El 18 de julio de 2015, yo estaba en un pueblo de Iowa (batallita alert) llamado Ames para asistir a una conferencia política muy influyente en las primarias del Partido Republicano en ese Estado. La organización evangélica The Family Leader invita a todos los aspirantes del partido a dar una conferencia ante sus afiliados. Les preguntan cómo ven el país, cuáles son sus posiciones sociales y por su relación con Dios. Los candidatos más laicos, ni van. Por eso era una verdadera rareza ver allí a Donald Trump, divorciado y notorio playboy amoral de Nueva York. Trump era todo lo que podía detestar un evangélico de Iowa. Un mes antes, había iniciado una campaña que todo el espectro político y mediático consideraba una payasada de marketing. Tras un mes de zafiedades e insultos inauditos en la política norteamericana, se presentó ante los conservadores cristianos de Iowa en el auditorio universitario de Ames. Este es el vídeo.
Allí estábamos tomando notas de una charla disparatada en la que el sociólogo Frank Luntz, que hacía de moderador, ponía cara de circunstancias y trataba de no reírse, cuando le preguntó a Trump por el senador John McCain. Trump hizo entonces aquel famoso comentario: que McCain no era un héroe de guerra porque había sido hecho prisionero en Vietnam. Hoy hemos escuchado tanta basura que no somos capaces de comprender aquel momento. Era inconcebible despreciar así a un héroe de guerra republicano delante de los republicanos. En los vídeos no se aprecia el murmullo en la sala, los suspiros de shock, los abucheos que se empezaron a oír, la profunda sensación de incomodidad. Al salir, me acerqué a un señor que llevaba una camiseta militar: - ¿Qué le parece lo que ha dicho Trump de McCain? - Es una vergüenza. - ¿Cree que se ha acabado aquí su campaña? - Ah, no. Van a votar por él igual.
No entendía nada. O ese tipo no estaba viendo lo que veíamos todos, o al revés, todos no estábamos viendo algo que sí percibían los evangélicos de Iowa entre las bases republicanas. Pronto nos daríamos cuenta de que lo que estaba pasando era lo segundo. El 1 de febrero, Tump quedó en segundo lugar en las primarias de Iowa, un poco por detrás de Ted Cruz, el favorito de la derecha religiosa (a quien había apoyado The Family Leader). Aun así, muchos seguimos sin creer a nuestros propios ojos hasta que, en las primarias de Nevada, la ventaja de Trump se hizo irreversible. El resto, se lo saben.
Han pasado ocho años (¡!), una presidencia caótica y demoledora para los consensos básicos en EE UU, un intento de golpe de Estado, varias campañas electorales llenas de mentiras e insultos, tres derrotas electorales para los republicanos, cuatro procesos penales, dos civiles, denuncias de violación y señales evidentes de corrupción organizada desde la Casa Blanca. Y aquí estamos. Este año, The Family Leader, supuestamente la organización más influyente entre la derecha cristiana de Iowa, apoyó a Ron DeSantis. El pasado lunes, Donald Trump sacó el 51% de los votos en las primarias, 30 puntos más que DeSantis, un récord histórico. Es otra vez 2016, sí, pero con esteroides, como dicen los americanos.
Un primer análisis de Lluís Bassets decía: “Si llega, esta vez no habrá sorpresas. Si acaso, la sorpresa será que caiga en las primarias o pierda de nuevo ante Joe Biden. La victoria de Iowa es solo un recordatorio. No hay quien lo pare. Vence sin bajarse del autobús de campaña. Nadie puede darse por inadvertido”. Léanlo aquí: El evangelio según Donald.
Un editorial de EL PAÍS destacaba que Iowa sirve para que el resto de EE UU vea quiénes son los candidatos con posibilidades y cuáles no, y el resultado deja muy pocas esperanzas para una oposición a Trump. Sin oposición creíble a Trump: “Las primarias en Iowa confirman el enorme poder del magnate y estrechan el margen para evitar su nominación”.
Les recomiendo alguna lectura reciente más sobre lo que está en juego si los republicanos, la justicia, o finalmente los votantes a nivel nacional no frenan este nuevo intento de Trump por asaltar la Casa Blanca. Este otro editorial titulado El peligro de Trump: “La retórica que utiliza el expresidente convierte su afán de volver a la Casa Blanca en una amenaza a la democracia”.
El premio Nobel y columnista de The New York Times Paul Krugman escribía sobre el desconcierto, aún hoy, ante el fenómeno del culto a Trump entre parte de los republicanos: “¿Por qué tanta gente se ha unido —y esposado— a un culto a la personalidad construido en torno a un hombre que representa una amenaza existencial para la democracia de nuestra nación y que, además, a nivel personal, es un fanfarrón integral?”. Lea aquí: Trump sueña con un desastre económico.
Juan Gabriel Vásquez, que ha dedicado varias páginas en el periódico a analizar el populismo trumpista desde su origen, escribe Alrededor del 6 de enero: “El ataque al Capitolio se ha convertido en una de tantas pruebas de que la realidad no existe o no importa, o de que son pocas las consecuencias de mentir y de hacer daño con mentiras”.
Y sobre todo me acuerdo de este otro artículo de Vásquez, publicado hace más de un año, en el que decía que todo lo que ocurrió en 2016 aún permanece marcando nuestra época. Podríamos republicarlo cada mes. 2016: el año que no se ha terminado: “Fue el del Brexit, el del triunfo de Trump en las elecciones, el del rechazo a los acuerdos de paz en Colombia: las redes cambiaron nuestra manera de ejercer la ciudadanía y deterioraron nuestro sentido de la realidad”.
Aparte, cuando acabe usted de redactar su propia enmienda a la ley de amnistía para asegurarse de que le quitan también esas multas de tráfico pendientes y ese alquiler que se le olvidó declarar, quizá pueda echar un vistazo a nuestra selección de artículos semanal. |
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