Esta es la newsletter de Madrid. La escribimos un grupo de redactores de EL PAÍS que cada día ponemos a prueba por la vía empírica la máxima De Madrid al Cielo. La enviamos de lunes a jueves a las seis de la tarde, y los viernes, dedicada a propuestas de cultura para el finde, a mediodía. Si no estás suscrito y te ha llegado por otro lado, puedes apuntarte aquí.
Tuve un gran profesor en 1º de Bachillerato con el que leímos El Quijote de principio a fin. Los capítulos eran cortitos y comentábamos cinco o seis páginas en cada clase. Lo dosificó de tal manera que no supuso ningún empacho. Recuerdo que mi madre me miró como un bicho raro cuando le dije que me estaba encantando. Pero es que el maestro quiso apostar porque sus alumnos pasásemos el curso lectivo al completo dentro de la mente de Cervantes, en las andanzas de un ingenioso hidalgo con el que empatizabas en su sed de aventuras, en la perseverancia de amar a Dulcinea hasta los últimos confines y en el empeño por transformar el viaje de la vida en una fantasía. Su novela es el mejor antídoto para no caer en las garras de la cordura. Don Quijote era —y será siempre— la resistencia.
"Los españoles quizá se estén desquijotizando. Los imperativos del mundo moderno los obligan a desentenderse de ciertas imaginaciones". Lo afirmó el hispanista francés Jean Canavaggio, estudioso de Cervantes, lamentando cómo hemos olvidado las lecciones de la obra cumbre de nuestra literatura. Tan desconectados estamos que Celia Freijeiro, gestora cultural de la Sociedad Cervantina en Madrid, que fue la imprenta de El Quijote y de los éxitos del Siglo de Oro, comentó en televisión que si de Shakespeare se tratase y ese lugar hubiese dado a luz a Romeo y Julieta, sería motivo de peregrinación. Aquí no lo celebramos como se merece.
Esta Sociedad Cervantina en pleno barrio de las Letras es un edificio del siglo XVI que se ha transformado en un centro cultural. Estrenan teatro y llevan Marcela a escena hasta el 26 de mayo, un célebre personaje que aparece en El Quijote y que es un alegato feminista impensable para esos tiempos. Cervantes fue un visionario y defendió la libertad de la mujer, su derecho a no fingir, a pesar de que Grisóstomo diese la estocada mortal a sus días porque sentía un agujero en el pecho al no verse reflejado en los ojos de Marcela.
La sociedad quiso juzgarla como la culpable de su suicidio y, aunque es entendible que en los asuntos del corazón tenga más peso la versión de aquel que no es correspondido, no deja de ser trasgresor plasmar que la decisión de Marcela jamás debería ser tildada de acto deshonesto. "Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos. Y, según yo he oído decir, el verdadero amor no se divide, y ha de ser voluntario, y no forzoso. Y si los deseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado alguna a Grisóstomo, ni a otro alguno el fin de ninguno dellos, bien se puede decir que antes le mató su porfía que mi crueldad. ¡Mirad ahora si será razón que de su pena se me dé a mí la culpa!". Palabra de Marcela.
Para terminar, y como si este fuese el examen que me hizo el profesor a mis 16 años, le argumentaré que Don Quijote nunca estuvo loco. Nosotros tampoco. El hecho de evadirse de un presente en llamas nos vuelve más humanos y es hora de creer ciegamente en que el destino pasa por derribar gigantescos molinos de viento, aunque atisbemos el fracaso en el horizonte.
Da igual si el pasaje que transitamos es realidad o ficción, la conquista es seguir en pie, reconocer al enemigo. En ocasiones puede ser algo externo, una senda dirigida o una convención que actúa como un látigo que nos endereza. Pero, la mayoría de las veces, ese enemigo es más difuso, más íntimo. Por eso hay que desenfundar la espada y batirse en duelo contra el caballero de la triste figura o contra el bandido más borracho, experto y despiadado. Así es como Don Quijote libra una batalla muy parecida a la nuestra, la más importante y difícil de todas: el cuerpo a cuerpo contra uno mismo. |
No hay comentarios:
Publicar un comentario