Madrid, 24 de agosto de 2025 - Los líderes políticos de toda Europa repiten, como un mantra, la necesidad urgente de revertir el invierno demográfico. Con la población envejecida y las pensiones en jaque, los llamamientos a tener más hijos se han convertido en una prioridad nacional. Sin embargo, en el día a día, miles de familias se enfrentan a una cruda realidad que los discursos oficiales ignoran: la única red de seguridad para el cuidado de los niños sigue siendo la generación mayor.
Este modelo, que se ha consolidado en países como España, Italia y Grecia, es una paradoja dolorosa. Por un lado, se elogia a los abuelos por su "vitalidad" y "generosidad", mientras que, por otro, se les carga con una responsabilidad monumental que debería recaer en un sistema de apoyo público robusto y accesible.
El pilar invisible del cuidado infantil
Datos recientes confirman esta dependencia sistémica. Un estudio de Eurostat señala que en España, más del 40% de las familias recurren a los abuelos para el cuidado de sus hijos de manera regular. La cifra en Italia y Portugal es similar, muy por encima de países como Suecia o Dinamarca, donde la cobertura pública de guarderías es casi universal.
La falta de plazas asequibles en guarderías públicas, los elevados precios de las privadas (que pueden superar los 600 euros mensuales) y la escasez de políticas de conciliación laboral efectivas han empujado a una solución que no es sostenible a largo plazo. Los padres, acorralados entre la necesidad de trabajar y el coste prohibitivo del cuidado infantil, se ven obligados a delegar en sus mayores.
Un modelo con fecha de caducidad
Este modelo no es solo injusto, sino que es insostenible y contraproducente para el mismo objetivo que se persigue: el aumento de la natalidad. Los sociólogos advierten que cargar a los abuelos con el cuidado de los nietos tiene múltiples consecuencias negativas:
Impacto en la salud: La sobrecarga física y emocional del cuidado infantil afecta directamente a la salud de las personas mayores. El estrés, la falta de tiempo libre y el esfuerzo físico pueden agravar enfermedades crónicas y reducir su calidad de vida.
Aislamiento y sobrecarga: Los abuelos se ven privados de su merecido descanso, de sus actividades sociales y de su tiempo de ocio. Dejan de ser una fuente de apoyo emocional para convertirse en un servicio de cuidado a tiempo completo, lo que puede generar frustración y resentimiento en ambas partes.
Freno para los jóvenes: La falta de un sistema de cuidado universal y asequible obliga a muchas parejas a posponer o renunciar a tener hijos. El miedo al coste económico y a no poder conciliar la vida laboral y familiar es un factor decisivo en la caída de las tasas de natalidad.
El actual escenario muestra una clara desconexión entre el discurso político y la realidad social. Mientras se hacen grandes anuncios sobre planes demográficos, la inversión en servicios de cuidado infantil de calidad sigue siendo insuficiente. La solución no pasa por pedir a la gente que tenga más hijos sin ofrecer las herramientas para criarlos.
La verdadera política de natalidad no es un eslogan, sino una inversión en guarderías públicas universales, permisos parentales equitativos para ambos progenitores y flexibilidad laboral. Solo cuando la carga del cuidado se socialice y se comparta de manera justa, los jóvenes tendrán la confianza y la libertad de formar las familias que desean, sin tener que depender de la generación que debería estar disfrutando de su jubilación.
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