda, pasan por ubicar la crisis de la
economía mundial de inicios de la década de los años setenta del siglo XX y las
transformaciones en las lógicas de dominación que le siguieron. En aquel
momento, las aproximaciones entre los autores del sistema-mundo avisoraban los
cambios que seguramente traería aparejada la crisis en múltiples dimensiones de
la vida social. Immanuel Wallerstein (1983), por ejemplo, habló de una
una crisis de transición hacia un nuevo sistema social histórico. Para él, esa
crisis derivó no de los fracasos, sino de los éxitos del sistema en su
incesante búsqueda de acumulación, siendo precisamente esa capacidad de recuperación
del sistema lo que gestaría y profundizaría su crisis estructural. Por su
parte, Giovanni Arrighi (1983) hablaba de una crisis de
hegemonía estadounidense y avanzaba en mencionar que esta implicaba la
permanencia de profundos “cambios discontinuos” (Arrighi, p. 61). Para Arrighi,
el carácter central de la crisis era que el propio éxito del “orden imperial
norteamericano” posterior a la segunda posguerra “fue minando, sin embargo,
algunos de los cimientos de ese orden y eventualmente produjo su caída. Entre
1968 y 1973, la crisis monetaria mundial y la derrota militar en Vietnam
crearon las condiciones para destrucción o transformación radical de algunas
disposiciones institucionales de las cuales dependía vitalmente la hegemonía
formal norteamericana” (Arrighi, 1983, p. 67).
Los aspectos
formales de la hegemonía de Estados Unidos se relacionan con la transformación
de la supremacía económica y militar de la que gozó este país al finalizar la
segunda guerra mundial, en un sistema interestatal jerárquico que otorgó al
gobierno federal norteamericano el poder de actuar dentro del mundo capitalista
como un estado por encima de los demás. En este sentido, podemos hablar de un
orden imperial nortamericano, un orden particularmente evidente en las esferas
militar y financiera, con la fuerza militar norteamericana colocada
estratégicamente en todo el mundo mediante un sistema de alianzas militares (Arrighi, 1983, p. 63).
La idea de
cambio discontinuo se vuelve relevante en el sentido de apuntar a las
dificultades que encontraría la hegemonía en crisis para enfrentar sus
“responsabilidades imperiales” con el marco institucional político, económico y
cultural vigente hasta ese momento. Tal situación le llevaría a recurrir a
continuos cambios antes de volver a alcanzar la estabilidad, aunque
posiblemente esta sería garantizada solo con el establecimiento de un “nuevo
orden hegemónico”, profundizando, por tanto, el “caos sistémico” (Arrighi y Silver, 2001). Según el propio
Arrighi
El poder
norteamericano y las instituciones que se crearon para hacerlo funcional, no
eran fines en sí mismos. Eran más bien instrumentos destinados a transformar al
mundo capitalista a imagen del norteamericano, el andamiaje de los elementos
sustantivos de la hegemonía. Estos elementos fueron tres: la reconstrucción del
mercado mundial, la expansión transnacional del capital, y la difusión del
taylorismo y del fordismo (1983, p. 63-64).
Se recuperan
esas interpretaciones sobre la crisis de los años setenta del siglo XX, debido
a la agudeza con la que, desde ese momento, se hacía referencia a un proceso de
transición y de cambios profundos para la economía mundial que hoy son
claramente palpables. Particularmente, nos interesa incorporar la manera en que
el mismo Arrighi observó, en estudios posteriores a ese contexto, que esa
crisis de hegemonía para los Estados Unidos significó el paso de la fase
material de la expansión del Ciclo Sistémico de Acumulación norteamericano,
vinculada al taylorismo-fordismo, a una fase de expansión asociada a la esfera
financiera como líder de la dinámica de acumulación a escala global. El amplio,
aunque no total, desplazamiento de los capitales hacia las actividades
especulativas liberó la presión de las actividades materiales, en las que el
capital se invertía de manera predominante para poner en movimiento mercancías,
esfera que había experimentado una intensificación de la competencia que
finalmente originaría la crisis de los años setenta. La fase de expansión
financiera coincide con la incursión del neoliberalismo como un proyecto que
articulaba las dimensiones económica, política y cultural para implementar y
legitimar un conjunto de transformaciones estructurales a través de reformas
globales sostenidas también en los espacios nacionales. Así, este periodo
caracterizado por la financiarización de la economía real, y la dinámica
especulativa que generaría recurrentes momentos de crisis, estuvo vinculada con
transformaciones de la esfera material caracterizada por la tendencia a
replicar, a escala global, procesos de deslocalización de la producción (Cabrera y Paz, 2024).
De manera
general, tales procesos tuvieron soporte en la instauración de cambios
institucionales que promovieron la liberalización del comercio y la
flexibilización laboral y espacial, que acompañaron a la reconfiguración
productiva asociada al toyotismo. El neoliberalismo se convirtió así en el
paradigma que reconfiguró de manera profunda el periodo posterior a la gran
crisis de la década de los setenta de la economía mundial, adquiriendo rasgos
globales para su desenvolvimiento, así como particularidades regionales. Estas
transformaciones estuvieron mediadas, con el objetivo de garantizar el consenso
y mermar los profundos descontentos derivados de ella, por el lanzamiento de
una base discursiva con un esquema de valores que trató de legitimar el despliegue
de las transformaciones en curso. El objetivo parecía ser que el
establecimiento de nuevos vínculos entre las dinámicas de acumulación de
capital y las estructuras de poder fueran aceptados por amplios sectores de la
sociedad.
La crisis de
los setenta fue así un punto inflexión para el sistema social histórico
moderno, en él convergieron la crisis de hegemonía norteamericana y las
transformaciones estructurales que dieron pie al proyecto neoliberal. A partir
de ella, puede también entenderse la manera en que es relanzada o reinventada
la manera en que occidente, en general, y los Estados Unidos como hegemonía en
crisis, en particular, buscaron mantenerse, al menos por un tiempo, como los
garantes del “mejor proyecto a seguir”. Bajo esta lógica, se reinventaron
discursos que no podían ya sostenerse tal y como habían sido exhibidos, como el
del país guía y facilitador para alcanzar el desarrollo, para ahora promover la
idea de los supervisores y garantes de la convergencia de los ritmos de
crecimiento económico a través del recetario del Consenso de Washington.
Para ello,
siguieron siendo fundamentales los elementos discursivos e ideológicos como el
de asumirse como los salvadores del mundo ante la amenaza comunista, al menos
hasta antes de la caída del Muro de Berlín, así como los que aludían a que, por
haber trazado una virtuosa ruta de progreso, podían conducir al resto del mundo
por la misma senda. Se colocó en el imaginario mundial una versión reeditada
del “sueño americano”, incluso junto a una suerte de “sueño europeo-occidental”
que, particularmente en el sur global, generó un efecto de llamada hacia las
poblaciones que experimentaron las carencias derivadas del alargamiento de la
crisis de los setenta que afectó a los países primario-exportadores,
intensificando los flujos migratorios desde esos territorios hacia los
denominados industrializados.
Imagen 2
El sueño americano es una ilusión para muchos latinoamericanos Sin embargo
en el camino corren riesgo de muerte Aquí una manifestación de migrantes que
piden la paz Crédito de foto Prensa CIDH
Imagen 2. El sueño
americano es una ilusión para muchos latinoamericanos. Sin embargo, en el
camino corren riesgo de muerte. Aquí una manifestación de migrantes que piden
la paz. Crédito de foto: Prensa CIDH.
Así, en
convergencia con el contexto de transformaciones del sistema social histórico,
son ubicables nuevas tendencias, ritmos y subjetividades en el despliegue de la
movilidad-humana, al mismo tiempo que los flujos migratorios experimentaron
procesos de restricción y control intensificados. Esto se vuelve
particularmente claro a partir de la década de los noventa, una época en la que
los procesos de militarización implementados se vuelven una práctica
recurrente. Posteriormente, el año 2001 se constituye como un nuevo punto de
inflexión para las dinámicas de control fronterizo —a causa del 11 de
septiembre—. Luego, en el año 2008, la crisis financiera capitalista
reconfigura, una vez más, la intensidad de la salida de personas de sus zonas
de origen y la búsqueda de nuevos espacios y rutas de tránsito.
Los procesos
de militarizaciónon y control fronterizo, así como los de ilegalización de las
personas migrantes que no poseen los permisos de residencia y tránsito,
desplegados en ese último periodo, no se caracterizan por poner fin a los
flujos migratorios, sino por ocasionar que las personas busquen zonas de cruce
menos visibles y controladas exponiéndose a más peligros y nuevas
vulnerabilidades. Al mismo tiempo, la ilegalización y criminalización de los
migrantes ha obstaculizado la forma en que ellos se enfrentan al mercado de
trabajo y el propio desarrollo de sus trayectorias biográficas, familiares y
sociales, en los territorios de tránsito y destino. Es decir, “la tensión entre
contención y movilidad humana se puede ver en las formas en que la ilegalidad
producida por las leyes genera vallas, pone bridas al libre movimiento y pone
cercos a las trayectorias vitales de los migrantes encauzando su potencia
individual y social de modos productivos” (Cordero y Cabrera, 2016, p. 41).
Uno de los
momentos que se presenta dentro de la tendencia de “cambios discontinuos” que,
según Arrighi, traería consigo la “crisis señal” del ciclo sistémico de
acumulación de los años setenta del siglo XX, se manifiesta a partir del 11 de
septiembre del año 2001, momento el que se lanza hacia el mundo el proyecto de
“Nuevo Siglo Americano”. Se trató de
una amplia
estrategia para sostener la hegemonía mundial norteamericana ante las tensiones
que había venido enfrentando desde la crisis económica, política y militar de
la década de los setenta del siglo pasado. Entre otras cosas, significó la
mayor reestructuración en materia de seguridad y defensa llevada a cabo por los
Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial, traduciéndose en estrategias de
defensa y seguridad promovidas por esa nación en dos sentidos: primero, hacia
el exterior, buscando justificar proyectos de ocupación e intervención militar
de distintos países en el mundo; y, segundo, en medidas securitarias a nivel
interno, con efectos profundos en el tratamiento de la migración indocumentada,
tanto para la que ya se encontraba en ese país como para la que estaba por
llegar. De tal suerte que uno de los ejes del proyecto de Nuevo Siglo Americano
tuvo que ver con un proceso de endurecimiento de las estrategias de control y
gestión de las migraciones desplegadas en los Estados Unidos después del 9/11,
que se sumaron a las de militarización de la frontera norteamericana iniciadas
en los años noventa del siglo XX, para filtrar y seleccionar a los sujetos
“deseables”, así como para mantener la disciplina aquellos “indeseables” que ya
se encontraban en su territorio (Cabrera, Cordero y Crivelli, 2022, p. 9).
De esa forma,
las medidas criminalizantes encuentran respaldo en un discurso permeado por la
paranoia de la seguridad y el control de las fronteras terrestres, marítimas y
espaciales, ante el peligro que atribuye al terrorismo y al narcotráfico, que
impacta sobre la concepción de extranjero en función de sus orígenes nacionales
y de su estatus migratorio. Esto dio pie al crecimiento de la industria de la
seguridad y de su obtención de beneficios, situación que a la postre ha
significado la modificación del discurso hegemónico y las escalas de valores
que promueve, redimensionando en ese sentido cuestiones de política y
legislación entre las que se encuentra la migratoria.
Para Rodier (2015), la industria de la seguridad no
es la única beneficiaria al identificar que los dispositivos de control y
gestión de la movilidad humana poseen una clara naturaleza ideológica. Para
ella, se torna central la manera en que los discursos se despliegan para
convencer a
una opinión pública inquieta por los problemas contemporáneos de que se hace
uso de los medios disponibles para garantizar su tranquilidad. Esta línea de
acción implica en primer lugar la designación de culpables: en tanto que parias
de la globalización, es a los inmigrantes a quienes toca asumir este papel, y
su “extranjeridad” facilita su equiparación con todas las amenazadoras figuras
que se les atribuyen. Equipararlos con delincuentes, defraudadores, enemigos
infiltrados o terroristas permite también justificar las medidas adoptadas para
impedirles el paso incluso a costa de distorsiones de la legalidad (Rodier, 2015, p. 65).
Precisamente,
buscamos contribuir en el entendimiento de la manera en que se movilizan estos
discursos que intentan legitimar una visión jerárquica y diferenciada de las
personas que migran en el mundo. Lo que se sugiere, a partir de la
argumentación que se presenta en los siguientes dos apartados, es que en el
intento de encontrar asidero y aceptación social para un conjunto de prácticas
que expanden, desmesuradamente, la violencia con la que son tratadas las
personas en movilidad, se despliegan interpretaciones sobre las personas en
movilidad “irregular” en las que se les priva de su condición humana.
Configuración
del discurso migratorio
Pensar la
transformación histórica y discursiva de la migración debe pasar, forzosamente,
por entender el impacto global que supuso el derrumbe de las Torres Gemelas en
2001, un hecho global que transformó para siempre el imaginario de la
seguridad, así como los procesos de movilidad humana en todo el mundo. De esta
manera, el inicio del nuevo milenio significó, a escala global, un cambio en el
modelo de la seguridad, la cual se empezó a promover como un valor esencial
para la humanidad, muy por encima de cualquier derecho humano, político o
económico.
Imagen 3
Nueva York es conocida como una ciudad santuario que siempre acoge
migrantes de todo el mundo Pero el atentado a las Torres Gemelas en el 2001
transformó el imaginario de la seguridad en Estados Unidos Crédito de foto
Tania Orbe
Imagen 3. Nueva York es
conocida como una ciudad santuario que siempre acoge migrantes de todo el
mundo. Pero el atentado a las Torres Gemelas en el 2001 transformó el
imaginario de la seguridad en Estados Unidos. Crédito de foto: Tania Orbe.
Esta
transfiguración fue respaldada por la U.S. Patriot Act (PA), surgida en 2001
posterior al 9/11, una ley que concebía espacios de excepción en medio de la
legalidad ordinaria; que le otorgaba un poder y libertad de acción superior a
funcionarios federales; que era capaz de establecer nuevos delitos, penas y
procedimientos a escala nacional e internacional; que deroga o suspende
derechos fundamentales, convirtiendo discriminadamente en sospechosos a todos
los ciudadanos, especialmente a los extranjeros (Espino, 2014); y que eliminó el Departamento
de Inmigración, consignando sus asuntos al Departamento de Seguridad Nacional,
asociando indiscutiblemente los asuntos migratorios al terrorismo y el
narcotráfico. Esto colocó, en el mismo plano, a migrantes y criminales (Montoya y Woo, 2011, p. 252).
El 2001 marcó
una securitización global encabezada por Estados Unidos y su política
internacional, un proceso por el cual todos los asuntos son analizados, antes
que nada, como problemas de seguridad. En términos discursivos se empieza a
hablar de seguridad económica, seguridad ambiental, seguridad humana; de manera
que todo se dramatiza adquiriendo rasgos de absoluta prioridad, pues todo tiene
que ver con una amenaza existencial (Merke, 2004). Para el caso específico que aquí
interesa, esa obsesión securitaria legitima medidas de criminalización, a
través de discursos de seguridad y control, que tiene un impacto directo sobre
la concepción de los extranjeros y de la movilidad humana en general. Esto se
da en un marco en el que se construyen arbitrariamente nuevas formas de
ilegalidad a través de dos discursos fundamentales: la legítima defensa del
Estado y la guerra preventiva frente a la lucha contra el terrorismo (Espino, 2014).
Pero esta
transformación no se sostiene únicamente con el cambio institucional e
internacional de instancias políticas, sino que encuentra su base de difusión
en el rol que juegan los medios de comunicación, pues el impacto de los hechos
del 2001 fue especialmente significativo con respecto a la retórica mediática
de la migración. Como afirma Villalobos Romo (2018), los medios de
comunicación se encargaron de reproducir discursivamente la idea de un vínculo
entre migración y terrorismo por medio de la propagación de noticias que
presentaban una visión del migrante como un problema extendido a escala global,
concatenando una serie de ideas inconexas que los generalizaban y encasillaban
de una manera negativa.
La secuencia
cronológica misma de las noticias del New York Times construyó
un argumento al que se le quiso dar un carácter lógico. En una síntesis
diacrónica de las noticias se puede identificar esta secuencia argumentativa
como sigue: el terrorismo en los Estados Unidos es similar al terrorismo en
otros países; algunas de las víctimas en el World Trade Center (WTC) son de
países que han luchado con grupos terroristas; inmigrantes ‘ilegales’
perpetraron los ataques del 9/11; la migración ‘ilegal’ está causando problemas
internacionales; por lo tanto, endurecer las políticas migratorias es la
solución (Villalobos Romo, 2018, p. 126).
Imagen 4
Titular de un artículo del The New York Times el 12 de diciembre de 2001
que se traduce como Una nación desafiada La Agencia de Migración el esfuerzo
por descubrir terroristas entre extranjeros ilegales hace un progreso glacial
dicen los críticos Crédito de foto Captura de pantalla en httpsnytims2Nqzo8a
Imagen 4. Titular de
un artículo del The New York Times el 12 de diciembre de 2001
que se traduce como “Una nación desafiada: La Agencia de Migración; el esfuerzo
por descubrir terroristas entre extranjeros ilegales hace un progreso glacial,
dicen los críticos. Crédito de foto: Captura de pantalla en https://nyti.ms/2Nqzo8a
Esta
transformación discursiva es fundamental para entender la configuración
histórica contemporánea de la migración, la cual se argumenta a partir de una
serie de discursos oficiales que han consolidado no solo la forma en la que se
entiende este fenómeno social, sino la forma en que se aborda y se resuelve,
acentuando ideas de gestión y gobernanza que, en la realidad, tienen que ver
principalmente con el orden y el control. Se trata de nociones que se han
centralizado, a escala global, gracias a instancias como la Organización
Internacional para las Migraciones (OIM), una agencia que concentra los
discursos de política y gestión de las migraciones mundiales.
Aunque la OIM
designa al migrante como “toda persona que se traslada fuera de su lugar de
residencia habitual, ya sea dentro de un país o a través de una frontera
internacional, de manera temporal o permanente, y por diversas razones” (2019),
diferenciando entre migrantes regulares, irregulares, en situación vulnerable o
trabajadores migrantes, la realidad es que en un mundo globalizado como en el
que vivimos actualmente, la migración es un fenómeno cada vez más natural. Hoy
más que nunca, es fácil encontrar miles de personas que se desplazan de su
lugar de origen y que se instalan alrededor del mundo por diferentes razones y
en una buena parte de los casos no tiene que ver con un riesgo inminente.
Aunque muchas de las razones para esas movilidades no forzadas tienen que ver
con el estudio, el placer, mejores opciones de trabajo, viajes, nomadismo
digital, etc., la categoría de migrante sigue siendo reservada para un grupo de
personas específicas, es decir, para aquellos que transitan fronteras de manera
irregular y que no tienen una autorización que reglamente su estancia.
Imagen 5
Un comedor para migrantes irregulares en uno de los refugios de Nueva York
El término migrante queda restringido a un grupo reducido de personas que son
entendidas en cuanto a movilidad humana como ilegales Crédito de foto Tania
Orbe
Imagen 5. Un comedor
para migrantes irregulares en uno de los refugios de Nueva York. El término
migrante queda restringido a un grupo reducido de personas que son entendidas
en cuanto a movilidad humana, como ilegales. Crédito de foto: Tania Orbe.
Así pues, la
migración que se denomina como irregular se ha consolidado como el foco de
atención para las agencias internacionales de control migratorio, las cuales
establecen políticas que impulsan un imaginario de “legalidad”, “seguridad” y
“orden” bajo el discurso de los Derechos Humanos, tratando de legitimar un
tratamiento mercantil de los migrantes en situación de vulnerabilidad, es
decir, para el aseguramiento de mano de obra flexible y disciplinada por una
latente condición de ser detenida e incluso deportada (Cabrera, 2016).
Lo que se ha
buscado construir, política y mediáticamente, es un imaginario de gestión
migratoria como la aparente vía menos violenta para conseguir la regulación y
contención de la movilidad humana. Esto se refiere solo a cierto tipo de
movilidad, aquella que extrae a las personas de la estructura sistémica
establecida, la considerada como irregular e ilegal, en un intento por
movilizar intereses y agendas particulares, de manera que la gestión se
convierte en un vehículo velado del control y la seguridad (Estupiñán, 2013).
Pues, en realidad, el objetivo que se persigue con ello “no es cerrar
herméticamente las fronteras de los ‘países ricos’, sino establecer un sistema
de diques para producir, en última instancia, ‘un proceso activo de inclusión
del trabajo migrante a través de su ilegalización’ (Mezzadra, 2012, p. 171).
En este
sentido, la configuración de la migración como fenómeno social ha estado
también incidida por un proceso de reproducción ideológica que ha reducido y
condensado la figura del migrante a la ilegalidad. La legislación migratoria en
conjunto con la representación del migrante en los medios de comunicación ha
permitido un disciplinamiento de este grupo social como fuerza de trabajo. Se
trata de un proceso que tiene como base una clasificación racial y una
jerarquización relacionadas con la manera en que los distintos puestos de
trabajo y los salarios son distribuidos a partir, en este caso, en función del
estatus migratorio de las personas (Cabrera, 2016).
Esta
jerarquización puede igualmente entenderse desde su articulación con el
concepto de racismo institucional, un racismo de élites que frecuentemente se
presenta de manera sutil e indirecta. Es un racismo principalmente discursivo,
utilizado por políticos, periodistas, académicos, jueces, directivos, etc.,
quienes, con solo hablar, expresan ideas dominantes, reproducen creencias
ideológicas y ejecutan planes y políticas con intereses particulares (van Dijk, 2006). Sin embargo, esto no se queda
en el plano discursivo, pues posee efectos directos en la vida de las personas
y en sus condiciones materiales de existencia.
Teun A. van Dijk (2006) define el racismo
institucional como aquellas prácticas discursivas organizadas desde las élites,
que son productos individuales o colectivos de sus miembros y que están
legitimados por su liderazgo de élite. De acuerdo con esto, el fenómeno de la migración
ha sido históricamente determinado por élites que se han encargado de manera
sistemática de criminalizar la movilidad humana cuando no se encuentra dentro
de las necesidades sistémicas. Al mismo tiempo que han colocado a los seres
humanos dentro de estereotipos nocivos que afectan directamente su forma de
subsistir en este mundo, obligándolos a ocupar forzosamente un determinado
lugar en la jerarquía social que se ha establecido.
Un discurso de
un político prominente, un artículo de opinión de un periodista estrella, o un
libro de un académico de renombre pueden tener un efecto más negativo que
cientos de conversaciones tendenciosas en la calle, en el autobús o en un bar
(van Dijk T. A., 2006, p. 17).
La
configuración discursiva de la migración se da, entonces, enmarcada en el
racismo como sistema de dominación y de generación de desigualdad social, en el
que se domina a minorías no europeas, no norteamericanas. La dominación se
expresa en el abuso de poder representado por el vínculo de dos sistemas de
prácticas sociocognitivas cotidianas que se legitiman mutuamente: por formas de
discriminación, marginación, exclusión o problematización, de un lado, y por
creencias, actitudes e ideologías prejuiciosas y estereotipadas, por otro (van Dijk T. A., 2006).
Para van Dijk,
es precisamente el discurso el que articula esos dos campos, una práctica
social que es casi exclusiva de las élites simbólicas y de las instituciones,
quienes reproducen ideas y prejuicios a través de los medios de los
comunicación, los libros de texto y las conversaciones cotidianas.
Casi todo lo
que sabe la mayor parte de la gente sobre países no europeos, sobre inmigrantes
y minorías, lo sabe a través de los medios de comunicación, y lo mismo sucede
con sus opiniones y actitudes que, a su vez, son la base de las prácticas
sociales de discriminación y exclusión. Así, el proceso de la producción y
reproducción de conocimiento, opiniones e ideologías se debería definir
principalmente en términos de las prácticas discursivas de las instituciones
dominantes y sus élites (van Dijk T. A., 2006, p. 18).
En este
sentido, la configuración de la imagen del migrante ha estado sujeta a una
necesidad de jerarquización y discriminación sistémica que encuentra
legitimidad en el arquetipo de la ilegalidad, de la criminalidad; una idea que
ha sido posible gracias a los procesos de securitización que establecen que el
migrante es una amenaza, una especie de figura antagónica que se levanta frente
a cualquier ciudadano del común. Se trata de nociones que se reproducen y
multiplican con la labor de los medios de comunicación y los discursos que a
través de ellos se difunden.
El tratamiento
periodístico de la persona migrante ¿periodismo o propaganda?
Para
comprender esos procesos es importante entender a la ideología como las
creencias fundamentales de un grupo social particular, que dan sentido al mundo
y que fundamentan las prácticas sociales de sus miembros; una de las prácticas
sociales más condicionadas es el uso del lenguaje y del discurso que, de igual
manera, condicionan la forma en que se adquieren, aprenden o transforman las
ideologías (van Dijk, 2003). Para van Dijk, el lenguaje
debe entenderse a partir de su uso desde sujetos determinados, en situaciones
comunicativas concretas que tienen fines específicos. En este sentido, el
discurso, al cual el autor entiende como el propio uso del lenguaje, es el que
representa aspectos esenciales de las áreas de interrelación social, es decir,
la política, la economía, la educación, etc. El discurso expresa y reproduce
las ideologías compartidas socialmente que controlan los actos e interacciones
de las personas (Bermúdez Antúnez, 2007).
En una
sociedad jerarquizada, la ‘vida ideológica’ se basa en estructurar las
prácticas cotidianas por medio de funciones, organizaciones e instancias
específicas, que se presentan como disposición necesaria para la reproducción
eficiente de nociones concretas. Tal es el caso de movimientos sociales,
partidos políticos, Iglesias o medios de comunicación, ya que no solo basta con
compartir objetivos, valores o actitudes a nivel personal, sino que se requiere
que estos tengan una naturaleza institucional, que es la que termina
estructurando las prácticas no verbales que complementan la dimensión
ideológica del discurso en la esfera de lo público (van Dijk, 2003)
En la escala
micro, la adopción de ideologías tiene que ver con la interacción, la
colectividad y la acción conjunta, mientras que a escala macro, estas están
vinculadas con las relaciones entre grupos, relaciones que en una sociedad como
la nuestra se definen por medio del poder y dominio, entre clases dominantes o
élites y el pueblo o clases dominadas; una relación en la que el discurso es la
herramienta indirecta de la dominación (van Dijk, 2003). De manera histórica, esto se
concretó, primero, a través de instituciones como la Iglesia y la escuela, pero
que, sin embargo, hoy responde principalmente a los medios de comunicación.
Estos se concentran en persuadir y estimular marcos mentales desde los que se
genera una cosmovisión que rige el accionar colectivo; de esta manera, quien
controla el discurso público, controla a la sociedad.
En la
actualidad, los medios de comunicación, que han estructurado un sistema
mediático per se, constituyen un poder al mismo nivel de la economía o de la
política. Se han convertido en agentes determinantes para la configuración de
comportamientos ideológicos, pues trabajan confirmando intuiciones ideológicas
que se enmarcan en un sentido común particular que le da sentido a la vida,
siendo así la opinión pública el gran terreno político a disputar (Pablo
Iglesias, comunicación personal, 11 abril 2024). Según Noelle-Neumann (2010), esto puede resumirse en
dos conceptos particulares: como racionalidad que contribuye a un proceso de
formación de opinión y, por lo tanto, de toma de decisiones en una democracia;
y como control social cuyo papel tiene que ver con promover la integración
social para garantizar un grado suficiente de consenso en pro de tomar ciertas
decisiones y realizar determinadas acciones.
En este
contexto, los medios de comunicación resultan fundamentales para comprender la
forma en la que las personas entienden cualquier tipo de fenómeno social,
reproduciendo discursos y perpetuando acciones que pueden ser tanto positivas
como negativas para una sociedad, representando el posicionamiento de diversos
grupos sociales. Así pues, el nivel mediático se ha convertido en uno de los
elementos más importantes en el mundo en el que vivimos, pues entender la
realidad pasa por asimilar que esta está totalmente mediada por la prensa, la
televisión, la radio, el internet y las redes sociales, los cuales transmiten
información que nos permite formar una opinión determinada sobre los
acontecimientos del mundo, pero, sobre todo, establecer opiniones personales
sobre temas determinados.
Sin embargo,
la función de los medios de comunicación no se vincula tan solo a las personas
como individuos, sino que estos se han instalado como los portavoces de un
discurso oficial que reproduce ideas fijas sobre temas particulares. Esto da
forma a un discurso autorizado para tratar y difundir asuntos de manera
pública, lo que termina por establecer imaginarios concretos sobre temas
políticos que se tratan diariamente en la agenda pública. Tal tipo de discurso
ideológico es el que ha sido denominado por van Dijk (2016) como racismo
institucional, en el sentido de que reproduce una jerarquización humana a
partir de la posición hegemónica de las élites.
El racismo
institucional se posiciona, pues, como la idea que da forma a la relación entre
la migración y los medios de comunicación. Esta relación encuentra su
fundamento en que los medios reproducen ideologías que están directamente
vinculadas a intereses específicos de un grupo social, los cuales buscan la
aplicación y generalización de actividades, normas y leyes que los favorezcan,
incrementando su poder o sus recursos. Todo ello dentro de un escenario en el
que los medios se convierten en el referente que marca el inicio y los límites
de la acción social.
Al respecto,
Marshall Mcluhan (2009) dice que, en una cultura
como la nuestra, en la que existe una larga tradición de fraccionar y dividir
en pro de controlar, resulta en una suerte de choque la idea de que el medio es
el mensaje, lo que significa que el resultado tanto individual como social de
cualquier medio, entendiendo al medio como una extensión del ser humano, es la
introducción de nuevas escalas en los asuntos humanos. Así pues, el contenido
de todo medio es otro medio, en un proceso que parecería no tener fin. Esto
quiere decir que las escalas y los límites que aplicamos al mundo social
derivan en gran medida de los medios de comunicación y, específicamente en
cuanto a la migración, son estos los que deciden las fronteras ideológicas a
través de las cuales entendemos o rechazamos los procesos de movilidad humana.
En este
sentido, los medios de comunicación han sido fundamentales para lo que
podríamos llamar un proceso no solo de criminalización, sino de deshumanización
del migrante, pues los discursos han abordado un tránsito entre la ilegalidad,
la criminalidad y se enfocan cada vez más hacía la deshumanización. Hoy más que
nunca resulta relevante reflexionar sobre el tratamiento periodístico que los
medios de comunicación ofrecen acerca de la figura de los migrantes, pues el
abordaje de la migración en la actualidad es resultado directo de la
reproducción ideológica de un discurso específico. De manera concreta, se trata
de un discurso que otorga un trato reduccionista y negativo que fija, de manera
profunda, estereotipos en la sociedad actual.
Si se piensa
en el tratamiento mediático de la migración, podemos identificar estrategias
concretas que, a nivel discursivo, se utilizan para reforzar imaginarios
sociales, como es el caso de los principios propagandísticos desarrollados por
Joseph Goebbels, ministro de Propaganda del Reich en 1933, diseñados para
monopolizar los medios con fines ideológicos e influir en la comunicación de
masas. De manera particular, se podrían señalar como relevantes algunos de
ellos:
• El principio
de contagio, el cual consiste en agrupar a aquellos considerados
como adversarios bajo una misma categoría descalificativa. Siguiendo este
principio, se puede evidenciar claramente cómo los migrantes bajo una condición
de irregularidad, son etiquetados como “ilegales” o “criminales”, lo que ayuda
a la generalización de características negativas y a un rechazo colectivo hacia
ellos.
• El principio
de silenciación, que implica omitir o invisibilizar información
relevante. Se observa en los medios dominantes una ausencia de análisis y
cobertura sobre las causas estructurales de la migración y, sobre todo, de su
impacto sobre distintos ámbitos de la vida social, lo que contribuye a una
narrativa incompleta y sesgada que coadyuva a la deshumanización del migrante.
• El principio
de orquestación, esa repetición constante de ideas, que terminan
convirtiéndose en verdades aceptadas. Esta estrategia se observa precisamente
en el uso reiterativo de términos negativos sobre los migrantes, ya sea en
titulares, imágenes o discursos mediáticos que reproducen, por lo general,
ideas oficialistas gubernamentales. Esto refuerza los prejuicios y genera
percepciones sociales erróneas profundamente arraigadas y aceptadas como
verdaderas.
Aunque los
principios de Goebbels surgen en un contexto histórico particular, su
aplicación en el ámbito mediático actual se torna evidente en las dinámicas de
comunicación masiva que, además, han evolucionado hacia plataformas digitales y
redes sociales que no hacen sino intensificar principios como los que se
mencionan. Acudimos ahora, justamente, a una repetición y viralización de
contenidos, a una omisión de narrativas alternas a las dominantes que, cuando
existen, muchas veces terminan perdiéndose en la velocidad con la que se cambia
el contenido en las redes sociales. De manera sutil, asistimos a procesos de
estigmatización constantes, con lo que se ha amplificado el impacto de la
propaganda sociopolítica en medio de esta adaptación al actual entorno
interactivo globalizado. La migración, en ese sentido, ha sido sistemáticamente
reducida a la idea del movimiento irregular de personas entre fronteras, pues
su abordaje por los medios tradicionales de comunicación se ha dado en términos
más bien propagandísticos, es decir, con el claro sentido de que la
reproducción y transmisión de la información logre influir en los imaginarios
sociales. Se trata, desde esta perspectiva, de una manipulación organizada de
opiniones.
Si pensamos
cómo se ha configurado el imaginario del migrante en las últimas décadas,
podemos observar que estos principios han sido aplicados en el tratamiento
mediático de este fenómeno social a escala mundial. Se ha construido la imagen
de migrante ilegal y criminal, como una amenaza. Se apuntala, a su vez, la
imagen de que es el propio migrante el culpable de su situación, omitiendo que
la necesidad de desplazamiento territorial obedece, la mayoría de las veces, a
cuestiones sistémicas.
Durante la
crisis migratoria en Europa, fue claramente visible la difusión de discursos
que asociaban a los refugiados con el terrorismo y la delincuencia, replicando
opiniones políticas que encasillaron a grupos diferentes (sirios, afganos o
africanos) en una sola categoría, calificándolos colectivamente como una
amenaza para la seguridad sin considerar las condiciones sistémicas que
ocasionaron sus desplazamientos (Amnistia Internacional, 2014). En Estados
Unidos, la narrativa mediática sobre la “caravana de migrantes”
centroamericanos del año 2018, se reprodujo ampliamente tanto por medios de
comunicación, Fox News, por ejemplo, como por diferentes figuras políticas que
describen ese fenómeno social como una “invasión” que traerá consigo una
“crisis” inminente. Ello se acompañaba con un bombardeo de imágenes y titulares
alarmistas, creando un ambiente de miedo, tensión y rechazo hacia familias que
solo habían partido buscando acceder al asilo norteamericano.
Imagen 6
Titular de una noticia sobre caravana de migrantes hacia Estados Unidos en
Fox News Cortesía Fox News
Imagen 6. Titular de una
noticia sobre caravana de migrantes hacia Estados Unidos en Fox News. Cortesía
Fox News.
De manera
especial, la movilización humana que se da por causas estructurales en América
se ha convertido en fuente de noticias sensacionalistas que exageran sus
historias, buscando generar pánico y miedo con respecto al tránsito de
migrantes a lo largo del continente. Lo que se enmarca en la manera en que los
medios tradicionales informan deliberadamente según intereses particulares,
descontextualizando y vulnerando los derechos humanos a su paso, porque al
final lo que importa no es el apego a la verdad, sino establecer hechos que
puedan ser verosímiles.
Según el
Informe inmigracionalismo (Red Acoge, 2023), casi el 15 % de las noticias
relacionadas con migración hace un uso inadecuado de las imágenes, lo que
vulnera su dignidad y sus derechos, especialmente los de las infancias, pues se
promueven la descontextualización y los estereotipos nocivos; un 48 % de las
informaciones sobre migración analizadas en ese informe no utilizan la palabra
‘persona’, apelando solo a una situación administrativa o a un lugar de origen;
el 22 % utiliza un lenguaje alarmista o beligerante; y un 10 % utilizan el
término ‘ilegal’. Son solo algunos ejemplos que demuestran cómo los medios de
comunicación funcionan a partir de principios propagandísticos que refuerzan
estereotipos, por medio de términos simplificadores y redundantes que
contribuyen a imaginarios de miedo y rechazo en el resto de la población.
Ese proceso se
trata, principalmente, de una deshumanización mediática, una dinámica mucho más
compleja que la criminalización. Esto absolutamente preocupante en el sentido
en el que se amplían las escalas y los límites de prácticas de disciplinamiento
y castigo aplicados a los migrantes, reflejado en leyes y políticas inhumanas
para gestionar y controlar la movilidad. Sobre esto, puede citarse a Alethia
Fernández de la Reguera (2020) quien, en su investigación sobre las políticas
de detención en la frontera sur de México, ha documentado múltiples prácticas
por parte de los agentes de control migratorio como “el desprecio y la
humillación de las personas migrantes mediante el asco; es decir se generan
condiciones de insalubridad y se castiga a las personas a partir de limitarles
el agua, el acceso a los sanitarios, la ventilación, la privacidad, obligarlas
a dormir en hacinamiento y en colchonetas sucias y plagadas de bichos”
(Fernández de la Reguera, 2020, p. 137).
La forma en la
que se ha esparcido una imagen del migrante por medio de las narrativas
mediáticas, centradas en el paulatino despojo de su condición humana, ha
servido para legitimar el uso de múltiples violencias en ascenso. Algunas de
las expresiones que estas prácticas deshumanizantes adquieren en la
cotidianidad de miles de personas en movilidad “irregularizada” podrían ser
casos como el que inició en abril de 2018 ante la política norteamericana de
“cero tolerancia”. En ella se acusaba a los indocumentados que intentaban
ingresar al territorio estadounidense de estar cometiendo un delito por el que
debían ser juzgados y en el que los detenidos perdían la custodia de sus hijos.
El resultado de ello fue el que cerca de 2 mil menores fueran separados de sus
familiares durante el periodo que duró del 19 de abril al 31 de mayo de ese año
(BBC News, 2018).
Otra
referencia se encuentra en los casos en los que bebés que nacieron en México en
el seno de familias que se encontraban en detención migratoria, a los que no se
les informó que tenían derecho a regularizar su situación migratoria como
padres o madres de hijos/as mexicanos/as, lo que al mismo tiempo los libraría
de estar en detención (Fernández de la Reguera, 2020, p. 135); o el caso de un
grupo de mujeres hondureñas solicitantes de asilo que fueron obligadas a
utilizar grilletes electrónicos como dispositivos de vigilancia durante su
proceso de solicitud de asilo (Iborra, 2021, p. 47). Lo grave del asunto es que
este tipo de casos documentados, lejos de tratarse de situaciones aisladas, se
han transformado en prácticas que prevalecen junto a un conjunto de tránsitos
discursivos referentes a la figura del “migrante” sobre la base de un
tratamiento mediático que les despoja de su condición humana.
El alcance de
estos efectos discursivos llega incluso hasta aquellas personas que se
solidarizan con los migrantes. Sobre esta situación, Ruth de Frutos y Lucía
Muñoz (2022), mencionan que se criminaliza a quienes defienden a las personas
migrantes y refugiadas por medio de: la promoción de ambientes tóxicos y de
acoso hacia su trabajo; de procesos de judicialización hacia voluntarios; y de
una burocratización que entorpece la labor de salvar vidas y de defender el
derecho a migrar. Ambas autoras consideran que existe una invisibilización de
la realidad migratoria derivada de una estrategia dirigida por las esferas
políticas y mediáticas que instrumentalizan el discurso de la “otredad” con
fines electorales y económicos; pues, ante el endurecimiento de Frontex en el
caso de Europa y ante el aumento del flujo de población migrante y refugiada,
los medios de comunicación dominantes solo aluden a la existencia de una
amenaza hacia los componentes sociales y democráticos de los Estados de la
Unión Europea.
Lejos de
fomentar la acogida de una ciudadanía responsable, generando periodismo de
soluciones en materia de migración y refugio y humanizando a personas que
arriesgaban su vida en rutas migratorias cada vez más peligrosas, sobre todo
para las mujeres. En su caso, éstas sufren vulneraciones específicas
relacionadas con explotación sexual y laboral y/o violencia. Algunas de las
mujeres que migran son madres y a estas violencias se suma el sufrimiento por
la separación de sus hijas cuando llegan al país de destino, o se enfrentan al
miedo y a la culpabilidad aquellas que montan a sus pequeños en la patera.
Los medios de
comunicación de los países de la Unión Europea reprodujeron el discurso racista
y xenófobo de los partidos políticos al auge, estigmatizando no sólo quienes
estaban en tránsito, sino también a los voluntarios y voluntarias que promovían
su derecho a la vida y a migrar. (De Frutos y Muñoz, 2022, p. 380-381).
A través del
citado estudio, es posible observar cómo la propia intención de salvar vidas y
de proteger la integridad física de las personas se vuelve una máxima sujeta a
cuestionamientos cuando las vidas que buscan salvaguardarse son de personas
migrantes o refugiadas. Es decir que, para este tipo de discursos, existen
vidas que merecen ser salvadas y otras que no.
El análisis
permite evidenciar cómo los principios ideológicos reproducidos por los medios
de comunicación han perpetuado narrativas de criminalización y deshumanización
del migrante, integrándose en un discurso hegemónico que condiciona la
percepción social y refuerza estructuras de poder preexistentes. Este proceso
no solo impacta la forma en que las sociedades entienden la movilidad humana,
sino que también legitima políticas restrictivas y prácticas desiguales que
afectan directamente a las personas migrantes y a su dignidad. A partir de
estas reflexiones, resulta fundamental empezar a considerar nuevas formas de
abordar la comunicación migratoria y de movilidad humana, es urgente romper con
estas dinámicas estructurales, tratando de promover discursos análiticos más
inclusivos, centrados en la dignidad humana.
Conclusiones
A lo largo de
este trabajo, hemos buscado evidenciar un conjunto de elementos que no suelen
ser considerados a la hora de analizar las dinámicas migratorias
contemporáneas. El primero de ellos se refiere al vínculo que existe entre los
cambios estructurales a partir de la crisis de los setenta con un nuevo
conjunto de ejes discursivos en busca del sostenimiento de la hegemonía
nortemericana, y la manera en que desde ellos se traducen y ofrecen
“explicaciones” sobre el auge de la movilidad humana, buscando argumentar una
necesidad imperiosa de su control y gestión. Los procesos de securitización de
las fronteras, su externalización más allá de los límites territoriales de los
principales países receptores de personas extranjeras, los mecanismos detención
y de deportación al interior de estos y de los países de tránsito, los
dispositivos específicos y de uso individualizado para limitar la movilidad y
el desplazamiento, intentan ser justificados, o al menos pasar desapercibidos y
sin ningún efecto entre el resto de la población, a través de la información
provista por los principales medios de comunicación.
En segundo
lugar, buscamos contribuir a las discusiones en torno a los medios de
comunicación, a partir de identificar el rol que poseen en el andamiaje de las
estructuras de poder a escala global al convertirse en mediadores de la
realidad. La difusión de versiones preformadas sobre problemáticas que son
perceptibles en lo inmediato, pero para las que la sociedad en su conjunto no
posee información suficiente para generarse una explicación más amplia, son las
prácticas recurrentes desde las que la mayoría de los medios cumplen este rol.
Esto adquiere especificidades para el caso de las personas en movilidad. Una de
las cuestiones más sugerentes es la tendencia hacia el trato diferenciado que
los medios de comunicación otorgan a las personas en condición movilidad,
aludiendo a la idea del “migrante”, en términos genéricos, para asociarla solo
con aquellas personas que no poseen condiciones “legales” para desplazarse.
Se observa que
la deshumanización es uno de los efectos más preocupantes de los discursos
ideológicos que acompañan a las políticas de control y securitización. Por
medio de una narrativa que insiste en clasificar como “ilegal” o como “amenaza”
a quien se moviliza de manera irregular y sin condiciones materiales para la
reproducción de su vida, se les despoja de su humanidad y se les reduce a
cifras, a categorías o a peligros potenciales. Se otorga un tratamiento
discursivo que no solo se replica, sino que se amplifica en los medios de
comunicación y en las redes sociales. Se construye así un imaginario colectivo
en el que los migrantes dejan de ser sujetos con historias, derechos y
aspiraciones para convertirse en objetos de control. Un fenómeno que no solo
afecta las percepciones sociales, sino que también valida y justifica la
implementación de políticas restrictivas y excluyentes, justificando la
violencia estructural y simbólica que enfrentan las personas en tránsito.
La
legitimación de estas prácticas se sostiene, en gran medida, por una
reproducción de estereotipos y prejuicios que refuerzan un sistema de
desigualdades estructurales, en donde el lenguaje y la comunicación juegan un
papel central. El uso de términos como “oleadas”, “invasiones”, “crisis
migratorias” o incluso solo “migrante”, desinforman y consolidan una narrativa
criminalizante y deshumanizadora al representar a las personas en tránsito como
una amenaza colectiva e invisibiliza por completo sus condiciones de extrema
vulnerabilidad. Se minimiza el sufrimiento humano y se justifica la exclusión
social y política.
La
deshumanización es el núcleo de un proceso más amplio de reconfiguración social
que prioriza la seguridad y el control por encima de la dignidad humana. Ello
obliga a replantear el rol de los medios en las sociedades actuales. Así como
son capaces de reproducir discursos dominantes, los nuevos espacios que
aparecen con las redes sociales y en la internet en general, permiten la
gestación de espacios independientes y críticos que deben ser aprovechados para
recuperar la dignidad. Estos pueden contribuir a una comprensión crítica y
empática de la movilización humana, alejándose de discursos erróneos,
alarmistas y descontextualizados que perpetúan estigmas y exclusiones.
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