Feliz sábado. Estamos aquí con una lectura que creemos que puede interesarte. Un matrimonio argentino con dos hijos vivía en Eslovenia. Ella, dueña de una galería de arte. Él, propietario de una empresa emergente de tecnología. Hablaban en español e inglés y, según sus vecinos, eran reservados, tenían un perro y casi no recibían visitas. Esa era, al menos, la fachada. Ni sus hijos sabían que la familia tenía vínculos con Rusia hasta que volaron a Moscú como parte de un extenso intercambio de prisioneros Este-Oeste.
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