Hace poco escuchaba a un grupo de docentes pensar colectivamente sobre el encuentro entre las prácticas educativas y las artísticas. Las escuchaba atentamente y filtraba todo aquello que decían a través de mis recursos y aprendizajes, hechos principalmente desde el trabajo en las trincheras, la escucha, el error, el hallazgo, la gestión, la producción, los libros, la amistad y las compañeras. Las escuchaba, curiosa por intentar descifrar cuáles eran los suyos, desde qué saberes hablaban. Intentaba imaginar su día a día, sus horas en la escuela, sus ritmos. Intentaba entender sus palabras, su espacio de pensamiento, como si fuera una habitación donde podía entrar. O más bien, donde intentaba meter la cabeza para descubrirla, al menos un poco.
En aquel momento me esforzaba para salir de mi habitación y andar por el pasillo que conectaba las dos puertas. En medio de un movimiento errático, veía una luz de neón, haciendo chiribitas. ¿Cortocircuitaba? Quizás estaba mal enchufada. ¿Tendría algún cable pelado? La bombilla tenía forma de palabra: posibilitar. Pasaba de largo, mirándola de reojo, y entonces llegaba a la puerta de las docentes. Ruido, ¡madre mía, cuánto de ruido! De todo tipo: gritos, golpes, gente por todas partes, risas, mobiliario golpeando (que si ventanas, que si mesas). Daba un paso atrás, para volver al pasillo. Miraba mi puerta: silencio, un silencio sepulcral; sonidos distorsionados, palabras monótonas, reverberaciones, teclas frenéticas. Decidí quedarme un rato al pasillo, bajo el neón intermitente, mirando de lado a lado, alternativamente. Parándome a pensar. Cuando me veían, las docentes me decían: qué suerte.
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[Imágenes de la actividad "Més enllà de la línia" programada en el marco de la exposición «Límit obert» del artista Juan de Andrés, en el Centre d'Art Tecla Sala (2024). © Equipo educativo y de programas públicos del Centre d'Art Tecla Sala (2024)]
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