Este es el boletín de la sección de Madrid de EL PAÍS, que cambia de periodicidad y de autor. A partir de ahora, saldrá los martes a las seis de la tarde con la firma de Miguel Ezquiaga. Los viernes, Héctor Llanos Martínez mantiene su entrega, dedicada a propuestas para el finde y que os llegará a mediodía. Si no estás suscrito, puedes apuntarte aquí.
Cucú. Te cuento que no soy el autor habitual de esta newsletter, Miguel Ezquiaga —aunque ya me gustaría, siempre he pesado que de hombre se vive mejor—, sino Victoria Torres, porque aquí mi compañero ha tenido a bien vacacionar, un bonito verbo que, según la RAE, no existe en el español de España pero debería, como ya lo usan en muchos países de América Latina. Hechas las presentaciones, vamos al lío.
—¿Ustedes no han notado que hay un millón de polillas?—, preguntó una compañera de local hace unos días en la redacción. La verdad es que sí, contesté, he matado lo menos cuatro o cinco en las últimas dos semanas, con el asco y la pena que me da asesinar a un bicho a sangre fría, no importa lo horrendo que sea. Primero lo intento con el diálogo —"anda, bonica, vete a tu casa, que esta es la mía"—, pero no suele funcionar.
Debatíamos si merecía o no la pena contarlo cuando el departamento de SEO preguntó si no íbamos a hacer nada: el interés era patente en las búsquedas. Al final, tal y como sospechábamos, estas hermanastras feas de las mariposas ni son una plaga, ni suponen ningún tipo de peligro y su proliferación es cíclica y depende de la lluvia que caiga y del calor que haga en mayo.
Como en el periodismo de hoy es casi tan importarte informar como desmentir las locuras, falacias y exageraciones que se publican por ahí, la compañera que lo comentó, Ana Puentes, hizo una información el día 6, que ya han leído casi 13.000 personas. Y así, tenemos a una población alarmada por unas inofensivas polillas cuando lo que nos debería de dar auténtico terror son otros incrementos muy reales y muy palpables y de consecuencias desastrosas.
Según las últimas estadísticas, el coste de la vivienda aceleró su incremento en el primer trimestre del año hasta el 5,9% interanual en Madrid. Lo grave es que lleva subiendo de forma ininterrumpida desde el segundo trimestre de 2014 y ya supera el récord de la burbuja de 2007. En alquiler, el precio también sigue disparado y ya roza los 19 euros por metro cuadrado. El otro día, a un amigo lo rechazaron en un casting de piso porque, a pesar de tener unos ingresos de más de 4.000 euros al mes para un alquiler de 1.350 eurazos, su avalista era demasiado vieja y eso encarecía el precio del seguro de impago. "Buscamos otro perfil", lo despacharon. ¿Quién puede alquilar o comprar en Madrid, Rockefeller?
Ambos aumentos están haciendo invivible la ciudad —y no hace falta ser un sociólogo, ni un economista, ni un lince para apuntar que son la principal causa de que Madrid sea la comunidad donde menos se separa la gente—junto a otro peligroso incremento, el de la ya insoportable turistificación. Aún recuerdo el grito desesperado de mi hijo cuando, una mañana perdidos en Lavapiés, preguntamos sin éxito a lo menos 10 personas seguidas por una dirección: "¿Es que no hay ningún madrileño en el centro de Madrid?".
Y el otro imparable subidón que nos debería quitar el sueño, pero a lo bestia, es el de las temperaturas. Según el último informe del clima, la temperatura media ha ascendido en España 1.5° desde 1961 y los 10 años más cálidos se han registrado en este siglo. Este mayo, en contra de lo que mucha gente opina porque la memoria meteorológica falla más que una escopetilla de plomos, no ha sido un mes frío sino normal. ¡Por los clavos de Cristo, un mes normal! Esta bendita normalidad rompe una racha de casi un año con las temperaturas disparadas, ya que hay que remontarse a mayo de 2023 para encontrar otro mes normal. Los 11 meses sucesivos hasta este han sido cálidos, muy cálidos o extremadamente cálidos y desde abril de 2022 no hay ningún mes más frío de lo normal.
Y, mientras esto ocurre y mientras calienta en el banquillo un nuevo verano infernal, los colegios son hornos y las calles, eriales, sin que las autoridades madrileñas se planteen a hacer nada en absoluto al respecto. Por no saber ni la hora que es, no sabemos ni cuántos centros tienen aire acondicionado, mi sospecha es que apenas un puñado de privados.
|