Bruselas, 24 de agosto de 2025 - En un continente que se ha comprometido con la transición ecológica, un dato pone de manifiesto una flagrante incoherencia: un viaje en tren en Europa puede costar hasta 26 veces más que un vuelo. Esta no es una anomalía aislada, sino el síntoma de un sistema de movilidad desequilibrado que subvenciona el transporte más contaminante en detrimento de la alternativa más sostenible.
Un informe reciente de Greenpeace, titulado "Volar barato se paga caro", ha destapado esta dura realidad. El estudio, que analizó 142 rutas en 31 países europeos, concluye que el vuelo sigue siendo más barato que el tren en el 54% de las rutas transfronterizas. El caso más extremo encontrado es el de la ruta Barcelona-Londres, donde un billete de avión puede costar tan solo 15 euros, mientras que el trayecto en tren puede ascender a 389 euros, una diferencia de casi 26 veces.
Los privilegios fiscales de la aviación
La principal causa de esta abismal diferencia de precios radica en la política fiscal. El informe de Greenpeace y otros análisis de expertos señalan que el sector de la aviación disfruta de una serie de privilegios y exenciones que no se aplican al transporte ferroviario. Entre ellos destacan:
Exención del impuesto al queroseno: A diferencia del combustible para automóviles o trenes, el combustible para aviones no está sujeto a impuestos, lo que reduce drásticamente los costes operativos para las aerolíneas.
IVA y tasas: Los billetes de avión para vuelos internacionales no están gravados con IVA, mientras que los billetes de tren sí lo están. Además, las aerolíneas a menudo se benefician de subsidios y tasas aeroportuarias reducidas, que no reflejan el coste real de su impacto ambiental.
El tren, una opción castigada
Por otro lado, el tren soporta una carga financiera considerable. Las empresas ferroviarias deben pagar elevadas tasas de acceso a las vías y, a menudo, no reciben el mismo nivel de apoyo estatal que las aerolíneas, lo que se traduce en un precio de billete más alto para el consumidor.
Este sistema fomenta que los viajeros opten por la opción más barata, aunque sea la más perjudicial para el clima. Según el estudio de Greenpeace, los vuelos emiten de media cinco veces más CO₂ por pasajero-kilómetro que los trenes.
La lucha por el cambio
Diversas organizaciones ecologistas y grupos de presión están pidiendo a los gobiernos nacionales y a la Comisión Europea que tomen medidas urgentes para corregir esta distorsión del mercado. Las propuestas incluyen:
Implementar un impuesto al queroseno a nivel de la UE.
Reducir o eliminar el IVA en los billetes de tren internacionales.
Invertir masivamente en la mejora y expansión de la red de alta velocidad y en servicios de trenes nocturnos para hacerlos más competitivos.
Crear un sistema de billetes único en toda Europa para simplificar las reservas de viajes transfronterizos.
La paradoja del transporte europeo es un reflejo de que, a pesar de los discursos políticos, la economía y las políticas fiscales aún premian al modelo más contaminante. Mientras la crisis climática se agrava con incendios y olas de calor, la solución al problema de la movilidad pasa por un cambio de paradigma que haga del tren no solo la opción más sostenible, sino también la más asequible y atractiva para los millones de europeos que viajan cada año.
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