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Uno de los últimos planes sociales que hice hace cuatro años, antes del confinamiento, fue quedar en el piso de Valentina a comer con unos amigos para celebrar su cumpleaños. Comimos pollo asado, brindamos y estuvimos toda la tarde jugando a juegos de mesa. Lo del covid era algo que todavía nos parecía lejano. Aquella semana previa al encierro incluso hicimos alguna broma sobre la gente que ya iba con mascarilla por la calle. Obviamente, no calculamos la que se nos venía encima.
Las mascarillas eran un elemento extraño para el común de los mortales, pero para Valentina no tanto. Ella guardaba una en el armarito del baño de su casa, que usaba cada vez que lo limpiaba con lejía para evitar marearse. Aquella tarde, con alguna copa encima, no se me ocurrió nada mejor que cogérsela y ponérmela yo para hacer la broma. La hubo que tirar y Valentina se quedó sin el objeto que, en las semanas siguientes, sería el más cotizado de toda España. El objeto que la podía salvar del contagio y proteger de los mareos.
Mientras nosotros hacíamos esto, ya había quien en aquellos días estaba buscando la manera de ganar más y más dinero. Madrid es la comunidad en la que cualquier negocio que seas capaz de imaginar puede convertirse en realidad. Esta mañana he llamado a la Ventanilla Única del Emprendedor, una oficina pública en donde te puedes asesorar para montar tu propia empresa y en la que te ayudan con todo el papeleo: me han ofrecido cita para mañana mismo. Después, he ojeado también cuándo podía pedir una consulta en el centro médico de mi barrio: no había ningún horario disponible antes del viernes. Los negocios por encima de la salud, la seña de identidad de este Madrid.
Desde hace cuatro años, arrastro en el escritorio del ordenador una carpeta que se llama Todo lo que estaba aquí antes coronavirus. Ahí almacené muchos de los proyectos en los que estaba trabajando antes de la pandemia. En su momento, me pareció buena idea hacerlo así para tenerlo todo más organizado. Pero las prioridades cambiaron y nunca retomé nada de aquello. Me imagino a Alberto González, el novio de Ayuso, con una carpeta igual en el suyo y con otra, al lado, que se llame Maxwell Cremona, la empresa de la que es administrador único y en la que se centran las investigaciones de la Agencia Tributaria.
Ganar dinero está bien. Yo también lo intenté durante la pandemia. Recuerdo una noche que fui al bingo que hay cerca de la Puerta del Sol, en la calle Carretas. Esos locales se quedaron fuera de las restricciones y estaban abiertos hasta más tarde que los bares. El plan no salió bien. Jugué unos cartones y me fui a casa más pobre de lo que llegué, como suele pasar con los juegos de azar. El plan de forrarse vendiendo mascarillas y vacunas de Alberto González funcionó mejor. Él debe ser lo que llaman un emprendedor nato de esos. Qué suerte que en la Comunidad de Madrid los negocios se hacen tan rápido…
Viendo lo de Koldo y lo del novio de Ayuso no puedo parar de pensar que, si no hubiera usado la mascarilla que Valentina tenía guardada en su baño para hacer el tonto, quizá ella también podría haber hecho dinero. La podría haber vendido por mucho más de lo que le costó y reinvertir los beneficios en comprar más y más y más. Y así sucesivamente. La oportunidad estaba ahí. Se empieza por una mascarilla y se termina con un piso de cinco habitaciones en Chamberí. Perdona por aquella broma, Valen. |
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