Bandoleros

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DAVID EXPÓSITO Un hombre camina por los márgenes de la Cañada Real. / D. E.

Esta es la newsletter de Madrid. La escribimos un grupo de redactores de EL PAÍS que cada día ponemos a prueba por la vía empírica la máxima De Madrid al Cielo. La enviamos de lunes a jueves a las seis de la tarde, y los viernes, dedicada a propuestas de cultura para el finde, a mediodía. Si no estás suscrito y te ha llegado por otro lado, puedes apuntarte aquí. ‌ El camino no tiene nombre. Si se busca en internet no existe y, si se trata de encontrarlo a conciencia, es probable que se acabe siempre en el lugar equivocado. Tierras de nadie. Solo los que saben dónde están llegarán sin perderse. ‌ No hay nada deslumbrante a ese lado de la carretera, solo el eco de unos pasos que se arrastran por la tierra, levantando los días con brisa una fina polvareda. El paisaje, tan vasto como inabarcable, aplasta las figuras de esos hombres mientras avanzan hacia un horizonte que los seduce y carcome una y otra vez.

Dos hombres más, en la Cañada Real. / D. E.

Hay lugares que solo sirven para rellenar el hueco que queda entre los que de verdad importan. Entre la maleza que ocupa los márgenes del camino, se mueven las ramas y no hay viento. Una mano intenta apartarlas porque el mismo arbusto que lo resguardó del frío durante la noche ahora le impide ver el cielo. Ese hombre sabe que llega tarde porque los camiones ya arrancaron en la mañana. Baja por la ladera a la gasolinera. Se lava la cara en el baño. Después, escucha en la zona de repostería las quejas de los que están mejor que él.

Un tercer hombre, en un arcén de una vía cercana a la Cañada Real. / D. E.

Al cabo regresa al camino. Si pierde el norte hay una cruz gigante de madera blanca con astillas que le ayuda a orientarse. La vieja iglesia está cerrada. “Jesucristo, tú también estás aquí”, se promete a sí mismo. El camino del mono solo tiene lógica para quien lo recorre, es un movimiento anónimo, de personajes anónimos que no se sentarán en la mesa durante la cena de Navidad. Puede que haya quien los eche de menos y, sin embargo, a los ojos del mundo solo son hombres perdidos. Dueños de un movimiento circular en el extrarradio de Madrid conducido por el estrés y unas botas embarradas.

La cruz de la Iglesia en la Cañada Real. / D. E.

Ellos también pasarán a la historia. A lo mejor, entonces, alguien los reclame y remueva por última vez las ramas que los arropan para que vean durante el resto de sus días mejor el cielo. ‌ Solo quedarán las pisadas, los arcenes. El sol del invierno. La hoguera, la noche, la ceniza. Siempre hubo quien no pudo elegir su destino. Rebeldes bandoleros que todavía persisten en esquivar el desastre acercándose a él. Todos ellos llenos de preguntas sin resolver. Preguntas que ninguno nos atrevimos a hacerles.

Un rayo de sol ilumina a un cuarto hombre que deambula por la Cañada Real. / D. E.

Más noticias de Madrid   El excandidato de Podemos en Madrid rompe su silencio tras su dimisión: “El partido se ha convertido en el brazo político de Canal Red”, por Manuel Viejo ‌ 70 profesionales del urbanismo firman una carta a Almeida para que detenga las talas por la línea 11 de metro, por Mercedes Pedreño

Y una cosa más...

Eddie Vedder, en un concierto de Pearl Jam en 2018.

“Hemos tomado nota, somos conscientes de que el año pasado hubo masificación y para la nueva edición lo vamos a solucionar”. El que habla con este periódico es Javier Arnaiz, director del festival madrileño Mad Cool, en la presentación en la capital la mañana de este lunes del cartel de 2024. Un elenco de bandas ambicioso, con un revival noventero, con variedad de géneros y la ausencia de música urbana. “Creemos que existen otros festivales dedicados exclusivamente al género urbano, así que nosotros no apostamos por ello”, dice el director.

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