Buenos días:
Sergio Ramírez, que algo sabe de distopías políticas, sugiere un símil literario preciso. "Imaginemos un paisaje de desolación y ruina, como el que Cormac McCarthy describe La carretera [....]. Pero no se trata de un escenario sin nombre, sino de un país real, Haití". El escritor nicaragüense describe así los estragos de ese bucle trágico que es la historia reciente de la nación caribeña. En esa línea de tiempo, entre dictaduras, gobernantes corruptos y desastres naturales, siempre se observan dos constantes: la violencia y la miseria. Y el resultado hoy no es ni siquiera un Estado fallido, sino un Estado inexistente.
El último capítulo de las convulsiones políticas que ahogan a los haitianos fue la renuncia, el pasado lunes por la noche, del primer ministro Ariel Henry. Este neurocirujano que asumió el poder en julio de 2021, días después del asesinato del presidente Jovenel Moïse, anunció la creación de un consejo provisional encargado de pilotar una transición hacia unas elecciones. El país lleva desde 2016 sin pasar por las urnas y el descontento social, junto al hambre y a la falta de perspectivas, ha sido un caldo de cultivo perfecto para la consolidación de un terrible ecosistema criminal. Las pandillas dominan el territorio desde la capital, Puerto Príncipe, y su líder más sanguinario, el expolicía Jimmy Chérizier, alias Barbecue, pretende convertirse en un actor político y amenazó con desencadenar una "guerra civil" y "un genocidio" si Henry no dejaba el cargo.
Con estas premisas, el hecho de que el jefe del Gobierno, que ni siquiera pudo regresar tras un viaje a Kenia y se encuentra varado en Puerto Rico, dé un paso al costado para facilitar una transición es de por sí una buena noticia. Sin embargo, el borrón y cuenta nueva no es tan sencillo. Nunca lo fue en Haití. La decisión, alentada por Estados Unidos y por la Comunidad del Caribe (Caricom), abre un escenario profundamente incierto. En primer lugar, el consejo provisional propuesto, integrado por nueve representantes, se estrelló el miércoles con el rechazo de las fuerzas políticas. En segundo lugar, ese órgano tendría que entablar una negociación endiablada con grupos de bandidos y con el propio Barbecue. Y, en tercer lugar, unos de sus cometidos sería abrir la puerta a la ayuda internacional, una misión encabezada por Kenia y respaldada por Naciones Unidas.
La intervención desde el exterior es una demanda muy extendida, pero al mismo tiempo despierta el fantasma de los abusos perpetrados en el país por los cascos azules entre 2004 y 2017. Mientras tanto, Haití se estremece en el caos.
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