Este es el boletín de la sección de Madrid de EL PAÍS, que cambia de periodicidad y de autor. A partir de ahora, saldrá los martes a las seis de la tarde con la firma de Miguel Ezquiaga. Los viernes, Héctor Llanos Martínez mantiene su entrega, dedicada a propuestas para el finde y que os llegará a mediodía. Si no estás suscrito, puedes apuntarte aquí.
Toc, toc. ¿Hal alguien ahí?
Me presento: Soy Miguel Ezquiaga, redactor del periódico, y me hago cargo de este boletín. Lo enviaré cada martes con la idea de que hurguemos juntos en las entrañas de Madrid. Ahora que ya me he colado en tu bandeja de entrada, empecemos:
Artista urbano, grafitero, poeta. Juan Carlos Argüello solo necesitó estampar su firma en unos cuantos muros de Madrid para pasar a la historia. La palabra muelle, subrayada por una flecha, marcó el rumbo del grafiti en la España de la Transición. Y logró sintetizar con un solo imagotipo el ingenio contracultural de la Movida madrileña. Argüello murió pronto y vivió deprisa, como se espera de un artista maldito, dejando tras de sí la leyenda de un joven de Campamento con ansia de trascendencia. Su legado apenas ha sobrevivido al paso de los años, la suerte habitual del arte efímero, por eso el hallazgo de nuevas piezas supone todo un acontecimiento cultural. En Madrid apenas se conserva una decena de obras.
En las últimas semanas, han aparecido dos más; una en la calle de Toledo y otra, en la antigua cárcel de Yeserías. La primera quedó al descubierto tras unos trabajos en la fachada del inmueble. Los obreros han colocado sobre ella un acetato de manera temporal, con el objetivo de que no se deteriore, tal y como pidió a la propiedad el concejal socialista Antonio Giraldo, que por casualidad se dio de bruces con la firma. Los dueños del local comercial tienen ahora la última palabra sobre el futuro de este muelle, pues no existe legislación alguna que lo proteja. Tampoco la capital cuenta con un catálogo de arte urbano y su conservación queda al albur de los particulares, que no siempre actúan con conocimiento de causa.
La pieza de la cárcel de Yeserías sí ha despertado el interés de la Administración. Instituciones Penitencias colabora con expertos en la materia que estudian cómo recuperar la obra de Argüello. Una firma verde y anaranjada, hoy casi descolorida, que el artista trazó con espray tras un concierto de Pánico en el teléfono, el grupo donde tocaba la batería. El conjunto había ganado un concurso de maquetas organizado por la Comunidad de Madrid. El premio incluía actuar en distintas localidades madrileñas y en la prisión de Yeserías, como cuenta en este reportaje Óscar López Fonseca, quien dio la primicia del hallazgo después de que un monitor del centro reconociera el grafiti. Las fotografías de la actuación, tomadas en la primavera de 1991, dan fe de esta increíble historia.
El estilo callejero de Argüello podría inscribirse en el grupo de los flecheros, que en los ochenta abundaba en las calles de Nueva York, si bien la familia del artista siempre ha defendido que desconocía aquel movimiento. Él practicaba en casa, con bolígrafos y rotuladores, antes de lanzarse a la calle y empuñar sus espráis. La casa Durán de Madrid subastó hace tres años un lote de 15 cuadros del artista, que en total se vendieron por 75.000 euros. El Ayuntamiento adquirió uno de ellos, que ahora cuelga del Museo de Arte Contemporáneo de la capital. En 2015 el Consistorio rehabilitó también una firma aparecida en la calle de Montera, aplicando técnicas de consolidación que han evitado su deterioro. La intervención costó unos 780 euros. Se diría que la memoria de Madrid vale eso y más.
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