Esta es la newsletter de Madrid. La escribimos un grupo de redactores de EL PAÍS que cada día ponemos a prueba por la vía empírica la máxima De Madrid al Cielo. La enviamos de lunes a jueves a las seis de la tarde, y los viernes, dedicada a propuestas de cultura para el finde, a mediodía. Si no estás suscrito y te ha llegado por otro lado, puedes apuntarte aquí.
La semana pasada, J. dejo su trabajo y su casa y se fue de la ciudad. Decía que ya estaba cansado de Madrid porque desde el balcón de su casa en Antón Martín “no podía ver el horizonte”. Y doy fe. Solo se veían los balcones del edificio de enfrente. Pero oye, son muy bonitos, todo hay que decirlo. Además, yo le advertí a J. de que eso de “ver el horizonte” es algo muy difícil de cambiar, vayas a la ciudad que vayas, porque el paisaje urbano de España lo conforman pisos en altura y no casitas unifamiliares. Pero, bueno, él sabrá.
Como amigo de J. me tocó ayudarlo en el día de la mudanza, quizás una de las situaciones más estresantes en la vida de una persona por el agotamiento físico y por el cansancio emocional que conlleva. J. ya había hecho todo el trabajo previo de empaquetar sus trastos y desechar todo lo que no quería. J. es un tío legal y llamó al 010, el teléfono de atención ciudadana del Ayuntamiento de Madrid, para informarse de cuándo podía bajar a la calle los muebles que no quería para que se los llevara el servicio de recogida municipal. Pero no hizo falta. Me contó que, a los cinco minutos de bajarlos a la calle, varios vecinos que pasaban por allí ya se lo habían llevado casi todo. Solo habían dejado tiradas las perchas de un burro de ropa.
Madrid es una ciudad de paso para muchos y quizás, por eso, casi nadie tiene “muebles buenos”. Los muebles de Ikea son sueños de usar y tirar. Decorados provisionales de polígono industrial más o menos asequibles. Aun así, es imposible no fantasear en la tienda sueca mientras te das un paseo por los pisos piloto de la exposición y ves esas casitas de 50 metros cuadrados preciosas y llenas de “espacio de almacenamiento”, esa expresión tan de moda que camufla la tendencia al Diógenes que nos impide deshacernos de las cosas acumuladas, pero que ya no usamos.
La casa de Madrid que no tenga una estantería Billy, una mesa Lack, una butaca Poäng o una cómoda Malm que tire la primera piedra. Me llaman la atención todavía más las casas de mis amigos (de alquiler la mayoría) en las que convive el mueble-bar hecho a medida del año 1983 con alguno de estos bártulos suecos porque significa que todos aspiramos a lo mismo, que es lo único que nos podemos permitir y que la uniformidad ha ganado en detrimento de lo auténtico y lo personalizado.
A mí también me toco hacer una visita a Ikea hace poco. Mi mesa Lack color negro del salón se quedó coja y fui a comprarme otra. Esta vez la quería blanca por aquello de que da más luz a la estancia. Mientras me imaginaba mi vida en uno de esos pisos preciosos de 50 metros cuadrados que no me puedo permitir en Madrid, reparé en una nueva sección de la exposición que no estaba la última vez que fui: ideas para tu alojamiento turístico. Por 699 euros, los suecos te daban todo lo que un turista puede esperar del apartamento que alquila para sus vacaciones, sin complicaciones.
Un camino de rosas para que tu piso empiece a ser una máquina de hacer dinero en apenas unos minutos. La de la imagen es una habitación estilo Airbnb de las que se ofertan, pero lo mismo sucede con un salón. La fórmula es sencilla: paredes blancas sin gotelé, sofá gris, plantas a la izquierda, lámpara alta a la derecha y mueble blanco para la televisión. Y el razonamiento obvio: si cuando viajas a Berlín, São Paulo, Los Ángeles o Tokio duermes en la misma estructura de cama que en tu dormitorio habitual, ¿cómo no sentirte en casa?
Ya puestos, se me ocurre que si en Ikea fabricaran unas pegatinas con paisajes para poner en las ventanas ya no haría falta viajar tampoco. Serían las pegatinas Horisont (horizonte, en sueco). Si existieran, quizás J. podría habérsela comprado para su casa y ver ese horizonte que tanto echaba de menos desde su piso de Madrid. Es más, todos tendríamos las mismas vistas sin importar si vives en un bajo en Usera, un ático en la Latina o un piso en Retiro. Yo creo que triunfarían. Ahí dejo la idea. |
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