Estimado lector:
Me llamo Thiago Ferrer, trabajo en la sección de Opinión desde el pasado mes de abril y me estreno esta semana como autor de esta newsletter.
El domingo, más de 55 millones de mexicanos acudieron a su cita con las urnas para elegir a la presidenta del país, a los 128 senadores y a los 500 diputados federales. En todas estas elecciones, el Movimiento Regeneración Nacional (Morena) del presidente Andrés Manuel López Obrador obtuvo una contundente victoria. Su candidata, la hasta hace un año alcaldesa de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, se convertirá a partir del 1 de diciembre en la primera mujer que, como presidenta, hará sonar la campana de Hidalgo desde el balcón de Palacio Nacional la víspera del Día de la Independencia.
“México tiene seis años por delante con una jefa de Estado que llega al poder avalada por su experiencia política y un historial de honradez”, decimos desde EL PAÍS en editorial. Además, la victoria de Sheinbaum (con todos los matices que pueda hacerse a su posicionamiento ideológico) supone un alivio y una inyección de moral para el centroizquierda latinoamericano ante el avance reaccionario en el continente. Y no solo en el continente, como explica Vanni Pettinà en Claudia, Europa y las coyunturas opuestas. “Mientras en Europa se observa un claro viraje antiliberal, la trayectoria y las propuestas de Sheinbaum reivindican la antigua promesa social democrática de conciliar un régimen político democrático con una agenda de ampliación de derechos civiles, sociales y en la que se inscriben ahora los derechos ambientales y de género”.
La nueva presidenta tiene el mandato de mantener el legado de López Obrador, un legado que, según explica Viri Díaz en Cinco razones por las que ganó Sheinbaum, ha sido una de las claves de su victoria: “El voto por Morena fue un refrendo de una plataforma que ha logrado poner primero a los pobres, redistribuir, mejorar los salarios de los trabajadores y aumentar el gasto social y la inversión pública en infraestructura”, asegura. “No se logró todo. Habrá quien diga que se logró muy poco. Pero lo cierto es que logró mucho más antes”.
Pero también hay cosas en las que Sheinbaum haría bien en alejarse del legado de su predecesor. “Si la llegada al poder de López Obrador en 2018 alimentó grandes esperanzas, en buena medida defraudadas, el de Sheinbaum en 2024 solo abre espacio para un optimismo moderado”, comenta Jorge Volpi en El México de Claudia Sheinbaum. “Cuenta con todos los elementos para convertirse en una buena presidenta, siempre y cuando se mantenga fiel, no a quien la llevó a la candidatura, sino a sus orígenes: el socialismo internacionalista de sus padres y su carrera como física”.
Es evidente que por mucho que vaya a abandonar Palacio Nacional físicamente, la presencia de López Obrador y su movimiento va a marcar el mandato de Sheinbaum. “Es de esperar que López Obrador cumpla su promesa y le deje el paso libre una vez retirado. En un país bañado en sangre y donde la pobreza asoma por doquier, Sheinbaum se enfrenta a retos lo suficientemente importantes como para no sufrir interferencias internas”, decimos desde EL PAÍS. “Con pocos contrapesos a su poder, solo queda esperar [...] que haya en ella una convicción democrática mínima para empujar su proyecto de país, respetando a las minorías y valorando la pluralidad que compone a la sociedad mexicana”, indica Ana Francisca Vega en El “carro completo” y la decisión que Sheinbaum debe tomar. “Separarse de López Obrador en forma y fondo es una decisión que la propia Sheinbaum tendrá que tomar. Parte de su legado como la primera presidenta del país dependerá de ello”.
La oposición, por su parte, deberá empezar ahora una nueva travesía del desierto de seis años en las que tendrá menos poder todavía para combatir la actividad legislativa de la presidenta y de su movimiento político. Como apunta Salvador Camarena en Lo que ni la oposición ni Xóchitl Gálvez entendieron, la alianza tripartita que se enfrentó al movimiento de López Obrador no se dio cuenta de que “México, mayoritariamente, no tiene miedo a Morena ni a su forma de gobernar. Y si el diagnóstico estuvo mal, la estrategia de la candidata [de la oposición, Xóchitl Gálvez] fue peor aún. Queriendo combatir los riesgos de un gobierno de desplantes, llenó las horas de la campaña de sentencias tremendistas sobre el fin de la democracia y criminalizando a sus contrincantes”.
En EL PAÍS, donde la apuesta informativa por México es parte integral de nuestra identidad, daremos sobrada cuenta de lo que pase o deje de pasar en el sexenio de Claudia Sheinbaum. Mientras tanto, le recomiendo algunos artículos de nuestra sección de Opinión.
|