La cita es crucial. Las elecciones presidenciales que se celebran el domingo en Venezuela no suponen solo una disputa decisiva entre el chavismo, que lleva 25 años en el poder, y la oposición; la votación tiene un enorme peso geopolítico, especialmente en América Latina. En los días previos a los comicios, distintos líderes de la izquierda regional han marcado líneas rojas al presidente Nicolás Maduro ante un escenario incierto. La mayoría de las encuestas fiables vaticina una victoria del candidato opositor, Edmundo González Urrutia, quien ha escalado posiciones de la mano de la inhabilitada María Corina Machado, motor de la campaña. El Gobierno mantiene públicamente que logrará una victoria holgada, no obstante, el mandatario afirmó en un vídeo difundido en redes -supuestamente filtrado- que una derrota del chavismo abriría la puerta a "un baño de sangre" o "una guerra civil".
Esas palabras, escalofriantes, provocaron la reacción del presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, una de las figuras más prominentes de la izquierda a escala global. "Me asusté con la declaración de Maduro de que si pierde las elecciones habrá un baño de sangre; quien pierde las elecciones toma un baño de votos, no de sangre. Maduro tiene que aprender, cuando ganas, te quedas; cuando pierdes, te vas", dejó claro Lula. El sucesor de Hugo Chávez le contestó con pretendido sarcasmo: "El que se asustó, que se tome una manzanilla". Al brasileño se sumó el expresidente de Argentina Alberto Fernández. “Si Maduro es derrotado, lo tiene que aceptar”, dijo. La respuesta de Caracas al llamamiento a unas elecciones imparciales fue un portazo. Esto es, la negativa a que el político, que había sido invitado por la autoridad electoral, viaje a Venezuela como observador.
Que el chavismo se atrinchere no es ninguna novedad. Sus dirigentes están acostumbrados a hacerlo ante el cerco de sanciones impuestas por Estados Unidos o por la Unión Europea. Pero sí es significativo que lo haga frente a políticos nítidamente progresistas y declaraciones que se enmarcan en el sentido común democrático. El presidente de Colombia, Gustavo Petro, ha manifestado en varias ocasiones su deseo de que Venezuela vuelva a ser una democracia liberal. Su homólogo de Chile, Gabriel Boric, siempre ha sido muy claro en la condena de las violaciones a los derechos humanos. Cualquier crítica, incluso objeción, ha enfurecido a Maduro, venga de donde venga. Con estas premisas, se propone seguir en el poder hasta 2030. Estas son algunas de las grandes historias que podrán leer cada día en EL PAÍS US: |
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