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Como todo el mundo sabe, la palabra “tránsfuga” la inventó Barreiro en Galicia y la perfeccionaron Tamayo y Sáez en Madrid. Según el acuerdo antitransfuguismo firmado por todos los partidos, “tránsfuga” es el representante local, autonómico o estatal que cambia de afiliación o se une a otro partido traicionando a la formación política con la que se presentó a las elecciones”.
Hay un transfuguismo que no cambia de partido, sino de vida y el Podemos madrileño es su mejor resumen. Durante muchos meses, más de 160.000 personas (los votos obtenidos por la coalición con Izquierda Unida y Alianza Verde) llevaron la contraria en el bar, subieron la voz en casa o dejaron de hablar a un amigo defendiendo el discurso contra corriente de Alejandra Jacinto. El domingo 28 de mayo, unos 80.000 madrileños se levantaron de la cama, salieron a la calle, caminaron hasta el colegio electoral, hicieron cola y metieron en la urna papeletas con el nombre de Roberto Sotomayor. Hoy todos ellos se sienten un poco bobos.
Ninguno de los dos candidatos logró el 5% necesario para entrar en las instituciones y es ingrato hacer política en la calle durante cuatro años. Asistir a asambleas donde se repite lo mismo una y otra vez, protestar junto a vecinos de la tercera edad o atarse a un árbol en medio del frío. Mucho trabajo para, tal vez, volver a perder por mayoría absoluta. Una tertulia en La Sexta o un buen manejo de redes frente al tedioso trabajo de patearte tu ciudad. Sin micrófonos, sin militantes, sin dinero y sin partido, rogar por unos euros para unas pancartas. Una vez pasadas las elecciones, Alejandra Jacinto dejó la vida política y volvió a su trabajo como abogada en temas de vivienda, una de las mejores en su género. Roberto Sotomayor volvió a trabajar para Armani en el Corte Inglés.
La semana pasada, Mónica García dejó su cargo de 600.000 votos para ser ministra de Sanidad. ¿Quién puede negarse a algo así? Pedro Sánchez reveló en la presentación de su libro que otros ministros (como Óscar Puente) habían sido llamados antes para ser parte del gabinete, pero no quisieron. “Del deporte también se puede salir”, como diría Albert Pla.
En la definición de “tránsfuga” de la RAE, la Academia es bastante más precisa que la clase política y lo define como una persona que abandona una organización política, empresarial o de otra índole, para pasarse generalmente a la contraria. A su manera, la RAE incluye la “puerta giratoria”.
La número dos de Almeida en el Ayuntamiento de Madrid, Matilde García Duarte, anunció esta semana la renuncia al cargo después de ocho años trabajando con el alcalde. Durante dos legislaturas fue su mano derecha, la mujer que estaba detrás de las grandes decisiones y una de las personas “que le hablaba al oído”, como la describen los cronistas capitalinos. Era la persona que trataba con el equipo de Ayuso y la Administración central.
Desde esta semana, García Duarte es la presidenta de la patronal de grandes superficies (Anged) que agrupa a empresas como Ikea, El Corte Inglés, Carrefour, Apple, Leroy Merlin o Fnac. El día que tomó posesión de su cargo definió anunció su nueva tarea: garantizar que la influencia económica y social de sus empresas "tenga un reflejo equivalente en su impacto institucional”. “Somos líderes en el sector y vamos a trabajar para garantizar un crecimiento sostenible acorde a la realidad política de España. Tenemos mucho que aportar”, añadió. Si tuviera 10 años menos, ahora pondría aquí una animación de John Travolta en la pista de baile girando sobre sí mismo con la gabardina en el brazo.
Entre tanta despedida, el lunes se supo que el día de su nombramiento, Mónica García recibió una llamada de Isabel Díaz Ayuso. “¿Y qué le dijo?”, preguntó Aimar Bretos. “Bueno, ejem, enhorabuena”, respondió incómoda. “Lo clásico”, zanjó sobre el extraño momento de amabilidad entre dos pesos pesados de la política. Tránsfuga de uno mismo también es una opción. |
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