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Toc, toc. ¿Hay alguien ahí?
La última entrega de esta newsletter, que daba cuenta del empeño del Ayuntamiento por iluminar el Manzanares en contra de la opinión de vecinos y ecologistas, suscitó las críticas de una docena de lectores, muy enfadados con la iniciativa. “Me parece una patochada. Podemos poner focos al Retiro y guirnaldas a la Casa De Campo. Es una pena tener políticos que juegan a Zar de todas las Rusias”, afeaba Enrique. “Resulta inconcebible que dispongan así de nuestra ciudad”, sentenciaba Carmen. “Solo les interesa la feria”, agregaba Beatriz. Hoy os traigo otro asunto relacionado con la ciudad que también irritará a más de uno.
La acera de una vía pública, ideada para el tránsito, constituye en ocasiones una barrera insalvable. Ocurre si el transeúnte tiene movilidad reducida y la orilla de la calle se encuentra salpicada de obstáculos, como señales, bolardos y papeleras torpemente ubicados, o resulta demasiado estrecha. La normativa de accesibilidad universal establece que las aceras deben medir al menos 1,80 metros de ancho libres de mobiliario, unas condiciones que en Madrid se incumplen sistemáticamente.
Más Madrid ha revisado el último plan municipal de aceras y accesibilidad ejecutado en su totalidad. Un ejército de voluntarios del partido midió las 276 intervenciones llevadas a cabo en el marco de este programa de renovación, descubriendo que solo el 30% de las obras llevadas a cabo cumple con la normativa. Entre las deficiencias halladas hay estrangulamientos repentinos, pasos peatonales con rebajes insuficientes, soluciones que permiten a los coches invadir el espacio peatonal o aceras en mal estado incluso tras su rediseño. Cabe recordar que la ley de igualdad de oportunidades, que establece algunos de los primeros criterios de accesibilidad en la vía pública, data de 2003. Parece que Madrid va con más de dos décadas de retraso a este respecto.
En el mencionado informe, que incluye fotografías, aparecen algunos ejemplos verdaderamente sangrantes, como el de la calle de Islas Bahamas, en el distrito Fuencarral, donde hay un colegio. Los carritos de bebé no caben en la acera, ya de por sí estrecha, por culpa de varias farolas y dos torretas eléctricas que se han mantenido tras las obras. También está el caso de la calle de Noviciado, en Malasaña. Tras ensancharse, las aceras cumplen con la normativa, pero en medio se han plantado dos semáforos que apenas dejan un metro de paso libre. Un detalle que podría parecer menor si no constituyera un atropello para los usuarios de la silla de ruedas, que definitivamente tienen vedada esa zona. ¿Acaso son madrileños de segunda? La política debe servir para que no se sientan de ese modo.
Y tú, ¿qué opinas? Te leo en nlmadrid@elpais.es.
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