“Hay muchas fuerzas en uno y otro lado [del conflicto árabe-israelí] dispuestas a acabar con el horror de la guerra y a sellar una paz obtenida mediante el diálogo. Desde hoy España está en una mejor posición para intentar ser útil en esa tarea”. ¿Una frase de rabiosa actualidad? Pues tiene ya más de 38 años. Con ella concluía el editorial que el 17 de enero de 1986 dedicó EL PAÍS al establecimiento de relaciones diplomáticas con… Israel. (Los interesados en las hemerotecas o la arqueología pueden leerlo íntegramente aquí). Podría aplicarse hoy tras el paso que el Gobierno dio el martes, al que solo la racanería política le puede negar el carácter de histórico: el reconocimiento de Palestina como Estado, junto a Irlanda y Noruega, a los que probablemente van a seguir más miembros de la UE. Un paso que llega casi ocho meses después de un infame pogromo de Hamás que ha derivado en una guerra igualmente infame aventada por Benjamín Netanyahu.
Que ayer escribiéramos en otro editorial que “el punto de llegada que era el Estado palestino debe convertirse ahora en punto de partida, de forma que israelíes y palestinos se vean obligados a negociar bilateralmente a partir de las fronteras reconocidas por la ONU” demuestra, además de coherencia periodística, que este conflicto dura ya demasiados no años, sino generaciones.
Reconocer el Estado palestino no supone solo una cuestión de justicia, como ha escrito Sami Näir, sino, añade, “la mejor manera de reducir la influencia negativa de las fuerzas integristas y reaccionarias tanto en Israel como en Palestina y (…) un poderoso argumento para revitalizar, ante los partidarios israelíes de la paz, la viabilidad de la idea de dos Estados, uno al lado del otro (…) Es la única solución realista, posible y factible, para salir del engranaje despiadado en el que están inmersos estos dos pueblos”.
España encabeza así una iniciativa que “aplica, siguiendo las resoluciones de Naciones Unidas, una condición indispensable para la solución del conflicto árabe-israelí: la existencia de dos Estados”, señalábamos el pasado día 23 en otro editorial titulado Reconocer el Estado palestino cuando el presidente Pedro Sánchez puso en el Congreso fecha a la decisión. Una decisión que si se ha acelerado ha sido por la matanza que el mundo lleva viendo en Gaza desde el 7 de octubre y que —olvidan quienes se oponen a ella— pretende garantizar la paz, la seguridad y la propia existencia del Estado de Israel.
“Quizá sea necesario recordar”, escribe José Luis Sastre en Palestina: reconocer lo obvio, “que incluso la opción política que se crea con la mayor legitimidad perderá todo tipo de razón si niega a los demás aquel reconocimiento del que nunca podrán despojarles: la dignidad de la condición humana y el derecho de los civiles a vivir”. La reflexión puede aplicarse no solo a Netanyahu, sino también a quienes quieren convertir un intento de apostar por la paz en otra pelea en la cada vez más cansina batalla política nacional. Una trinchera que, además, caerá en el olvido cuando se cave la próxima.
Mientras, Gaza (pero también Israel) siguen sufriendo, un drama en el que todas las palabras parecen ya dichas e inútiles. “Como las palabras se han tornado no solo insuficientes sino falaces, la masacre prosigue su andadura impasible, a veces recurriendo al antisemitismo como coartada”, incide Azahara Palomeque en su Rafah: un dolor inefable; una racionalidad inválida.
El antisemitismo es una abyección con muchos siglos de historia —me permito recomendarles la lectura de esta reciente tribuna de Eva Illouz—, pero no es antisemita, sino crudamente honesto, escribir que “se pueden refutar las acusaciones de genocidio [contra Israel] y se puede volver a recordar al mundo la inimaginable brutalidad de Hamás, pero es difícil afirmar con sinceridad que Israel, desde que está el Gobierno extremista de Netanyahu, es el mismo país que había conocido el mundo durante sus 76 años de existencia”. Lo hace hoy Etgar Keret en A Netanyahu solo le preocupa Netanyahu. Keret es israelí.
Cuando este periódico tenía poco más de dos años de vida, decíamos en otro editorial a cuenta de los acuerdos de Camp David: “Dentro de unos meses todo volverá a ser como antes, es decir, un conflicto que quizá no tenga solución verdadera en este siglo”. Era el siglo pasado. Confiemos en bien de israelíes y palestinos que tenga solución en este.
Mientras intenta usted hoy huir de conversaciones recurrentes y wasaps redundantes sobre la ley de amnistía el día de su prevista aprobación por el Congreso, puede detenerse en una selección de lecturas de Opinión de los últimos días. |
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