Buenos días.
Los balances de fin de año suelen estar marcados por la maldición del común denominador, ese hilo conductor más o menos forzado que ayuda a estructurar un discurso bajo el paraguas de una tendencia. Pero si hay una explicación de Latinoamérica a caballo entre 2023 y 2024 es que no existe una única fotografía y los rumbos de la región son muy dispares. El año termina, por ejemplo, con una gran convulsión en Argentina después de que el presidente Javier Milei, que acaba de asumir el cargo, lanzara un megadecreto para comenzar el desmantelamiento del Estado. Los sindicatos salieron a la calle este miércoles para rechazar las más de 300 de reformas que plantea el paquete de medidas y, mientras el Gobierno del ultraderechista promete castigar sin miramientos a quienes corten las vías públicas, la oposición social y política se pertrecha para un largo verano de movilizaciones.
Al mismo tiempo, en Chile este 2023 concluye con una advertencia de la sociedad a la extrema derecha. Los votantes acaban de rechazar mayoritariamente la propuesta de Constitución redactada por un consejo copado por los ultras. El no al nuevo texto es un mensaje claro que pone fin al proceso constituyente. Y si a la postre no hay ganadores ni perdedores, el Gobierno progresista de Gabriel Boric respiró aliviado por la salvaguarda de los avances consagrados en la actual Carta Fundamental, que si bien se remonta a la sanguinaria dictadura de Augusto Pinochet fue sometida a 70 reformas en democracia.
En Venezuela las tensiones políticas internas se mezclaron en las últimas semanas con un conflicto fronterizo. El referéndum convocado por Nicolás Maduro para reafirmar la soberanía sobre el Esequibo, un territorio rico en petróleo y minerales que pertenece a Guyana, ha servido para generar ruido dentro y fuera del país. En primer lugar, desde el punto de vista jurídico no hay margen para la duda: el Tribunal Internacional de Justicia de Naciones Unidas, que media entre las partes, dejó claro que ninguna consulta popular iba a modificar el estatus del territorio. A pesar de ello, la crisis y su posible escalada son un as en la manga del Gobierno bolivariano para poder declarar una emergencia y modificar el calendario electoral. Las elecciones presidenciales, que sobre el papel están previstas para 2024, aún están lejos y todavía no está resuelta la participación de la líder de la candidata de la oposición, María Corina Machado, inhabilitada por una presunta irregularidad en la declaración jurada de su patrimonio que se remonta a 2015.
Si el horizonte electoral de Venezuela aún es incierto, el panorama está mucho más despejado en otros países. El 4 de febrero los salvadoreños irán a las urnas para decidir la continuidad en el poder de Nayib Bukele. El mandatario, que al principio de su período intentó negociar con las pandillas, acabó debilitando a las maras a costa de emprender una deriva autoritaria y pisotear derechos fundamentales. La guerra contra estas organizaciones criminales le valió, en cualquier caso, una enorme popularidad y Bukele se encamina ahora hacia la reelección en flagrante incumplimiento de la Constitución, que prohíbe dos mandatos consecutivos.
Otro país de Centroamérica, Guatemala, comienza en cambio el año con esperanzas. El ganador de las elecciones de agosto, el progresista Bernardo Arévalo, tomará posesión como presidente el 14 de enero a pesar de los intentos de un sector de la Fiscalía, encabezado por actores acusados de corrupción por Estados Unidos, de torpedear el proceso. En México también habrá nuevo jefe de Estado este 2024 y será por primera vez en su historia una presidenta, ya que dos mujeres encabezan las principales candidaturas: la aspirante de Morena, Claudia Sheinbaum, la gran favorita según las encuestas para suceder a Andrés Manuel López Obrador, y la candidata del bloque opositor integrado por el PRI, el PAN y el PRD, Xóchitl Gálvez.
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