Turismo sexual, de la incomodidad a la indignación

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Turismo sexual, de la incomodidad a la indignación INÉS SANTAEULALIA

No es ningún secreto que el turismo sexual se ha convertido, especialmente desde la pandemia, en uno de los negocios más lucrativos de algunas ciudades de Colombia. La explotación sexual salta a la vista en determinadas zonas de lugares tradicionales como Cartagena o nuevos destinos turísticos como la ciudad de Medellín, donde la presencia de prostitutas (y clientes) en las calles se considera, sobre todo, un problema de decoro, salubridad y seguridad pública. Solo a veces, como sucedió esta semana en Medellín, la incomodidad se convierte en indignación. ‌ Las capturas de vídeo de un estadounidense entrando en un hotel de lujo de Medellín con dos niñas de 12 y 13 años pusieron cara al destino diario de muchas mujeres, incluidas menores de edad. La denuncia ciudadana dio paso a una respuesta airada de las autoridades y la ciudadanía y la cara de Timothy Allan Livingston puso rostro a los miles de ciudadanos estadounidenses que viajan cada año a países latinoamericanos con la idea de que la impunidad los acompaña. ‌ El hombre, detenido en un primer momento por las autoridades, conoció desde Miami, a donde regresó sin problemas tras ser liberado, que se había convertido en protagonista de un escándalo que no ha parado de crecer. Incluso el presidente Gustavo Petro solicitó su extradición a Colombia este miércoles. ‌ El caso, más allá de Livingston, vuelve a poner el foco en un problema transnacional de oferta y demanda que no tiene que ver con la incomodidad o la imagen. Una lacra que, más allá de indignación temporal, exige medidas contundentes contra la trata y la explotación de personas. Las autoridades, por el momento, han ordenado un cierre de 10 días al hotel que permitió la entrada del estadounidense con las dos niñas. A mediados de mes, volverá a abrir sus puertas.

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