El próximo 1 de octubre tomará posesión en México la primera presidenta de la historia del país. Claudia Sheinbaum, candidata de Morena, el partido de Andrés Manuel López Obrador, arrasó en las elecciones del domingo al imponerse por más de 30 puntos de ventaja frente a su principal contrincante, Xóchitl Gálvez, abanderada de la coalición de fuerzas opositoras (PRI, PAN y PRD). Antigua jefa de Gobierno de Ciudad de México, científica y política de izquierdas, Sheinbaum obtuvo un resultado sin precedentes, superando en cinco millones de votos a su predecesor, y situando a su formación al borde de la mayoría calificada en el Congreso. Esto es, el umbral de dos tercios de las Cámaras suficiente para reformar la Constitución sin necesidad de buscar consensos.
La composición del Senado todavía no está cerrada, ya que las fuerzas opositoras, que durante la noche electoral llegaron a atribuirse la victoria ante los retrasos de la autoridad electoral en la difusión de los datos, han impugnado el resultado en varias circunscripciones. En cualquier caso, estos números ya otorgan a Sheinbaum una enorme responsabilidad. La próxima mandataria tendrá que gestionar el éxito en un país que le entregó un poder casi omnímodo, pero que afronta unos graves problemas —del avance del crimen organizado a la crisis migratoria— que requieren soluciones estructurales, ambiciosas, a largo plazo y, por tanto, pactadas, como los cambios que se quieran acometer en la arquitectura del Estado.
Las primeras palabras de la ganadora fueron prometedoras. Sheinbaum, impulsada por la gran popularidad de López Obrador y ayudada también por la desarticulación del bloque opositor, hizo un llamamiento a la reconciliación. Su discurso fue un alegato a favor de la inclusión, la diversidad y el derecho al disenso. No obstante, cuando asuma el cargo tendrá que ocuparse no solo de gobernar un país de más de 130 millones de habitantes, sino también de administrar una organización con muchas corrientes y sensibilidades, como todos los partidos-movimiento. López Obrador siempre ha asegurado que cuando culmine el sexenio se irá a "La Chingada", en referencia a su rancho de Palenque, en Chiapas. Pero queda por ver cómo será el próximo período sin su hiperliderazgo y su capacidad para marcar la agenda política.
Al mismo tiempo, la oposición también tiene la responsabilidad de demostrar madurez y serenidad. En México no han cuajado opciones de ultraderecha como en otros países latinoamericanos y europeos, pero la disyuntiva planteada por Xóchitl Gálvez entre democracia y autoritarismo no tiene ningún asidero y se agotó con los eslóganes de campaña. Y, sobre todo, ese discurso fue repudiado rotundamente por los mexicanos en las urnas.
Les recomendamos estas otras historias de EL PAÍS América: |