Esta es la newsletter de Madrid. La escribimos un grupo de redactores de EL PAÍS que cada día ponemos a prueba por la vía empírica la máxima De Madrid al Cielo. La enviamos de lunes a jueves a las seis de la tarde, y los viernes, dedicada a propuestas de cultura para el finde, a mediodía. Si no estás suscrito y te ha llegado por otro lado, puedes apuntarte aquí.
Crecí en un pueblo del interior de Galicia, estudié en Madrid, estuve una temporada en Brasil y trabajé en Bélgica, pero les confesaré que una de las ilusiones de mi vida es vivir en un sitio con mar. Y todavía no lo he conseguido. Soy consciente de que no es un sueño muy original. Muchas personas quieren lo mismo, que yo si no no se entiende que el litoral español sea (junto con Madrid, claro) la zona más densamente poblada de Península. Ambición desmedida la de C. Tangana, no la mía.
Mi vecina Menchu hizo el recorrido inverso al que pretendo hacer yo, se vino de la costa al interior. Ella emigró de Vigo a Madrid en un momento en el que en España eran miles las personas que dejaron atrás sus pueblos para mudarse a las grandes urbes en busca de mejores condiciones de vida. Y lo consiguió. Llevaba seis años siendo mi vecina y fuimos desarrollando algo de confianza. Aunque tenía contratadas a varias personas para que la cuidaran día y noche, si necesitaba ayuda para sintonizar el televisor o para cambiar una bombilla me llamaba a mí.
Esa confianza era la misma con la que se permitía echarme la bronca y dar golpes con su bastón en la pared cuando alguna cena o fiestecilla con amigos se nos iba de las manos en mi casa. Y la misma con la que yo también me permitía mendigarle que nos dejara cinco minutitos más de jarana. En Madrid, todos tenemos vecinos y me impacta mucho el hecho de que, normalmente, vivamos pared con pared con gente a la que no conocemos. Casi nadie sabe quién vive a su lado. Ciudades cada vez más pobladas y cada vez más solas.
Cuando volvimos de las vacaciones nos enteramos de que Menchu falleció. Un día me encontré a su hija en el ascensor y me contó que lo hizo tranquila, que se durmió y nunca más se despertó. Su última tarde hizo, y permítanme esta expresión tan manida, lo que más le gustaba hacer: ir al bar con las amigas a beberse una copita de tinto “hasta arriba”. Durante el confinamiento por la pandemia, ese plan era lo que más echaba de menos. Como nuestras terrazas están separadas por un muro muy bajito, el que por entonces era mi compañero de piso y yo la convencimos de que se viniera con su vinito hasta la ventana de la terraza y, aunque no éramos como sus amigas, creo que conseguimos aliviarle un poquito la soledad que debía sentir en aquellos días. Sinceramente, todavía me cuesta creer que nos hayamos enterado tarde de su fallecimiento. Supongo que son cosas de ciudad, porque esto entre vecinos de un pueblo nunca pasaría.
Según el Catastro, el edificio en el que vivo es del año 68. La calefacción es central, pero hace poco han venido a instalar unos contadores individuales para que cada uno pague lo suyo porque, por eficiencia energética, ese sistema ya está prohibido. Algo raro pasa en nuestro piso porque este año está funcionando fatal y los radiadores no calientan. Es el primer invierno que nos ocurre algo así. Cuando la semana pasada llamé al administrador de fincas para decírselo, me respondió que hablara con el presidente, el del 5ºC, que no sé cómo se llama, pero que no le extrañaba lo que le estaba contando porque “los séptimos siempre han tenido problemas con la caldera”. Básicamente me dijo que nos apañáramos porque “no se pueden hacer obras en temporada de frío”. No sé si me están engañando o poniendo una excusa para no venir a arreglarlo porque ya no lo puedo confirmar con ella ni tampoco hacer presión de grupo y quejarnos juntos.
A Menchu le encantaba hablar conmigo de nuestra Galicia natal y de los paseos que se daba cada verano por playa América, cerca de Vigo. Normalmente, en la costa el tiempo es más suave que aquí en la capital, así que espero que si estás paseando junto al mar, como a mí también me gustaría, estés a gustito y menos puteada de lo que estamos nosotros sin calefacción este invierno en Madrid.
Un beso, Menchu. |