Este es el boletín de la sección de Madrid de EL PAÍS, que cambia de periodicidad y de autor. A partir de ahora, saldrá los martes a las seis de la tarde. Los viernes, Héctor Llanos Martínez mantiene su entrega, dedicada a propuestas para el finde y que os llegará a mediodía. Si no estás suscrito, puedes apuntarte aquí.
Recibió un sobre mojado que pesaba menos de lo normal y pensó que los billetes habían encogido. Pedro Roque, inmigrante ilegal procedente de Pomasqui -pueblo del norte de Ecuador- en la España de los años 90, aguardaba en fila india con su sombrero de paja mientras el sudor le escocía en los ojos y se secaba con el paño de la obra. El empleador, un tal Alberto, que imponía respeto con sus dotes de mando a la vieja usanza, repartía esos sobres livianos uno a uno mientras anunciaba en alto su cantidad y apretaba fuerte las manos de sus trabajadores como si les estuviera dando un mordisco. “Para ti, Pedro, 80 pesetas”, dijo a Roque. Este, que no entendía apenas lo que estaba sucediendo, rascó en el interior del sobre tratando de encontrar las 250 pesetas que le habían prometido. “Faltan 170 pesetas, Alberto”, se atrevió a decir. “No hay más”, contestó éste desde el fondo de la fila.
El hombre, algo contrariado, se quedó parado mientras sus compañeros se dispersaban y recogían las mochilas para marcharse a casa. Todavía influido por los aires de esperanza que traía de Ecuador, aquello le pareció una injusticia que en mayor o menor medida afectaba a su porvenir. Decidió entonces volver a buscar a Alberto para devolverle íntegramente su dinero. “Son 250 pesetas las que me corresponden, don Alberto, no puedo aceptar esto”, comentó entregándole el sobre. “¿Estás seguro? Ya te he dicho que no tengo más, si acaso el mes que viene”, respondió el jefe. Más de veinticinco años después, Roque recuerda que tuvo dudas por un momento, aunque al final se mantuvo fiel a sus palabras y rechazó el dinero definitivamente.
Al volver al grupo, un amigo africano, “de Mali o Senegal” al que también le faltaban 100 pesetas, afeó a Roque lo que acababa de hacer: “No vuelvas a hacer eso, Pedro. ¿Quién te va a dar 80 pesetas en la calle?”. Pedro Roque regresó ese día a casa pensativo, sin nada en los bolsillos y habiéndose despedido del único trabajo que tenía en ese momento.
Hace unas semanas, sentado sobre el capó de su coche frente al campo de fútbol La Patilla en Carabanchel, Roque aseguraba que fue al comunicarle a Mercedes, su mujer, lo sucedido, que entendió su condición en el mundo. “Era pobre”, comenta. “Los dueños de nada no podemos rechazar lo poco que nos llegue, por poquito que sea, aunque merezcamos más. La estafa no existe para los pobres. Te resignas y simplemente esperas que un buen día llegue la buena suerte”, añade. “Es como hoy en día, ¿tú ves a alguien dejando de comprar aceite o de echar gasolina por los precios? Esperas que las cosas cambien y mientras tanto sigues empobreciéndote”, termina por decir. |
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