Esta es la newsletter de Madrid. La escribimos un grupo de redactores de EL PAÍS que cada día ponemos a prueba por la vía empírica la máxima De Madrid al Cielo. La enviamos de lunes a jueves a las seis de la tarde, y los viernes, dedicada a propuestas de cultura para el finde, a mediodía. Si no estás suscrito y te ha llegado por otro lado, puedes apuntarte aquí.
La primera vez que subí al Madrid virtual fue para echar un polvo. No estuvo mal. La ciudad, digo, no el polvo. En realidad, me sentí algo culpable por estrenar el futuro con un asunto tan mundano, sobre todo porque esos días Madrid estaba empapada de fe. Era el verano de 2011 y se celebraba la JMJ. Dos millones de jóvenes cristianos colapsaban el centro con su espiritualidad chillona y festiva. Iban por la calle cantando canciones de misa con la disciplina de un padrenuestro y la épica de Coldplay. La ciudad parecía vibrar en una especie de epifanía colectiva.
En el Madrid físico todo era fe y devoción, pero el virtual chapoteaba de lúbrica actividad. Porque 2011 no fue solo el año de la JMJ, también fue el momento en el que se lanzó Grindr en España. Esta fue la primera aplicación para ligar con geolocalización. Imprimió, sobre el mapa real de Madrid, uno virtual, lleno de torsos, píxeles y penes.
Después de Grindr, que era solo para hombres, llegaron las versiones hetero: Tinder y Bumble aumentaron la cantidad de amoríos en potencia. Hicieron más densa y espesa la capa virtual. En el Madrid real, la gente iba con prisas y los conocidos ni saludaban; pero en el virtual, todo eran guiños, holaquetales y tonteos. La gente, cuando está cachonda, suele ser simpatiquísima.
El sexo fue pionero, como lo es siempre. Después, llegó todo lo demás. El parque de debajo de mi casa se llenó de adolescentes. Cazaban pokémons virtuales con la misma avidez con la que yo intentaba cazar el amor. El videojuego con geolocalización convirtió la ciudad en un enorme campo de juegos. La gente salía a la calle, pero no de la pantalla de su móvil.
Google Maps llenó la ciudad virtual de bares, restaurantes y experiencias. Describir el mundo en una escala de cinco estrellas creó una ciudad polarizada, donde las críticas eran abrumadoramente positivas o negativas. La mayoría de estas últimas eran en realidad historias de gente que había tenido un mal día. Camareras cansadas, reservas canceladas… La aplicación empezó como una herramienta de marketing, pero fue convirtiéndose en un repositorio de pequeñas anécdotas de frustración.
El cielo de Madrid se cubrió con una capa de unos y ceros tan densa como la contaminación. Se llenó de fotopollas y áticos coquetos, mejor visitar. Mujeres solteras en tu zona y tartas de queso. Reviews vengativas y pokémons de agua. Planes secretos y locales de moda elefantiásica.
Los turistas colonizaron el Madrid virtual antes que los propios madrileños y las casas pasaron a ser un bien de consumo más. Los barrios humildes se convirtieron en vibrantes, los más cools del mundo. Ideales para invertir, no para vivir. Ideales para Idealista. La ciudad se convirtió en un decorado que abraza al turista y expulsa al madrileño. Según Booking, dentro de la M-30 hay ahora mismo 34 hoteles de lujo, a más de 600 euros la noche. Según Idealista, hay cinco pisos en alquiler por ese precio al mes.
Aunque no lo parezca, aquí no hay brecha digital. Los pobres también han subido al Madrid virtual. Allí hacen sentir a otros pobres como un rico a tiempo parcial. Con un puñado de euros y un par de clics se pueden convertir en tu chófer, tu manitas, tu asistenta o tu mayordomo.
Los políticos no han hecho nada para cambiarlo. Es más, ellos también han abrazado con fuerza la ciudad virtual. Se gastaron 74 millones de euros en llenar plaza España de cemento para convertirla en un recinto ferial. Después, en las ferias, tapizan la plaza con césped artificial y palmeras de plástico para que quede mona en Instagram. Han llenado la ciudad de muñecacos de las Meninas, de flamencas mastodónticas y letras con la palabra Madrid. Han proyectado norias gigantes y reformas para hacer el paseo del Prado "más instagrameable". En la ciudad real, talan árboles y crean explanadas inhóspitas. En la virtual, diseñan renders de calles y plazas sin apenas coches, todo lleno de césped y hasta una frondosa vegetación. ¡A lo loco! Está claro que el Madrid virtual es más bonito que el real. Es más estimulante, adictivo y terrorífico. Yo subí hace más de 10 años para echar un polvo y no he conseguido salir de ahí. La capa de unos y ceros es cada vez más densa, más pesada. Tanto, que ha caído a plomo sobre la ciudad real, oprimiéndola y aplastando a sus habitantes. Los dos madrides se están superponiendo y así, la ciudad está llena de casas carísimas y de barrios cool salpicados de Meninas de la Guardia Civil o de Trancas y Barrancas (Velázquez debe de estar revolviéndose en su tumba, donde quiera que esté). El césped es artificial y los árboles solo están en los renders. Los madrileños deberían estar deprimidos con este percal. Pero, como se han instalado en la ciudad virtual, solo están cachondos. |
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