La afirmación de que el expresidente Donald Trump puso fin a seis guerras es uno de los pilares de su narrativa de política exterior, un eslogan que ha calado hondo entre sus seguidores. Sin embargo, cuando se somete a escrutinio, esta audaz aseveración se revela como una simplificación excesiva y, en muchos casos, una distorsión de la realidad. En lugar de poner fin a conflictos, la administración Trump se caracterizó por una abdicación de la responsabilidad estadounidense que a menudo dejó a su paso más caos e inestabilidad, no una paz duradera.
La retirada caótica y el legado de la inestabilidad
La política de Trump de "poner fin a las guerras" se tradujo en una retirada de tropas que, lejos de ser un proceso ordenado para la paz, se convirtió en una huida de la responsabilidad.
Afganistán: El acuerdo de 2020 con los talibanes no fue un pacto de paz, sino una hoja de ruta para la rendición. No puso fin a la guerra, simplemente programó la retirada de Estados Unidos y, de hecho, sentó las bases para el colapso del gobierno afgano, dejando a millones de civiles a merced de los talibanes y creando una catástrofe humanitaria.
Irak y Siria: Aunque la guerra contra el califato territorial de ISIS tuvo un éxito innegable, la presencia militar estadounidense en la región no se redujo de manera pacífica. Las tropas fueron reubicadas sin una estrategia clara, lo que generó un vacío de poder que Rusia, Irán y Turquía se apresuraron a llenar, asegurando que las tensiones y los conflictos regionales persistieran.
Yemen y Libia: En lugar de intervenir para resolver estos conflictos, la administración de Trump optó por una política de desinterés que permitió que las crisis humanitarias en ambos países se agravaran sin una supervisión efectiva. La retirada de la influencia estadounidense no trajo la paz, sino una indiferencia que dejó a la población civil a merced de la violencia.
La diplomacia que ignoró la raíz del problema
Incluso en los logros diplomáticos de Trump, la paz duradera fue la gran ausente. Los Acuerdos de Abraham, celebrados como un avance monumental, normalizaron las relaciones entre Israel y varias naciones árabes, pero a cambio de ignorar la cuestión palestina. La diplomacia de Trump sacrificó la justicia y la resolución del conflicto central para lograr acuerdos que beneficiaron principalmente a sus aliados y su propia agenda política.
En conclusión, el legado de Trump en política exterior no es el de un pacificador, sino el de un líder que priorizó el descompromiso por encima de la responsabilidad. La historia demostrará que, en muchos casos, lo que él llamó "poner fin a las guerras" fue, en realidad, un acto de abdicación que dejó los conflictos intactos, listos para estallar de nuevo con consecuencias aún más graves.
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