Esta es la newsletter de Madrid. La escribimos un grupo de redactores de EL PAÍS que cada día ponemos a prueba por la vía empírica la máxima De Madrid al Cielo. La enviamos de lunes a jueves a las seis de la tarde, y los viernes, dedicada a propuestas de cultura para el finde, a mediodía. Si no estás suscrito y te ha llegado por otro lado, puedes apuntarte aquí.
Qué sería de nosotros sin nuestros vecinos de China. En mi edificio, por lo menos, una familia nos resuelve la vida a todos. Tienen su tienda en la planta baja, atienden de 9.00 a 1.00 de domingo a domingo y venden lo que se necesita para el desayuno, la comida o la cena y, también, para las fiestas improvisadas en casa. Nos venden tantas litronas como queremos, a sabiendas de que nuestro piso queda justo encima del de ellos y que, posiblemente, por esas mismas litronas ellos no puedan dormir esa noche.
Nos reciben la correspondencia, nos guardan las llaves de casa y hasta rescatan nuestra ropa cuando cae de las cuerdas y termina en su patio. Lo hacen todos los días del año, con disciplina silenciosa, pase lo que pase. Estuvieron allí el 24 y el 31 de diciembre, hasta la 1.00, como siempre, mientras el resto del país se entregaba a las uvas y a la fiesta. Inocentemente, les desee Feliz Navidad y Feliz Año y ellos apenas esbozaron una sonrisa de cortesía, porque, me dijeron, les daba igual.
Es cierto que a nosotros nos viene de maravilla que nos resuelvan la vida los 365 días del año, aunque no deja de dar cierta angustia. El verano pasado, en la tienda, otro de los vecinos del edificio, un muchacho de República Dominicana, le preguntó a nuestra vecina/tendera/portera/guarda llaves/rescata calcetines dónde iba a veranear el fin de semana.
—No tengo vacaciones. Para mí, no [hay] descanso—, respondió ella con una carcajada. Valga decir que es de las pocas veces que la he visto reír.
El dominicano y yo nos miramos, perplejos. Yo, por lo menos, salí de la tienda con cierta culpa. Recordé las veces que he visto a esa pareja cabecear detrás del mostrador y las veces que he visto a su hija jugar por los pasillos del edificio o entre las mesas de la terraza frente a casa porque no hay tiempo para que sus padres la lleven a un parque.
Por eso, espero no verlos por el barrio el próximo fin de semana. Vienen las celebraciones del Año Nuevo Chino, del 9 al 11 de febrero, con la fiesta el sábado y el pasacalles el domingo. Espero encontrármelos en Usera o saber que están de fiesta o en cualquier lugar menos detrás del mostrador. Ojalá que los más de 36.000 ciudadanos de China que viven en Madrid tengan un día para disfrutar. Creo que, así sea por un día, Madrid, o por lo menos nuestro barrio, se las apañará para vivir sin ellos. |
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