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Toc, toc. ¿Hay alguien ahí?
Hoy, en este rincón de ocurrencias y reflexiones, debuta un becario gracias a una cadena de bajas estivales que han propiciado este auténtico: "Calienta que sales". Ecologismo y vivienda, en la mente de Juan José Martínez.
Todo tenemos la casa en el árbol. Sí, todos. Incluso quienes no tienen una cabaña incrustada en el tronco de un pino. Lo que pasa es que muchos hemos prescindido del árbol para levantar el hogar. Que lo hemos talado, para no ponernos con rodeos. Porque el árbol siempre estuvo ahí, centenario, con sus raíces enterradas, donde ahora hay cimientos de concreto.
“Construir es talar”, es un aforismo tan cierto como peligroso y muy manoseado en el presente por los nunca satisfechos mercaderes del ladrillo. Amparados en la oferta infinita que ha desbordado Madrid, promocionan urbanizaciones colosales en medio de santuarios vegetales. Algunas de ellas de lujo, con piscinas, campos deportivos y zonas ajardinadas, que suelen ser el señuelo con el que dicen mitigar el impacto ambiental. Como si una ave migratoria pudiese beber de un aspersor.
Por todos lados emergen proyectos de folletos verdes que prometen arrasar hectáreas de bosque para levantar cientos de viviendas. En Madrid, ya es una tendencia inmobiliaria, auspiciada por una Administración nada ajena a la tala. Alcobendas, Boadilla del Monte, Torrelodones, San Sebastián de los Reyes o Pozuelo de Alarcón temen la desforestación de al menos 460 hectáreas, el equivalente a 800 campos de fútbol, para la construcción de urbanizaciones. En Pozuelo, un juez ha suspendido por motivos ecológicos las obras de Montegancedo, un vecindario de 1.050 viviendas proyectados en 80 hectáreas de bosque mediterráneo en el que los vecinos suelen pasear y ejercitarse.
¿Y ahora, dónde van a poner su techo ese millar de familias?, preguntará preocupado por Madrid aquel constructor inmobiliario. Respuesta: en cualquiera de los secarrales colindantes de la M-40 (a solo metros del proyecto actual) y, ojalá, que no sea en un terreno subastado por el Estado en detrimento del disfrute de los residentes. Al menos esa es la contestación que me han transmitido las familias afectadas de Pozuelo, durante una visita a la zona.
Aunque pensándolo bien, esas familias que he llamado afectadas también talaron para construir. Y yo. Y tú. Así las cosas y bajo el supuesto de que todos somos ecocidas, no queda más que recurrir al sentido común (aunque sea el menos común de los sentidos), ese que permite medir en una balanza el bien común y los intereses personales; ese que privilegia un secarral a un bosque para llenarlo de concreto; ese que nos hace temer por los veranos cada vez más abrasadores.
Sí: “En algún lugar se tendrá que construir”, pero al menos que ese "algún" no signifique cualquier.
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