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A veces tengo miedo de que Federico García Lorca se convierta en Frida Kahlo. Me explico: que su imagen se convierta en merchandising y se descontextualice de su vida, obra, todo lo que significó y significa. Se me quedó marcada aquella vez que, tras cruzar la Línea Verde en el centro de Nicosia, capital de Chipre, y pasear por la parte turcochipriota de la ciudad, llegué a una iglesia gótica que albergaba una mezquita. Un templo, al fin y al cabo, en un país, en una ciudad, lleno y llena de contrastes. Pero ese no fue el que más me chocó. Junto a ese edificio había una pequeña tienda, entré, y allí estaba ella: Frida estampada en un bolso de tela. Inesperado y, hace unos años, cuando aún no llamábamos tote bag a los bolsos de tela, más. Fuera de contexto. ¿Servirá la multiplicación de fridas para que su figura sea más conocida y valorada?
A veces pienso que con el rostro de Federico puede pasar lo mismo, aunque aún no está en ese punto. Ya no choca entrar en un bazar regentado por una familia china en Carabanchel y encontrar cuadernos con las cejas de Frida o una de sus coronas de flores en la portada. Pero sigue chocando, y mucho, encontrarse el cuerpo del poeta en una calle carabanchelera. Palabras mayores: el cuerpo desaparecido de Federico García Lorca, asesinado el 18 de agosto de 1936.
Me explico, otra vez: en la galería Memoria, en el número 18 de la calle de Morenés Arteaga, desde el 2 de marzo y hasta el 11 de mayo se puede visitar Ruina, una instalación de Eugenio Merino que, como su nombre indica, hace presente el pasado, la ausencia se convierte en presencia. El cuerpo más famoso (triste honor) de todos los asesinados durante la Guerra Civil y años posteriores que aún yacen en paraderos desconocidos, en fosas y cunetas de toda España, se encuentra en Carabanchel. Y, al contrario que los restos de verdad, estos son totalmente reconocibles. La representación hiperrealista de Lorca, estilo al que nos tiene acostumbrados Merino, impacta —recuerden, él metió a Franco en una nevera de Coca-Cola y llevó a Picasso muerto a Arco, pero ninguno de los dos va a quitar más protagonismo a quien nos ocupa—.
No podemos mirar al Federico de Merino frente a frente, eso sí, podemos pisarlo, pasar por encima, como se lleva haciendo tantos años con la memoria de estas personas y de sus familiares. Todo el espacio está cubierto de arena, esa que tapó y borró los restos y nombres de los represaliados. En el centro, una fosa para el poeta, de quien los responsables de este proyecto, tanto el artista; el galerista, Alejandro de Villota, como Semíramis González, comisaria independiente y autora del texto de la muestra, quieren señalar su faceta política. Su activismo y cómo sí se significó, aunque haya corrientes que quieran negar su compromiso y así moldearlo a su gusto, supongo que aquí estarían los del bando del merchandising, siempre es más fácil vender algo que no mancha, pero la vida y la muerte de Federico dejaron huella. Para ello, lo mejor, sus palabras: —Me parece absurdo imaginar que el arte pueda desligarse de la vida social, cuando no es otra cosa que la interpretación de una fase de la vida por un temperamento sensible —, dice García Lorca. —¿Cómo se explica que no haya ninguna manifestación artística importante en las nuevas promociones italianas? —preguntamos. —Tanto en Italia como en Alemania existe una tiranía que priva de toda reacción normal al artista. Además, no puede darse una interpretación de la vida social que sea contraria a la forma de gobierno instituida, la cual está en oposición a la corriente general que inspira las relaciones entre los hombres. (Federico García Lorca parla per als obrers catalans, publicado en L’Hora, Palma de Mallorca, 27 de septiembre de 1935). |
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