Circula un TikTok en el que un mono se desespera porque cuando está a punto de terminar de escribir El Quijote, en vez de teclear correctamente la última palabra, pone 'asdjkhkj'. El chiste, mostrado en un móvil por alguien que no tiene veinte años (o más bien colocado por la fuerza a dos centrímetros del rostro de quien lo tiene que ver) lleva la esperanza al obligado espectador. La hipótesis de que un mono tecleando al azar durante un tiempo infinito llegaría a escribir El Quijote o Romeo y Julieta se utiliza en acaloradas discusiones, por ejemplo, sobre el origen de la vida y quien escribe hoy esta newsletter piensa que el joven capta el verdadero significado del chiste. Claro que inmediatamente pasa a otro TikTok (también de obligada visión, no hay escapatoria) en el que aparece un individuo diciendo: "es que yo soy un lambo de mucho consumo, que janguea con alcohol y que bota mucho humo". Entonces, se desvanace el encanto y reaparecen la brecha generacional, ni siquiera salvable con un traductor de urgencia, y la tentación, insuperable la mayoría de las veces, de verbalizar la opinión sobre lo que entra por el dichoso aparato.
Pero "lo que entra" por ese aparato no solo es cuestión de sintaxis, sino de imágenes y este ya es un chiste con poca gracia. El consumo de pornografía por parte de los menores y adolescentes está disparado gracias a la facilidad de acceso que tienen. En una entrevista con el periódico, Pedro Sánchez definió la situación como una "auténtica epidemia" y su Gobierno ha anunciado un plan que regule este acceso.
Una cuestión peliaguda, entre otras cosas por cómo hacerlo. En este editorial, EL PAÍS señala que "la pornografía contribuye a asentar los estereotipos de género, por eso hay que regular el acceso de los menores a sus contenidos, a pesar de las endiabladas dificultades tecnológicas" y plantea a las compañías tecnológicas que colaboren: "Cabe esperar que, ante la alarma social que se ha generado, tengan en cuenta que la protección de los menores debe estar por encima de cualquier legítimo interés comercial".
Por su parte, Daniel Gascón advierte en su columna sobre el establecimiento de una relación entre los contenidos pornográficos y el aumento de agresiones. "Ahora, al parecer, el problema de los menores es el acceso a la pornografía 'una auténtica epidemia', según el presidente, a la que se atribuyen efectos (como el aumento de las agresiones) a partir de una evidencia científica como poco incompleta", opina. A su vez, Sergio del Molino en su columna Menos porno y más biblioteca sostiene que "el porno preocupa, como preocupan los pederastas y las violencias y acosos de las redes sociales. Son terrores que quitan el sueño a cualquier padre cuando le regala el primer móvil a su prole y casi siempre están justificados, pero me da la impresión de que ocupan un espacio avasallador en el debate. Tanto, que evitan la discusión sobre otros terrores que tienen que ver con la enseñanza, eso que solo da titulares cuando los alumnos suspenden las pruebas de PISA. A mí me asustan más estos".
Y mientras esto sucede, el mono del inicio continúa tecleando ad infinitum. Pero tal vez ya no tenga que hacerlo solo. Que un mono clonado haya alcanzado la edad adulta en perfecto estado de salud es una importante noticia científica que ha merecido un editorial donde se subraya que "abre las puertas para investigar los aspectos más interesantes del cerebro humano". Quién sabe si será capaz de escribir El Quijote hasta su última palabra: vale.
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