Esta es la newsletter de Madrid. La escribimos un grupo de redactores de EL PAÍS que cada día ponemos a prueba por la vía empírica la máxima De Madrid al Cielo. La enviamos de lunes a jueves a las seis de la tarde, y los viernes, dedicada a propuestas de cultura para el finde, a mediodía. Si no estás suscrito y te ha llegado por otro lado, puedes apuntarte aquí.
Los claveles tienen un lenguaje propio. En Madrid, es tradición ponérselos por las fiestas de San Isidro, que ya están próximas, e históricamente indicaban el estado civil de quien los portaba. En función del color y del número de flores podías saber si una persona está soltera, casada o viuda. Algo así sería impensable en Portugal, en donde el régimen totalitario que gobernó el país hasta mediados de los setenta prohibía besarse en la calle. En Lisboa, existía una normativa municipal, con sanciones progresivas en función de lo que estuvieses haciendo, que reprimió durante más de cuatro décadas las muestras de afecto en público. Todo cambió el 25 de abril de 1974 cuando un levantamiento acabó con la dictadura más longeva de la Europa occidental sin disparar ni un tiro. Aquel día los portugueses dejaron de sentir miedo y los militares transformaron sus fusiles en floreros en los que pusieron claveles. Desde entonces, allí esa flor es un símbolo de libertad y democracia.
Cuando ocurrió la Revolución de los Claveles, aun no lo sabíamos, pero en España faltaba solo un año para la muerte de Franco. El régimen, que se sabía débil, vio con preocupación lo que acababa de ocurrir en el país vecino y quiso conocer la opinión de la gente. Encargó al CIS de entonces una encuesta para averiguar la valoración que hacían los madrileños y los barceloneses sobre el proceso democrático que había comenzado en Portugal cuando en la radio sonó Grândola, vila morena, la canción que sirvió de contraseña para comenzar las operaciones militares que acabarían con el exilio del dictador. Los resultados de aquel estudio permanecieron clasificados como material de “uso reservado” hasta el año pasado: la mayoría dijo no tener una opinión (claro, ponte tú a responder encuestas con sinceridad sobre la democracia en pleno franquismo…). Pero, entre los que admitieron que conocían lo que había ocurrido, la mayoría dijo que veía la Revolución de los Claveles con simpatía. Una simpatía que era mayor en Barcelona que en Madrid. Ay Madrid…
José Afonso, el cantautor que compuso Grândola, vila morena murió 13 años después de la revolución, en 1987. Su médico en Portugal creía que había contraído la enfermedad que finalmente terminó con su vida después de consumir aceite de colza adulterado durante una visita a Madrid, como recogen las crónicas de entonces. Mientras el cantautor agonizaba, en la capital de España, cada lunes, sus admiradores y colegas de profesión se congregaban en la mítica sala Elígeme, en la calle San Vicente Ferrer, para cantar y darle fuerza. Incluso la RTP, la radio televisión portuguesa, hizo un reportaje de aquellos conciertos que se convirtieron en rutina durante algunos meses. El día de su fallecimiento pasaron por aquel garito Luis Pastor, Joaquín Sabina, Benedito García Villar, Amancio Prada y centenares de personas que acabaron cantando Grândola, vila morena en pleno Malasaña, en un homenaje multitudinario al cantautor portugués. Aquella canción, cincuenta años después, continúa sirviendo como himno para evocar libertad y pelear contra las injusticias.
Pasado mañana, Portugal conmemora el 50 aniversario de la Revolución de los Claveles. No será lo mismo ni tan épico como seguramente lo fue entonces, pero este jueves, 25 de abril, habrá en los jardines del Museo del Traje de Madrid un concierto en homenaje a la vida y obra del cantautor portugués en el marco del programa Portugal-España: 50 años de Cultura y Democracia. Madrid y Lisboa no son dos ciudades que estén bien comunicadas. Viajar en tren entre las dos capitales ibéricas es un trayecto para el que ahora mismo hacen falta unas ocho horas y tres trenes diferentes. Quizás, en ese concierto vuelva a sonar con fuerza la canción que un día fue capaz de acabar con una dictadura y ayude a encontrarse a dos ciudades que no están unidas por ferrocarril, pero sí por las flores. |