NAIROBI, Kenia. En el corazón de Kenia, la ciudad de Eldoret ha emergido como un punto neurálgico en una red global de tráfico de órganos, donde la pobreza extrema de sus jóvenes se convierte en la fuente de riñones para adinerados pacientes extranjeros. Una investigación reciente ha destapado una trama millonaria que se extiende desde África Oriental hasta Europa y Oriente Medio, en un comercio ilegal que se aprovecha de la vulnerabilidad de las personas.
Según las investigaciones, la red operaba presuntamente desde el hospital Medihill en Eldoret, el cual fue clausurado por el gobierno tras las sospechas. Se estima que en la última década se habrían realizado miles de trasplantes de riñones de forma ilícita. Los donantes, en su mayoría jóvenes kenianos empobrecidos, eran contactados con promesas de dinero a cambio de un riñón, en transacciones que a menudo no superaban los 3.000 euros. Para ellos, la oferta representaba la única salida a una situación de miseria insostenible.
Del otro lado de la operación, los receptores eran pacientes de países como Alemania e Israel, que pagaban hasta 200.000 euros por un riñón. Este elevado costo les permitía saltarse las largas listas de espera en sus países de origen y obtener un órgano en cuestión de semanas. La red utilizaba una elaborada logística que incluía intermediarios que contactaban a los donantes y compañías que organizaban los viajes de los receptores.
La situación es una cruda muestra de la desigualdad global, donde la salud y la vida se negocian en un mercado negro. Aunque el gobierno ha tomado medidas, activistas locales señalan que la mafia detrás de esta red continúa operando, habiendo corrompido a funcionarios e investigadores para evitar la justicia.
Además, el problema se ha visto entrelazado con otros horrores. Informes judiciales sobre una secta mesiánica en Kenia, donde más de un centenar de cadáveres fueron encontrados, revelaron la ausencia de órganos en algunos de los cuerpos exhumados, lo que sugiere un posible vínculo con el tráfico humano y de órganos a gran escala, a la sombra de la crisis religiosa.
Kenia se enfrenta ahora al desafío de desmantelar por completo estas redes criminales y proteger a sus ciudadanos de ser explotados por un comercio macabro que prospera en la desesperación y la falta de regulación.
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