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Cuando la semana pasada Jorge Rodrigo, consejero de Vivienda, Transportes e Infraestructuras, anunció que Metro de Madrid aportará “mayor dinamismo para los viajeros”, uno podría pensar que iba a incrementarse la frecuencia de los trenes, insuficiente a juzgar por las numerosas quejas que muchas mañanas se acumulan en las redes. Transportes de la Comunidad de Madrid presentó, en realidad, la instalación de 500 pantallas en los pasillos y vestíbulos del suburbano, nadie sabe muy bien con qué objetivo.
Rodrigo aseguró que estas pantallas convierten al Metro de Madrid en el más digitalizado del continente -somos una capital superlativa-, aunque por ahora solo muestra publicidad de JCDecaux, la empresa que presumiblemente se encargará de captar anunciantes. Ni rastro de información útil para los pasajeros, como horarios, tarifas, puntos de atención al público, conexiones, restricciones temporales, tramos cortados y otros incidentes.
Si los monitores instalados en Sol, Gran Vía, Plaza de Castilla, Plaza de España o Moncloa no van a mejorar la usabilidad del servicio, transformando viejos procesos analógicos, entonces difícilmente puede hablarse de digitalización, aunque el invento se venda como tal. Es posible que incremente los ingresos de la empresa pública, golpeados por la subida de tipos en un contexto inflacionario, pero ninguno de sus representantes ha admitido todavía que ese sea el objetivo.
Antes podrían sacarse a concurso los locales comerciales cerrados en el suburbano, como Red Autónomos pide infructuosamente desde hace años, que también podrían generar nuevos ingresos, además de prestar un servicio directo a los pasajeros, sirviendo comida y bebida o despachando souvenirs. Mientras numerosos expertos dedican sus esfuerzos a alertar sobre la salud digital y recomiendan reducir la exposición a pantallas, Madrid da otra muestra de ir a la contra de los tiempos. |
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