Esta es la newsletter de Madrid. La escribimos un grupo de redactores de EL PAÍS que cada día ponemos a prueba por la vía empírica la máxima De Madrid al Cielo. La enviamos de lunes a jueves a las seis de la tarde, y los viernes, dedicada a propuestas de cultura para el finde, a mediodía. Si no estás suscrito y te ha llegado por otro lado, puedes apuntarte aquí.
Hace no mucho me enteré de que en Estados Unidos existieron un tipo de ciudades (si es que se puede hablar de tipologías cuando queremos referirnos a variantes posibles dentro de atrocidades como los campos de concentración, los centros de adoctrinamiento o las cárceles, me fastidia usar palabras normales para cosas anormales) llamadas sundown towns. Se caracterizaban porque, en ellas, se obligaba a los negros a salir de sus límites con la caída del sol.
No quiere decir esto que los negros no fuesen bienvenidos nunca: lo eran, durante el día, siempre que su único propósito fuese entrar en el término municipal para ofrecer su fuerza de trabajo. Cuando la luz del día se empezaba a desvanecer, estaban obligados a marcharse a dormir donde buenamente pudieran para al día siguiente, con el amanecer, hacer de vuelta el trayecto rutinario que les llevaba de nuevo al tajo.
Era el astro rey el que marcaba sus horarios, de ahí que cuando alguien hace trabajar en condiciones infrahumanas a otro alguien, sin tener en cuenta sus condiciones laborales ni sus derechos, se diga que es "un negrero" y que esa persona "trabaja de sol a sol". Sería hoy impensable semejante atrocidad en lo que pulcra y convencionalmente llamamos países desarrollados.
Países donde las constituciones afirman que todos los ciudadanos son iguales ante la ley sin importar su raza, su sexo ni su religión y donde existen mecanismos pensados para proteger los derechos de cada humano. En España tenemos una de esas constituciones, piedra de toque a la que agarrarse. La nuestra, en concreto, dice eso de que todo español tiene derecho a una vivienda digna.
No dice nada la Carta Magna, eso sí, de lo cerca que debe estar el lugar de trabajo del lugar de residencia de cada español, ni de que tenga que dormir en la misma localidad en la que ofrecer su fuerza laboral, como tampoco habla de que en el centro de Madrid se esté alquilando “pisos” de cinco metros cuadrados a 500 euros.
Hacer la vista gorda a semejante atrocidad es una fórmula sofisticada, embellecida, moderna y muy limpia como otra cualquiera de crear nuevas sundown towns sin necesidad de antiestéticos criterios raciales. De la nueva eugenesia, implacable y despiadada, se ocupan sin mancharse las manos unas sospechosas habituales llamadas reglas del mercado. Algún día se deplorará a los que las ponen. |
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